sábado, 21 de septiembre de 2013

AMADO NERVO




Pasas por el abismo de mis tristezas...



Pasas por el abismo de mis tristezas
como un rayo de luna sobre los mares,
ungiendo lo infinito de mis pesares
con el nardo y la mirra de tus ternezas.

Ya tramonta mi vida, la tuya empiezas;
mas, salvando del tiempo los valladares,
como un rayo de luna sobre los mares,
pasas por el abismo de mis tristezas.

No más en la tersura de mis cantares
dejará el desencanto sus asperezas;
pues Dios, que dio a los cielos sus luminares,
quiso que atravesaras por mis tristezas
como un rayo de luna sobre los mares.



RAMÓN LÓPEZ VELARDE




Mientras muere la tarde



Noble señora de provincia: unidos
En el viejo balcón que ve al poniente,
Hablamos tristemente, largamente,
De dichas muertas y de tiempos idos.

De los rústicos tiestos florecidos
Desprendo rosas para ornar tu frente,
Y hay en los fresnos del jardín de enfrente
Un escándalo de aves en los nidos.

El crepúsculo cae soñoliento,
Y si con tus desdenes amortiguas
La llama de mi amor, yo me contento
Con el hondo mirar de tus arcanos
Ojo, mientras admiro las antiguas
Joyas de las abuelas en tus manos.

Ingenuas provincianas: cuando mi vida se halle
Desahuciada por todos, iré por los caminos
Por donde vais cantando los más sonoros trinos
Y en fraternal confianza ceñiré vuestro talle.

A la hora del Ángelus, cuando vais por la calle,
Enredados al busto los chales blanquecinos,
Decora vuestros rostros -¡Oh rostros peregrinos!-
La luz de los mejores crepúsculos del valle.

De pecho en los balcones de vetusta madera,
Platicáis en las tardes tibias de primavera
Que Rosa tiene novio, que Virginia se casa.

Y oyendo los poetas vuestros discursos sanos
Para siempre se curan de males ciudadanos,
Y en la aldea la vida buenamente se pasa.



RUBÉN BONIFAZ NUÑO




¿Cuál es la mujer que recordamos…



¿Cuál es la mujer que recordamos
al mirar los pechos de la vecina
de camión; a quién espera el hueco
lugar que está al lado nuestro, en el cine?
¿A quién pertenece el oído
que oirá la palabra más escondida
que somos, de quién es la cabeza
que a nuestro costado nace entre sueños?

Hay veces que ya no puedo con tanta
tristeza, y entonces te recuerdo.
Pero no eres tú. Nacieron cansados
nuestro largo amor y nuestros breves
amores; los cuatro besos y las cuatro
citas que tuvimos. Estamos tristes.
Juntos inventamos un concierto
para desventura y orquesta, y fuimos
a escucharlo serios, solemnes,
y nada entendimos. Estamos solos.

Tú nunca sabrás, estoy cierto,
que escribí estos versos para ti sola;
pero en ti pensé al hacerlos. Son tuyos.

Ustedes perdonen. Por un momento
olvidé con quién estaba hablando.
Y no sentí el golpe de mi ventana
al cerrarse. Estaba en otra parte.


De “Los demonios y los días”


SILVIA CARBONELL



Que te quedes



Vamos a guardar tu nombre.
Vamos a esconderlo del celo.
Vamos a cuidarlo despacio
para que no puedan detenerlo.

Que no te toque el pasado,
que no te tenga en la mira el presente.
Que llegues al futuro, que te quedes.

Que llegues aunque sea en pedazos a mi lado,
que no te marches.
Que no te toquen, las palabras heridas de otros labios,
que no te quemen.

Que llegues al presente sin temor a mi pasado
y no te marches.
Que no te asuste el veneno que destilen otros labios,
que no sea suficiente.

Porque cada paso que quedó entre mis recuerdos
fue solo herida que se perdona y que se olvida.
Porque paso que camina sin dejar huella
No merece ni pasado ni presente.

Que llegues mientras guardo tu nombre del resto,
y que nadie se entere.
Que rompas toda historia que se niegue a soltarme de la mano,
y te quedes.



MANUEL GUTIÉRREZ NÁJERA




Si tú murieras


Anoche mientras fijos
tus ojos me miraban
y tus convulsas manos
mis manos estrechaban,
tu tez palideció.
¿Qué hicieras, me dijiste,
si en esta noche misma
tu luz se disipara,
si se rompiera el prisma,
si me muriera yo?

¡Ah! Deja las tristezas
al nido abandonado,
las sombras a la noche,
los dardos al soldado,
los cuervos al ciprés.
No pienses en lo triste
que sigiloso llega;
los mirtos te coronan
y el arroyuelo juega
con tus desnudos pies.

La juventud nos canta,
nos ciñe, nos rodea;
es grana en tus mejillas;
en tu cerebro, idea;
y, entre tus rizos, flor.
Tenemos en nosotros
dos fuerzas poderosas,
que triunfan de los hombres
y triunfan de las cosas:
la vida y el amor.

Comparte con mi alma
tus penas y dolores,
te doy mis sueños de oro,
mis versos y mis flores
a cambio de tu cruz.
¿Por qué temer los años,
si tienes la hermosura;
la noche, si eres blanca;
la muerte, si eres pura;
la sombra, si eres luz?

Seré, si tú lo quieres,
el resistente escudo
que del dolor defienda
tu corazón desnudo.
Y si eres girasol,
seré la parte oscura
que en hondo desconsuelo,
sin ver jamás los astros,
se inclina siempre al suelo;
tú, la que mira al sol.

La muerte está muy lejos;
anciana y errabunda,
evita los senderos
que el rubio sol fecunda,
y por la sombra va.
Camina sobre nieve,
por rutas silenciosas,
huyendo de los astros
y huyendo de las rosas;
¡la muerte no vendrá!

La vida, sonriendo,
nos deja sus tesoros.
Abre tus negros ojos,
tus labios y tus poros
al aire del amor.
Como la madre monda
las frutas para el niño,
Dios quita de tu vida
cercada de cariño,
las penas y el dolor.

Ahora todo canta,
perfuma o ilumina;
ahora todo copia
tu faz alabastrina,
y se parece a ti.
Aspiro los perfumes
que brotan de tu trenza,
y lo que en tu alma apenas
como ilusión comienza,
es voluntad en mí.

¡Oh! deja las tristezas
al nido abandonado;
las sombras a la noche,
los dardos al soldado
los cuervos al ciprés.
No pienses en lo triste
que sigiloso llega,
los mirtos te coronan
y el arroyuelo juega
con tus desnudos pies.




MANUEL DURÁN




Las piedras



Asoman la cabeza por el solar vecino.
Firmes, severas, grandes, manchadas por el liquen,
con la piel arrugada: grises, pardas, oscuras,
y el amarillo sucio del liquen por arriba.

Como peces cansados que el mar nos abandona.
Como ballenas tristes en la playa lejana.
Rocas color de tiempo, sacando por el barro
sus cabezas sin ojos, su dura piel manchada.

Las lluvias del verano les cambian los colores,
oscurecen las rosas, avivan los azules,
hacen cantar los verdes eléctricos del musgo,
ennegrecen la tierran, la perfuman, la esponjan.

Ya a veces a su sombra se sientan los mendigos,
o cabalgan los niños sus lomos deformados.
Siguen erguidas, tensas, sacando la cabeza
con su piel arrugada, mas sin abrir los ojos.


De “El Lugar del Hombre”