domingo, 5 de mayo de 2013

FUERTE DE LORETO, PUEBLA

ALBERTO ROJAS JIMÉNEZ






Viene volando



Entre plumas que asustan, entre noches,
entre magnolias, entre telegramas,
entre el viento del Sur y el Oeste marino,
vienes volando.

Bajo las tumbas, bajo las cenizas,
bajo los caracoles congelados,
bajo las últimas aguas terrestres,
vienes volando.

Más abajo, entre niñas sumergidas,
y plantas ciegas, y pescados rotos,
más abajo, entre nubes otra vez,
vienes volando.

Más allá de la sangre y de los huesos,
más allá del pan, más allá del vino,
más allá del fuego,
vienes volando.

Más allá del vinagre y de la muerte,
entre putrefacciones y violetas,
con tu celeste voz y tus zapatos húmedos,
vienes volando.

Sobre diputaciones y farmacias,
y ruedas, y abogados, y navíos,
y dientes rojos recién arrancados,
vienes volando.

Sobre ciudades de tejado hundido
en que grandes mujeres se destrenzan
con anchas manos y peines perdidos,
vienes volando.

Junto a bodegas donde el vino crece
con tibias manos turbias, en silencio,
con lentas manos de madera roja,
vienes volando.

Entre aviadores desaparecidos,
al lado de canales y de sombras,
al lado de azucenas enterradas,
vienes volando.

Entre botellas de color amargo,
entre anillos de anís y desventura,
levantando las manos y llorando,
vienes volando.

Sobre dentistas y congregaciones,
sobre cines, y túneles y orejas,
con traje nuevo y ojos extinguidos,
vienes volando.

Sobre tu cementerio sin paredes
donde los marineros se extravían,
mientras la lluvia de tu muerte cae,
vienes volando.

Mientras la lluvia de tus dedos cae,
mientras la lluvia de tus huesos cae,
mientras tu médula y tu risa caen,
vienes volando.

Sobre las piedras en que te derrites,
corriendo, invierno abajo, tiempo abajo,
mientras tu corazón desciende en gotas,
vienes volando.

No estás allí, rodeado de cemento,
y negros corazones de notarios,
y enfurecidos huesos de jinetes:
vienes volando.

Oh amapola marina, oh deudo mío,
oh guitarrero vestido de abejas,
no es verdad tanta sombra en tus cabellos:
vienes volando.

No es verdad tanta sombra persiguiéndote,
no es verdad tantas golondrinas muertas,
tanta región oscura con lamentos:
vienes volando.

El viento negro de Valparaíso
abre sus alas de carbón y espuma
para barrer el cielo donde pasas:
vienes volando.

Hay vapores, y un frío de mar muerto,
y silbatos, y mesas, y un olor
de mañana lloviendo y peces sucios:
vienes volando.

Hay ron, tú y yo, y mi alma donde lloro,
y nadie, y nada, sino una escalera
de peldaños quebrados, y un paraguas:
vienes volando.

Allí está el mar. Bajo de noche y te oigo
venir volando bajo el mar sin nadie,
bajo el mar que me habita, oscurecido:
vienes volando.

Oigo tus alas y tu lento vuelo,
y el agua de los muertos me golpea
como palomas ciegas y mojadas:
vienes volando.

Vienes volando, solo solitario,
solo entre muertos, para siempre solo,
vienes volando sin sombra y sin nombre,
sin azúcar, sin boca, sin rosales,
vienes volando.



ELENA TAMARGO





La boca



Esa boca sobre mi blusa blanca
mi alarma, mi vigilia
esa boca de pan
la boca mía
¿acaso está llamándome?
Ella tiene su paso
se pregunta ¿aquí qué había antes?
sabe cruzar el agua clara de otra tarde
como si allí la vida no fuera tan escasa.
Como la dulce uva del carrillón busca sus calles,
busca su cielo, su aljibe, su coro de quejidos
y va luego otra vez hasta la franja.
Esto ocurrió en una ciudad sin puerto
-la mina de dos almas-
allí viví, ciudad graciosa,
intermedia en los aires,
-¿sólo vive quien besa?-
Oh, boca, boca, boca
has llegado a tu pueblo, aquí sigue tu calle sin bombillo,
tu ventana entreabierta, tu pájaro esperándote.
Boca diciendo la ele de mi nombre
-¿es boca de libélula?-
boca que halla los agrios del lenguaje,
boca llena de migas, de negros espirituales,
dame saliva,
un membrillo maduro,
dame, mi amor, lo que tu boca quiera.


JORGE BUCKINGHAM





Vecina hostil



Otra vez he visto indiferencia
En ojos tristes y miradas vacías,
Una vez más he sentido miedo
Recordando el eco de tu voz muerta.

Cuerpos recorren calles y se alejan,
Sombras cruzan los umbrales de la vida,
Gusanos carcomen el cadáver olvidado,
Manos dibujan epitafio y sepultura.

Otra vez he visto telarañas
En guardianes que protegen el rostro
Que sin querer evita mi presencia:
La sombra del deseo nos lastima.


ALDO PELLEGRINI






El lobo que nace del amor




Aquel que recibió el pan de cada día

supo esconderlo en las noches de rencor filosófico

todos los pensamientos son cortinas para el

corazón y los traidores recogen las migajas del banquetes de los amantes

fue en el tiempo en que no se conocía el amor

el labio sagrado encendía el párpado siniestro

el ojo oblicuo descendía hasta la profundidad del corazón inicuo

el amor nació del amor y todo quedó entonces

aclarado el recién llegado se levantó respetuoso

para saludar a las tres ubres vacías

el amor surgió oportunamente para destruir toda esperanza

lo supieron los que no querían oír y los enterradores se inclinaron

los chalanes borrachos transportaron el amor

frágil hasta el tiempo interminable

y así fue que se destrozó al caer desde la altura

de la mirada perdida

se destrozó en una batahola de relâmpagos de

azúcar y hubo un mordisco vacío

en el gran agujero negro del amor.


HÉCTOR ROSALES




  
El paraguas en el piso...



El paraguas en el piso,
desmayado en su estatura negra,
me había dicho: “lo siento”.

Advierte el cristal
un ave que con ademanes blancos
vuela persignando el cielo.

Por demolidas parcelas del alma
llueven plumas tiznadas de quejas.

El paraguas en el piso,
de luto aplastada su impotencia.





FRANCISCO HERNÁNDEZ






30



No viene solo el monzón.
De la cintura para arriba lo acompañan tambores
y de la cintura para abajo lo sustentan cuerdas.
Apoya sus plantas sobre una base de madera
y al presentarse el golpeteo
da principio la danza.
Cada grano de la cosecha es una isla para el monzón.
Lo claro y lo oscuro se mezclan con las revoluciones
   de las ráfagas
Deja sin cuernos a los rumiantes: los hace volar
en busca de troncos o de respaldos donde clavarse.
El monzón es un contratiempo, miedo, ruta funeral.
En sus cuerdas el orden se acomoda para sonar.
Chillan las iniciales, los hombres buscan oídos donde
   asirse
y la inundación revela la fecha de su visita próxima.


De “Una isla de breves ausencias”