jueves, 2 de mayo de 2013

ALDO PELLEGRINI





Horizonte líquido




Con paso tranquilo
los transeúntes avanzan hasta el umbral de las
pupilas
amantes negros
ahuyentan a los perros enfurecidos
es la hecatombe de la lujuria
que se agita detrás de los rostros demudados
con paso tranquilo
amantes policromos se cruzan en la alameda de la
angustia
en su alcándara
el espectador perfecto estudia impasible las señales
de vértigo
el fuego latente de las vírgenes
el semblante inmaculado de las puertas
una voz se entreabre para mostrar su oscuro deseo
el amante negro sube las escaleras arrebatado por
la danza frenética
las ventanas se cierran
silencio de la noche de la carne
los desconocidos se estrechan la mano
una conversación interminable descansa en el
extremo límite de la sombra
desde la fría pupila los gimnastas ruedan por las
escaleras destrozadas
¿cómo llegar hasta lo que de ti no se ve?
¿cómo hacer brotar el deseo ardiente de tu carne
entreabierta?
a sus pies
los perros enfurecidos ladran
ojos implacables
en ellos se pierde el lenguaje de los deseos
el ahorcado se balancea al eco de los ladridos
buenas noches
todo termina
los perros aterrados huyen del horizonte ardiente y
líquido
palidece el vigor
de los brazos ávidos
una noche tranquila para el desconocido que se
aleja
una noche de olvido negro.



YOLANDA PANTIN





Los sueños



(en la boca de la noche)


El médico mira
dentro de mis ojos

me hace abrir la boca

Le cuento sueños
cruzaba una piscina con un niño al cuello

A veces me asalta
un hambre de miedo

devoro todo lo que encuentro a mi lado

El médico escucha
latir mi corazón

Asiente
con mucha seriedad

consulta un libro
encima de su escritorio

Estoy perdida

-Ya había mirado dentro de mis ojos-

Entonces
le cuento otro sueño

No todo mi corazón te ama
sólo la parte que está enferma


HÉCTOR ROSALES




  
Del ciprés



Del ciprés enhiesto en la llanura
los días afilan las sombras.
La soledad, agachada, lo ve.
Y huye sin querer que se lo nombren.


ELENA TAMARGO




  
Fragmentos de la Habana



Pensar, robar, gozar
todo un único espasmo.
Arpegia y pica, Lázaro.
Salta de los tejados cuando nadie te vea
y muestra el interior de la sonata.
Aquella criatura desenfrenó la nada.
Es la maldad tan natural lo que te bambolea.
Veo tu insomnio a su manera
veo el disco girar y a los hombres
veo charcos, tranvías
veo enormes pedazos de La Habana.
A los negros los veo
resonando a sus pies el toque de los siglos.
Negros espirituales.
Blanco el mantel del primer desayuno
blanco mi abuelo
blancos en el exilio, desconcertados
borrachos de blancura
blancos los hospitales
negro mi cuerpo en el primer amor.
Llegan las mariposas a confirmar que ardí
y me dejan besando su jadeo
la inútil ceremonia
junto al candil oscuro.


ALFONSO CARVAJAL





El recuerdo de la serpiente



Pienso en Eva. Ella recoge uvas y maldiciones
veo la hoja de parra volar íntegra
de su vientre quemado por el sol,
y la presiento frondosa caminar en los pastales,
que señalan los abismos de la tierra.

Desnuda e inocente como los arboles,
amamanta con sus senos de miel
las tardes que no volverán.

En su regazo de flores dormián noches,
que olvidaron la tragedia de su nombre.

Beso el fino tobillo que enrosca la serpiente,
y la sangre brotando en su costado
alivia las heridas del amor.

SERGIO GARCÍA ZAMORA




  
Café la marquesina

                              Asistiré al desastre de mi patria
                                                                 ANACREONTE



Asistir al desastre de la patria
cuando uno es la patria:
muchacho que se contempla
en el cristal de los comercios
y se arregla la camisa, el pelo un poco;
joven animal turbado
en los espejos de algún bar, de algún hotel.

En los bajos del teatro La Caridad,
los locos, los pordioseros piden caridad
a turistas sentados en La Marquesina:
gente que bebe sus mojitos
y mira pasar espléndidos cuerpos.

Con extranjero te habrá confundido
la vieja que pedía en inglés
para el almuerzo, para el nieto siempre.

Hasta ayer vivías como Anacreonte,
el anciano  cantor del vino,
griego que pensamos
solo conocía los placeres.