jueves, 12 de septiembre de 2013

RICARDO PEÑA



  
Tu rostro, el mío ya desvanecidos...



Tu rostro, el mío ya desvanecidos.
Tu rostro, en mí ya entremezclados.
Tu rostro en cada hora, rostro
en cada olvido.

La perdición del cielo.

Aquella voz tan leve
donde la pena su sonrisa abre,
y es aquí el dolor lo único cierto.

De la isla del fuego pasaba a la del cielo.
De la isla del fuego a la del cielo,
sólo había una lágrima.

A la montaña pálida.
A la luna de agua.




ALI CHUMACERO





A una flor inmersa



Cae la rosa, cae
atravesando el agua,
lenta por el cristal de sombra
en que su tallo ahoga;
desciende imperceptible,
clara, ingrávida, pura
y las olas la cubren, la desnudan,
la vuelven a su aroma,
hácenla navegante por la savia
que de la tierra nace
y asciende temblorosa,
desborda la ternura de su tacto
en verde prisionero,
y al fin revienta en flor
como el esclavo que de noche sueña
en una luz que rompa
los orígenes de su sueño,
como el desnudo ciervo, cuando la fuente brota
que moja con su vaho la corriente
destrozando su imagen.

Cae más aún, cae
más allá de su savia,
sobre la losa del sepulcro,
en la mirada de un canario herido
que atreve el último aletazo
para internarse mudo entre las sombras.
Cae sobre mi mano
inclinándose más y más al tacto,
cede a su suavidad de sábana mortuoria
y como un pálido recuerdo
o ángel desalado
pierde una estela de su aroma,
deja una huella: pie que no se posa
y yeso que se apaga en el silencio.

De “Páramo de sueños”



GABRIELA MISTRAL





El ruego



Señor, tú sabes cómo, con encendido brío,
por los seres extraños mi palabra te invoca.
Vengo ahora a pedirte por uno que era mío,
mi vaso de frescura, el panal de mi boca,

cal de mis huesos, dulce razón de la jornada,
gorjeo de mi oído, ceñidor de mi veste.
Me cuido hasta de aquellos en que no puse nada;
¡no tengas ojos torvos si te pido por éste!

Te digo que era bueno, te digo que tenía
el corazón entero a flor de pecho, que era
suave de índole, franco como la luz del día,
henchido de milagro como la primavera.

Me replicas, severo, que es de plegaria indigno
el que no untó de preces sus dos labios febriles,
y se fue aquella tarde sin esperar tu signo,
trizándose las sienes como vasos sutiles.

Pero yo, mi Señor, te arguyo que he tocado,
de la misma manera que el nardo de su frente,
todo su corazón dulce y atormentado
¡y tenía la seda del capullo naciente!

¿Que fue cruel? ¿Olvidas, Señor que le quería?
y él sabía suya la entraña que llegaba.
¿Que enturbió para siempre mis linfas de alegría?
¡No importa! Tú comprende: ¡yo le amaba, le amaba!

Y amar (bien sabes de eso) es amargo ejercicio;
un mantener los párpados de lágrimas mojados,
un refrescar de besos las trenzas del cilicio
conservando, bajo ellas, los ojos extasiados.

El hierro que taladra tiene un gustoso frío,
cuando abre, cual gavillas, las carnes amorosas.
Y la cruz (Tú te acuerdas ¡oh Rey de los judíos!)
se lleva con blandura, como un gajo de rosas.

Aquí me estoy, Señor, con la cara caída
sobre el polvo, parlándote un crepúsculo entero,
o todos los crepúsculos a que alcance la vida,
si tardas en decirme la palabra que espero.

Fatigaré tu oído de preces y sollozos,
lamiendo, lebrel tímido, los bordes de tu manto,
y ni pueden huirme tus ojos amorosos
ni esquivar tu pie el riego caliente de mi llanto.

¡Di el perdón, dilo al fin! Va a esparcir en el viento
la palabra el perfume de cien pomos de olores
al vaciarse; toda agua será deslumbramiento;
el yermo echará flor y el guijarro esplendores.

Se mojarán los ojos oscuros de las fieras,
y, comprendiendo, el monte que de piedra forjaste
llorará por los párpados blancos de sus neveras:
¡toda la tierra tuya sabrá que perdonaste!


ELVA MACIAS





Vitosha*


Río de piedras
                                                               a Jaime Sabines

Hace millones de años
estuve allí,
cuando la montaña erguía su placidez
estuve allí,
cuando en su vientre se gestaba un gigante
estuve allí,
cuando se iniciaron los furores de su parto,
y el cráter, como una pelvis dilatada volcó su cauce,
estuve allí.
Sentí la fortaleza en el dolor
y el placer inmenso
al tiempo que bullía la cauda de piedras.
Desde hace siglos
brotan de nuestros ojos de madre
vertientes de agua fresca y rumorosa
que pulen las piedras inmensas.
Vítosha*
—río de piedras permanentemente detenido—
testigo del paso del gigante.

*Vitosha: testigo geológico, montaña a cuyas faldas está la ciudad de Sofía, Bulgaria.


LÊDO IVO





Sólo para caballeros


En una cama de barrotes
la aurora limpia un pañuelo manchado.
El día nace ya sucio. El humo
de las colillas baja de los ceniceros
como el incienso de los altares.
Un olor a frituras aturde a los hombres
que entre espejos y latas de conservas
caminan rumbo a la muerte.
Se alquilan cuartos para caballeros.
Y mi inmundo hermano sin nombre
oye escurrir el agua
de la descarga quebrada de una letrina.



MARGUERITE YOURCENAR




Cantilena de Pentauro


La muerte se acerca a ti
como un dulce sueño a la sombra de un dulce techo;
como un vino se vierte, como un loto derrama su aroma,
como el llanto de un junco, la muerte está junto a ti.
Curación para el enfermo, reposo para el extenuado,
la muerte es un dulce lago con remolinos de polvo en el
    horizonte.
La muerte hincha tu vela y sopla lentamente tras de ti
como el suave aliento del viento de la tarde.
Los amantes navegan hacia el país lejano,
y la muerte, dulce invitada, asiste al festín.
Como el pajarero echa suavemente sus redes,
el verano marchita la flor y se bebe el rocío.
Sólo queda la sombra solitaria del ciprés
donde yacen juntos, para siempre, los amantes.