lunes, 22 de octubre de 2012


CARMEN JODRA DAVO






Pastoral


                                                    A la serena duerme mi ganado...
                                                                        Miguel Hernández

A un cordero que es entre los rebaños
lo que un muchacho hermoso entre la gente
lo quiero con cariño diferente,
más propio de un rapaz que de mis años.

Come en mi mano; bebe de los caños
de metal renegrido de la fuente;
me bala, y su balido sonriente
inunda de dulzor los aledaños.

Esta mañana en que yo estoy bordando
grecas en un mantel, y canta el tordo,
y mi cordero bala casi hablando,

mientras él bala y brilla el sol y bordo,
me pregunto si lo querré igual cuando
envejezca y se vuelva fuerte y gordo.


TOMÁS SEGOVIA





En las fuentes



Quién desteje el amor
Ése es quien me desteje
No es nadie
El amor se deshace solo
Como la trenza del río
      destrenzada en el mar
No estoy de amor tejido
Estoy tejido de tejerlo 

De sacar de mis íngrimos telares
Este despótico trabajo
Eternamente abandonando
      el fleco que se aleja
A la disipación y su bostezo idiota
Y sólo escapo de su horror
Recogiéndome todo sin recelo
En el lugar donde nace la trama.


RUBÉN BONIFAZ NUÑO






Recostado en su placer, el día...



Recostado en su placer, el día
de estatuas y rejas enfloradas
nos dice, amiga, que morimos;
y como si al azar mordieras
una manzana, resplandeces
de dulces dientes y de labios.

Y las lágrimas que están llenando,
la carne que muerdes, las rosas
del polvo que abres y aguirnaldas,
festivamente se entristecen;
y se enrosca en torno d tu brazo
la serpiente roja de estío.

Suena la lluvia de la noche
cayendo al azar, como el azúcar
de una manzana desangrada.
De estatuas y rejas cenizas
nace una boca, y nombra el alba.
y dulce y de sombras resplandeces.

HOMERO ARIDJIS





Poema de amor en la ciudad de México



En este valle rodeado de montañas había un lago,
y en medio del lago una ciudad,
donde un águila desgarraba una serpiente
sobre una planta espinosa de la tierra.

Una mañana llegaron hombres barbados a caballo
y arrasaron los templos de los dioses,
los palacios, los muros, los panteones,
y cegaron las acequias y las fuentes.

Sobre sus ruinas, con sus mismas piedras
los vencidos construyeron las casas de los vencedores,
erigieron las iglesias de su Dios, y las calles
por las que corrieron los días hacia su olvido.

Siglos después, las multitudes la conquistaron de nuevo,
subieron a los cerros, bajaron a las barrancas,
entubaron los ríos, talaron árboles,
y la ciudad comenzó a morir de sed.

Una tarde, por una avenida multitudinaria, una mujer
                                                                         vino hacia a mí,
y toda la noche y todo el día
anduvimos las calles sin nombre, los barrios desfigurados
de México-Tenochtitlán-Distrito Federal.

Entre paquetes humanos y embotellamientos de coches,
por plazas, mercados y hoteles,
conocimos nuestros cuerpos,
hicimos de los dos un cuerpo.

Cuando ella se fue, la ciudad se quedó sola,
con sus muchedumbres,
su lago desecado, su cielo de nebluno
y sus montañas invisibles.

GIOCONDA BELLI





Reglas de juego para los hombres que quieran amar a mujeres mujeres



I


El hombre que me ame
deberá saber descorrer las cortinas de la piel,
encontrar la profundidad de mis ojos
y conocer lo que anida en mí,
la golondrina transparente de la ternura.