martes, 11 de junio de 2013

RENATO SALES HEREDIA






Un hombre sabe ser una isla…



Un hombre sabe ser una isla,
a veces,
le duele saber
que sabe
que estar solo
nada remedia;
que no hay tiempo
y sí
mucho miedo
y pocas luces.
se parte los huesos,
los recuerdos,
le hace muecas
a su imagen
y también a su semejanza;
pretende imaginar:
dice:
todo es lo que inventamos.

Pretende no pretender,
se confunde,
llora, se quema
en una mierda
que si bien dijo amar
no es todo
y saben los puentes,
las cenizas,
las escoltas,
las letras de cambio
y los que nunca llegan,
los que dicen:
nada remedia, a veces,
saber que el hombre
sabe ser una isla.


De: Para que partan los pájaros
Traducción de Felipe Sentelhas


ANTONIA TORRES





No es de la fosforescente rama de abedul


No es de la fosforescente rama de abedul
de donde cuelga la imagen
ni está en el tiesto de café en el fondo de la taza,
ni en el humo de cigarro al final de la fiesta
ni tampoco en su sabroso olor entre mis dedos.

apenas si se puede contener la tentación de escribir sobre una fotografía,
imagen desteñida de una memoria mecánica,
cuando todo es imagen qué se puede decir;
mejor es amarrar la barca a la orilla de esta página
mientras las confusas instantáneas de la realidad
den vueltas y vueltas como un disco en el pick-up
desprendiéndose de toda palabra innecesaria
toda metáfora de más:
y ya en la orilla, sólo el abedul,
su fosforescente rama
para observar el cielo.


LAURA GIORDANI




  
El Corazón 



En cada pecho hay un sol sepultado,
con su pulsación clandestina,
su madriguera de temblores
y una confesión de sobrevida
en los labios.

En cada pecho, una rotura,
un hueco para alojar la verdad
que no soportarían los ojos:
el aleteo de un pájaro lacerado sostiene el mundo.


RAFAEL DE LEÓN




  

No



¿Cómo quieres que deje mi vida entre tus manos
y mi jardín de sueños y mi luna y mi rosa?
¿Cómo quieres ponerle orillas a este río
que corre libre y ancho desde que yo naciera?

Me brindas una dulce esclavitud antigua,
dentro de tu palacio con su escudo y su torre,
y lo que necesito es un campo de trigo
por sonde se revuelque mi verso desbocado.

Quieres que esté pendiente de tu traje de novia,
de tu escote redondo y tus manos sin sangre,
de las rancias visitas que vienen a tu casa
y de la barahúnda de tus antepasados.

Y yo estoy con mi nardo, con mi copla y mi vino,
con la muchacha alegre que vende las naranjas,
con el niño pequeño que pide la limosna,
y con el árbol que da sombra a los pájaros libres.

Estaría una semana besándote la mano,
elogiando marfiles y mirando vitrinas,
y de pronto, una noche, llegaría mi viento
a romper miniaturas y abanicos de encaje.

Mi verso es como un toro colorado y terrible
que no aguanta ni el hierro de la ganadería,
y que lo mismo baja a beber al arroyo,
que anda leguas y leguas hasta encontrar los mares.

Yo vivo en una choza de cartón y de nubes,
con un pino y un monte y un aljibe de sueños.
Cuando quiero un castillo, me vuelvo medio loco
y arquitecto de luna, lo construyo en el aire.


ROSA LENTINI




  
Los dos sueños


Un haz frente a la costa
y un fuego que arde en el espejo,
ambos guardan los recuerdos:
el primero enturbia el viento que encrespa
al mar contra las calles nocturnas,
región de plegarias susurradas
por nuestros ahogados,
sueño de vastedades y caídas
con anhelos de escapar o dolerse,
callado como un buril puliendo la arena.
El otro se nutre de un mar de cera, y arde.

Rápido en borrar huellas,
el mar hubiera envuelto el labio en su frío
si en otra noche, con otra sal en la piel
escociendo furiosa, hubiera suplantado los recuerdos
en una de sus mareas.
Para luego entregarse a ti sobre todos ellos,
al dormir las memorias
en la arena, o aún en la ceniza.
El mar antepasado,
moviéndose en su rutina,
sin gaviotas volviendo a casa,
sin misiones de encendidas preguntas,
la ola en su paso sobre la ola,
llevaría o traería un murmullo de gente,
rostros radiantes dejados atrás,
cuerpos en un mundo oscuro,
sin latidos de ausencia
en lo definitivo del adiós.

Con el tiempo, el suelo seca
voces vírgenes o recónditas
que nos contestan raspando las estrellas
con sus lenguas que la luna platea;
y bajo el palio de este cielo
pasa el viento la página
del centenario libro de registros,
al que acudimos una y otra vez
en busca de nuestros nombres.

De "El sur hacia mí"

MARIZEL ESTONLLO



  

Rapsoda



Tal es su nombre.
Tal es su delirio puesto
al servicio de las ruinas de sal
donde la veta de lo humano es fulgurante.
Haber crecido entre los maestros del Gran Arte
portando el saber de escuchar
el misterio de los vivos que nombran la muerte,
desconociéndola.
Su sensibilidad entregada al silencio convocante de las estrellas,
cede al muro hecho coraza
en la imaginación enamorada del sueño
como el ala de un antiguo pájaro que transmutó
el vuelo por la noche.
Ha erigido su lugar entre las aguas profundas de un cielo infinito.
Ha pactado con las entidades de la sombra
haciendo el deleite de situar al mundo
más allá de la necedad de lo vano
para perpetuarlo en la música de un grillo cansado del verano
parado en la vereda rota
en esquina con el sol
ese que pasa cada tanto dándole de beber la tragedia,
o la misma condición del desamparo de los hombres
y de los dioses.
Y ahí, tal su nombre
renace en la grieta tibia,
en el ascenso del águila,
o en lo que es lo mismo ,
la propiedad de su pasión.