miércoles, 11 de septiembre de 2013

GONZALO ROJAS




Orquídea en el gentío


Bonito el color del pelo de esta señorita, bonito el olor
a abeja de su zumbido, bonita la calle,
bonitos los pies de lujo bajo los dos
zapatos áureos, bonito el maquillaje
de las pestañas a las uñas, lo fluvial
de sus arterias espléndidas, bonita la physis
y la metaphysis de la ondulación, bonito el metro
setenta de la armazón, bonito el pacto
entre hueso y piel, bonito el volumen
de la madre que la urdió flexible y la
durmió esos nueve meses, bonito el ocio
animal que anda en ella.


RICARDO PEÑA




Yo soy el fuego oscuro que penetra...



Yo soy el fuego oscuro que penetra
tu bosque de alas y esmaltados peces.
Yo soy la clara sombra proyectada
sobre tu sombra de silencio y muerte.

Soy la tierra que abraza tus rodillas,
la exaltación de tu garganta en llamas.

Oigo cantar, por dentro, el agua de oro
que corre entre los árboles; los pétalos
del aire en la espesura; el murmullo
de hogueras en un mar, raudo de miedos.
Oigo cantar las flores, y mis labios
respiran el perfume de sus alas,
enlazadas al silbo de tu muerte.


LUIS ROSALES




Un puñado de pájaros 



Como la voz y la palabra tienen un mismo cuerpo y un
    rostro diferente,
vive el amor su identidad
en dos amantes que descansan cada cual en el otro,
distendiéndose,
y es esta distensión lo que les une
lo mismo que la llama tiene un centro de sombra y un
    entorno de luz.
Vivir o no vivir, este es el juego,
pues naces cuando amas
y el amor sólo dura mientras sigues naciendo.
Mas no siempre la vida llega a tiempo y hoy me siento plural
    y desasido,
hoy me encuentro en el aire y en modo alguno quisiera
    detener esta caída
en la que toco la verdad como a veces tocamos nuestro
    cuerpo para certificar que no estamos soñando.
¿Cuándo voy a aprender lo que he vivido?
por ejemplo:
la luz resbaladiza que en algunos lugares reverbera en tu
    piel,
el cuerpo y su inmediato despertar,
la lentitud de esa caricia que se va convirtiendo en un pétalo,
los ojos hilvanados
y esa anhelante sobreprestación
en que el hombre descubre su propia oscuridad,
su sangre deseante,
y ese calor de oveja llenándote la mano.

Ahora bien, el milagro no es todo y el silencio de dos
    nunca se junta;
la luz llega a la tierra después de su caída;
los besos no se pueden recuperar;
cuando el amor se acaba sólo deja un puñado de pájaros.
Más temprano o más tarde lo que vuela se aleja:
éste es el precio de vivir,
y el corazón se quema en esa distensión en que el amor nos
    hace traspasar nuestra frontera de crecimiento
y ya no puedes sostenerte en los pies rotos.
Quizás estas palabras son una invitación para el naufragio,
sin embargo es preciso aceptar
que en amor quien elige se equivoca.

Más tarde o más temprano la vida se produce de una manera
    negociada igual que un cargareme,
y la elección tiene la culpa por su carácter ganancial,
por su carácter legitimado y contencioso;
la elección es la culpa preventiva que convierte las noches
    en arena,
mientras en nuestro corazón crece el desierto como queda
    en la tierra un sobre blanco.
Vivir o no vivir, este es el juego.
Sólo cuando la vida misma decide por nosotros puede llegar
    a ser imprescindible,
comprenderás, amiga mía, que esto sucede raras veces:
es como ver palidecer a un muerto.
Lo que suele venir es el cansancio,
la vida y su desagüe en el ahorro,
y ese arrepentimiento primordial de saber que lo vivo era
    lo otro,
cuando ya está perdido.

20 de agosto de 1977

De “Diario de una resurrección”


ENRIQUETA OCHOA




Bajo el oro pequeño de los trigos
para Samuel Gordon



Si me voy este otoño
entiérrame bajo el oro pequeño de los trigos,
en el campo,
para seguir cantando a la intemperie.
No amortajes mi cuerpo.
No me escondas en tumbas de granito.

Mi alma ha sido un golpe de tempestad,
un grito abierto en canal,
un magnífico semental
que embarazó a la palabra con los ecos de Dios,
y no quiero rondar, tiritando,
mi futuro hogar,
mientras la nieve acumula
con ademán piadoso
sus copos a mis pies.

Yo quiero que la boca del agua
me exorcise el espíritu
que me bautice el viento,
que me envuelva en su sábana cálida la tierra
si me voy este otoño.



ELSA CROSS





III. Palabras


Voz

Tu voz contra el atardecer.
El viento empuja
                          sobre el cristal
las ramas de los altos encinos.

Tu voz llena el espacio.
Y no hay instrumentos
                                   para tu canto.
Tu voz dibuja signos en el viento.


La noche
va bordeando en silencio
                                       ese núcleo
donde la luz se detiene todavía
mientras tu voz,
                          tu voz sola
borra el instante.

RAFAEL CADENAS




Fragmentos


17

Voluptuosos márgenes persiguen una sombra febril.