miércoles, 23 de enero de 2013

MARIO MORALES






La Canción de Occidente



Primera parte....




Porque no podemos sino cantar.
Porque ése es nuestro destino
¿Lo diré de nuevo?
                         Porque la única visión es repetirse
Oh Belleza        Oh  Destruida
                         Así comienza este canto.
Cada palabra una semilla de fuego,
Cada silencio un acto,
Cada hombre un grito,
Cada mujer un fruto,
                         una oscuridad,
                                                un destino.

Aquí o allá: En ninguna parte.
                         Pero éste es el reino.
Acá comienza el poema.
                                                Acá concluye el sueño

¿Y para qué ojos?
                         ¿Y para qué la realidad sino para el único
                                                            Instante,
                                     para lo que aún no existe?
Y para qué el poema
                         sino para el grito,
para la desfiguración  absoluta,
para ese espasmo que une la visión a lo visto
como se une la Palabra a la tierra
                                    y el corazón a las cenizas.
Porque un poema es vida para siempre.

*De ”La distancia infinita”, Antología poética (1958-1983).
  Fondo de Cultura Económica


JORGE RIVELLI






Curame la fiebre…


( Para Alejandra Mendé ) 

besame la frente
que hace frío y
tengo fiebre
besame besame
que las piernas
arden en el aire
la luz es oro
que quema
canta y cae
besame
que cauteriza
calma la furia
y el brillo alza
flores y frutas
besame y frotá
la espalda húmeda
como una lámpara
sin genio encendido
viste la noche
de luna negra
entre sombras y
los ojos lácteos
en el patio
dame aliento
que alivie
la frente
del hervidero
de pólvora y
el sol estival
bajame todo
que encandila
el corazón
sabe de tus
nervios de seda
besame y
dejame los pies
en el mar
que mañana
te espero en llamas 

FEDERICO GARCÍA LORCA





Madrigal apasionado


Quisiera estar en tus labios
para apagarme en la nieve
de tus dientes.
Quisiera estar en tu pecho
para en sangre deshacerme.
Quisiera en tu cabellera
de oro soñar para siempre.
Que tu corazón se hiciera
tumba del mío doliente.
Que tu carne sea mi carne,
que mi frente sea tu frente.
Quisiera que toda mi alma
entrara en tu cuerpo breve
y ser yo tu pensamiento
y ser yo tu blanco veste.
Para hacer que te enamores
de mí con pasión tan fuerte
que te consumas buscándome
sin que jamás ya me encuentres.
Para que vayas gritando
mi nombre hacia los ponientes,
preguntando por mí al agua,
bebiendo triste las hieles
que antes dejó en el camino
mi corazón al quererte.
Y yo mientras iré dentro
de tu cuerpo dulce y débil,
siendo yo, mujer, tú misma,
y estando en ti para siempre,
mientras tú en vano me buscas
desde Oriente a Occidente,
hasta que al fin nos quemara
la llama gris de la muerte. 


JUANLE*





Fui al río



Fui al río, y lo sentía
cerca de mí, enfrente de mí.
Las ramas tenían voces
que no llegaban hasta mí.
La corriente decía
cosas que no entendía.
Me angustiaba casi.
quería comprenderlo,
sentir qué decía el cielo vago y pálido en él
con sus primeras sílabas alargadas,
pero no podía.

Regresaba
--¿Era yo el que regresaba?—
en la angustia vaga
de sentirme solo entre las cosas últimas y secretas.
De pronto sentí el río en mí,
corría en mí
con sus orillas trémulas de señas,
con sus hondos reflejos apenas estrellados.
Corría el río en mí con sus ramajes.
Era yo un río en el anochecer,
y suspiraban en mí los árboles,
y el sendero y las hierbas se apagaban en mí.
Me atravesaba un río, me atravesaba un río!

(Del libro “La rama hacia el este”)

*Juan Laurentino Ortiz

DINO G. SALINAS






Decepción



El flaite se adentró unos días en un barrio de cuicos. Nunca una perra en una esquina, nunca una bolsa de basura, nunca un compañero para seguir las ruedas de los autos. Las pulgas eran intransferibles... “Qué saen de aventuras… qué saen…”, escribía el grafitero con su orina…

MARIZEL ESTONLLO



  

Coreografía del miedo


A Susanne Linke

Era apenas un haz de luz refractado por su cuerpo
Y a la espera del movimiento.

Sus ojos negaban la furia
para poder hacer un salto en el vacío.

Sin embargo, bailaba el miedo,
y sus pies
temblaban el horror de la guerra
envolviendo el peso de su negro vestido.

No tuvo de escenario mas que la penumbra
Y un perchero habitado por dos sombreros entristecidos.

Sin embargo bailaba en el pánico
y era un fuego ardiendo,
tibio,
como una callecita anochecida de faroles
y de piedras empinadas por sus pasos

Mis ojos se encendieron en el vértigo de sus rodillas.

El mundo es a veces un encuentro en la longitud del infinito.