domingo, 8 de septiembre de 2013

ALI CHUMACERO




El orbe de la danza



Mueve los aires, torna en fuego
su propia mansedumbre: el frío
va al asombro y el resplandor
a música es llevado. Nadie
respira, nadie piensa y sólo
el ondear de las miradas
luce como una cabellera.
En la sala solloza el mármol
su orden recobrado, gime
el río de ceniza y cubre
rostros y trajes y humedad.

Cuerpo de acontecer o cima
en movimiento, su epitafio
impera en la penumbra y deja
desplomes, olas que no turban.
Muertas de oprobio, en el espacio
dormitan las familias, tristes
como el tahúr aprisionado,
y añora la mujer adúltera
la caridad de ajena sábana.
Bajo la luz, la bailarina
sueña con desaparecer.

De “Palabras en reposo”



GONZALO ROJAS




Las hermosas 



Eléctricas, desnudas en el mármol ardiente  que pasa de la piel a los vestidos,
turgentes, desafiantes, rápida la marea,
pisan el mundo, pisan la estrella de la suerte con sus finos tacones
y germinan, germinan como plantas silvestres en la calle,
y echan su aroma duro verdemente.

Cálidas impalpables del verano que zumba carnicero. Ni rosas
ni arcángeles: muchachas del país, adivinas
del hombre, y algo más que el calor centelleante,
algo más, algo más que estas ramas flexibles
que saben lo que saben como sabe la tierra.

Tan livianas, tan hondas, tan certeras las suaves. Cacería
de ojos azules y otras llamaradas urgentes en el baile
de las calles veloces. Hembras, hembras
en el oleaje ronco donde echamos las redes de los cinco sentidos
para sacar apenas el beso de la espuma.



GABRIELA MISTRAL





Canción de la sangre



Duerme, mi sangre única
que así te doblaste,
vida mía, que se mece
en rama de sangre.

Musgo de unos sueños míos
que te me cuajaste,
duerme así, con tus sabores
de leche y de sangre,

Hijo mío, todavía
sin piñas ni agaves,
volteando en este pecho
granadas de sangre.

Si sangre tuya, latiendo
de las que tomaste,
durmiendo así, tan completo
de leche y de sangre.

Cristal dando unos trasluces
y luces, de sangre;
fanal que alumbra y me alumbra
con mi propia sangre.

Mi semillón soterrado
que te levantaste;
estandarte en que se para
y cae mi sangre;

Camina, se aleja y vuelve
a recuperarme.
Juega en la duna, echa
sombra y es mi sangre.

¡En la noche, si me pierde,
lo trae mi sangre.
¡Y en la noche, si lo pierdo,
lo hallo por su sangre!



LÊDO IVO





Cantiga para la amiga fútil



Vengo a celebrar tu pronunciación inglesa, digna de
                                                                     [Oxford,
tus múltiples paseos,
tu complejo de Electra.
Vengo a invitarte a partir conmigo
en la nave Euterpe,
hacia el país sin nombre y sin día.
Andaremos como velocípedos por las nubes,
haremos hijos por vía aérea
y navegaremos en el lago estremecedor del misterio.
Vengo a invitarte, oh perpetua señora,
a la contemplación en el espejo de la Sala del Fin del
                                                                       [Mundo.
Tus senos, otrora lunares; tu secreto encanto, tu cuerpo
   [más eterno de lo que realmente es, tu excelso proceso
                                                                              de amar.

Vengo a invitarte al amor
en el jardín-terraza de la nave Euterpe.
Con tu cuerpo de fragata o tu pasión,
Ven.

Yo soy menor que todo eso.


MARGUERITE YOURCENAR




Ídolos



Amor, al principio
De carne y de oro como un César
Salvaje te cebé;
Íncubo, tu pecho pesaba
Y tu beso agotador
Cansó mi boca.

Luego te vi ensangrentado;
Caminabas, titubeando,
Bajo la escuadra terrible;
Víctima atravesada en el flanco,
A tus pies derramé
Todo el nardo de la tierra.

Te veo pálido y bello:
Tu carne es una antorcha
Hecha de cera y fuego;
Yo abrazo, delicia pura,
Tu cara desconocida,
Idéntica a mi alma.

Y te veré pensativo
En el último arrecife,
Dulce provocador de naufragios
Sombrío dios sin devotos;
Tus amapolas nocturnas
Me curarán de las rosas.


Versión de Silvia Barón-Supervielle


ELVA MACIAS




Imagen y semejanza



El bien sea dado.
El mal no resucite.
Señora de la sentencia del ser,
es tu reino el que recorro
como el más humilde peregrino,
con la fe como báculo
y el azoro como único alimento.
Tu vía láctea se ensancha
cubierta de cercenaduras de estrellas
y el santuario aguarda únicamente tu determinación.
Mi esperanza se funda
en el entendimiento
de nuestra alcurnia y degradación
de nuestra virtud y nuestro vicio
de nuestro placer y atadura
de nuestra generosidad y rapiña.
¿A quién amamos?
Espejo de las miserias, di,
espejo de la virtud,
explica.
Ya las cosechas no se pierden a nuestro paso
ni altar se erige sobre nuestro vientre.
Una es nuestra mano.
Una es la mano de la alianza,
una la que conduce los primeros pasos
de la progenie,
una la mano que se crispa
ante la esterilidad,
una la que rechaza la unión
la misma que arranca la constelación de la matriz
y la que recibe el astro de nuestro vientre.
No hay a quien culpar no hay a quien agradecer.
Mujeres somos
desde el inicio de la gestación
hasta más allá de la vida y de la muerte
marcada o trunca en la estela de la descendencia.
Mujer también la que acompaña nuestros pasos
y exige el agua del deseo
el agua de la purificación
el agua de la inmundicia.
No sólo para incendiar la nave hemos nacido:
para tripular embarcaciones
que naufragarán con nuestra sola presencia,
para detener las furias del mar
con el pubis descubierto y salobre
como un mascarón de proa ante la tormenta.
Cese el canto de las sirenas,
llanto de mujeres
que se acostaron con ángeles del infierno.
Y no entre la nostalgia heredada
en nuestro lecho.
Nuestro lecho sea de paz
o de grandes batallas de placer,
nuestro lecho sea de soledad elegida.
El humo del sacrificio asciende
cuando la ofrenda es un animal enfermo
o el hijo más amado:
las prostitutas y las vírgenes
las madres o las yermas
las solas y las ayuntadas entre sí
las parejas fornicando
y los pequeños animales
domésticos que no quisimos ser.
Paraíso perdido
isla encantada
tierra de promisión
de tu entraña surge el volcán
que ha de sepultarnos.
Apartemos los vestigios
de todos los templos
mientras la luna se revierte
en el espejo de nuestro universo múltiple.

La manzana es de piedra
y latente está la semilla de la sierpe
que no ha de devorarse a sí misma.