martes, 29 de octubre de 2013

EVA MURARI




El sol ya secó la lluvia…


El sol ya secó la lluvia de anoche,
los árboles resplandecen y el aire se adensa
con un perfume pesado de pinos, pastos
y flores amarillas.
El Napostá parece quieto,
sin embargo se mueve en pequeños círculos
y también de izquierda a derecha desde donde escribo.
Y no, la ciudad no es fluida
como no es fluido el Napostá,
tiene como él un olor descompuesto
pero por debajo y entre las algas
un movimiento lentísimo se puede ver
cuando pasa una hoja.


FERNANDO AITA




Forastero



Estoy en Babia, llevo lentes de sol
y auriculares: la tarde está blanca
de luz y ensordece el barullo.
Traigo las suelas flacas,
en la ropa el polvo de los caminos,
la piel de la cara quemada. 

Quiera o no, subrayo la frontera.
Soy el que alienta los deseos
de traspasarla y el argumento
del que monta guardia.
Lo diferente nos tira
como temor o deseo.
Pero ¿me van a repeler o asimilarme?
¿Soy una amenaza? ¿Un mensaje
de invasores? ¿Un pionero del exilio?
Uno que desafía la armonía:
¿qué nos une y nos iguala?
¿Qué nos distingue?

Me buscan rasgos familiares,
me interrogan centinelas:
“¿Qué dejaste atrás?"
Tierra.
“¿Qué se te dio por meterte en esta?"
La vida cuesta menos,
se ve más horizonte.
“¿Tan fuerte es la esperanza
para mandarte a territorio ajeno?"
¿La esperanza es quedarse?
Yo le tengo fe a mis pasos.
“¿Qué llevás en la mochila?"
Papeles, unas frutas, un licor. 

Diviértanse con los apodos,
con los ademanes que tapan
los huecos entre mis palabras,
con la tonada antes de que se diluya
y se me pegue la música de su dialecto.

El futuro me reclama
la memoria,
lo mismo que el pasado,
que se borra
y se reescribe. 



CECILIA ERASO




Recuento


el tiempo purga recovecos
almenas torres
y polvaredas

rojo de malvones el balcón:
anida un gato gordo mientras tanto
el viento arrastra hacia el oeste
los escudos de hidalguía
imaginaria

hubo un lugar en él fuimos felices antes
de nacer
y las vides amargas atesorando la memoria
como higos que no quieren ver
el mar

aunque las fotos pierdan el color cuando aprendamos
a podar como frutales los relatos, repitamos
polvaredas menos verdes
cuando las muelas mueran rechinando
por la tierra de la boca y
tengamos hambre

y el polvo, la cigüeña, la torre
lo que fuimos antes, lo que somos
muelas, fotos rechinando.



DANIEL BATTILANA




DEL ÁNIMO, otro


Sin gustos fuertes no se ama
tampoco se escribe.

La joya era la palabra.

La moneda el calendario de brazos estirados;
nada por restar el pan del salario
agrandándolo de horas sin pan.

Donde hay justicia no hay placer
ese es el mundo.

Nada por la creencia votiva
o la tiranía de lo simple.

Me seduce el coraje
de mantenerme lejos
de mis pasos.

Por lejos coraje.

Soy lo provisorio
y en ese poema
resto para sumar
crezco dividido.
En este error
mi especie se la arregla
para mejorarse de horrores.

Lo que digo es provisorio
comprendo esta palabra
la maté con otras: llegar,
amistad, cansancio, poema.

Aunque asesinaría al tiempo con sus mismas bofetadas
poblé de visillos los cuerpos en que habita.

No, la verdad para el halago.
Sí, la mentira para fabricar mendigos o
salvar su ministerio de hombre.

Habitamos este fraude de los recursos.

Esto es lo real provisorio
y el poema
un atajo interminable de despojo.

Las babosas tienen su frontera de sal
en el patio y nadie llega hasta aquí
si no es acorralado.



NATALIA LITVINOVA

  


No crezcas



vuelvo a tener la edad que nunca tuve.
mi padre se acomoda sobre mi regazo
y me susurra al oído su regalo de navidad.
acaricio sus cabellos.
no crezcas
eso no hace falta para que exista.
él insiste y crece.
ahora un cuerpo sobra.


De “Esteparia”

NATALIA MOLINA



  
Tierra colorada



Con mirada de niña recorro la tierra colorada. Un sapucay baila en mi sangre -la patria ancestral-.

Abuela María baila descalza un chamamé en algún rincón de Corrientes. La guaraní sonríe. Su pollera balancea sueños.

Mi madre nació en esta provincia, como mi abuela, mi bisabuela y mi tatarabuela.

Ahora nos emparejamos en edad y bailamos una ronda. El río Uruguay sabe de nosotras.

La tierra colorada nos vuelve a parir. La muerte no existe en este instante.

-Abrazame, abuela. Abrazanos a mami y a mí. Las tres descalzas en la tierra colorada somos invencibles. Nos limpiamos el abandono de las manos y las elevamos al sol.

Bailemos juntas, como si el tiempo fuera a nuestro favor.

Volvamos a tu rancho, abuela. Ese de abobe con tinglado de chapa en donde cocinabas locro, mientras nos hablabas del señor del sol. El tipo alto, desgarbado, con sombrero de ala ancha. Nos amenazabas con que nos iba a llevar si salíamos a la hora de la siesta a los naranjos.

Pero esta vez se va a hacer amigo, y va a recorrer los frutales con nosotras.

Hoy la vida es una fiesta. Nos volvemos a encontrar.

-Mami, no llores. Mirá cómo baila la abuela.

Celebremos.


Somos esta tierra brava, festiva y caliente