martes, 5 de noviembre de 2013

ANA IVIS JUAN




Juego a los demonios



La Ciudad se rompe en el naufragio.
Antiquísimas,como la penumbra,
sus calles están enfermas de silencio,
perseguidas por una Cruz.
Su dolor es más que el grito de mis pasos
al crepitar en su garganta.
Golpe al cráneo del animal doméstico
incapaz de roer los huesos para saborear
su piedra deteniendo el foco;
obediente en el suicidio,
desde la danza de una pared
apesta a esa flor que nunca
tuvo el candil de un amanecer a contraluz.
Amarga ciudad.Lúgubre.
Inútil en el ruido de mis labios,
padeciéndome como un juego a los demonios,
como un vértigo después de la corriente.

Yo quise decir Alma
y dije Abismo, Cadáver,
Ciudad infértil.

La Ciudad no palpita,
sólo aldabonazos en espera... murmullo.
Se detiene en la memoria
inyectando otra estirpe
sobre lejanas huellas que respetan la Cruz.
Insalvable.
Ciudad disponiendo las lenguas en fila.
Abismo que cierne mi Cadáver
con sus mamparas de polvo aquilatado.

Alma quebró la voz en los adoquines
la súplica por el equilibrio en las claraboyas del aire
para esparcir sus hijos a barlovento;
empuñar sus toques, los manjares,
salve César, Isla Falsa,
los que van morir por estas calles premiadas de cuchillos,
por estas columnas sin peces ni capullos,
por todos estos miedos,
te saludan.


GLEYVIS CORO





El progreso



Contemporánea de la chica
que tiene puesta la boca en el borde
de una lata de sopa instantánea
y me sonríe desde la tele,
sintiéndose una afortunada,
pertenezco a una generación favorecida
por el imperialismo de las latas de conserva.
Fabulosa es mi suerte comparada
con el tedio de las grises poetisas anteriores.
Y aunque no sepa escribir una elegía,
puedo hacer la sopa con una mano,
y escribir con la otra un poema breve
sobre la triste poetisa de ayer,
que abandonaba la redacción de su elegía
para cocinar la sopa.




PEDRO DE JESÚS




Me muero por cometer el acto de tocar…


Me muero por cometer el acto
de tocar.
Lo que desconozco y apenas adivino.
Algo ínfimo y simple
con que desvanecer este angustioso
dédalo en mi mano:
la silueta de los perfumes, la cáscara
de los sonidos,
la materialidad de mis visiones.
Me muero por cometer el acto
de tocar:
Esto es una imploración, un rezo
–pero no sé
a quién.


NANCY MOREJÓN





Negro



Tu pelo, para algunos, era diablura del infierno; pero el zunzún allí puso su nido, sin reparos, cuando pendías en lo alto del horcón, frente al palacio de los capitanes. Dijeron, sí, que el polvo del camino te hizo infiel y violáceo, como esas flores invernales del trópico, siempre tan asombrosas y arrogantes.
Ya moribundo,
sospechan que tu sonrisa era salobre y tu musgo impalpable para el encuentro del amor. Otros afirman que tus palos de monte nos trajeron ese daño sombrío que no nos deja relucir ante Europa y que nos lanza, en la vorágine ritual, a ese ritmo imposible de los tambores innombrables. Nosotros amaremos por siempre tus huellas y tu ánimo de bronce porque has traído esa luz viva del pasado fluyente, ese dolor de haber entrado limpio a la batalla, ese afecto sencillo por las campanas y los ríos, ese rumor de aliento libre en primavera que corre al mar para volver
y volver a partir.


De “Piedra pulida”

FINA GARCÍA MARRUZ




Lago de Managua



Desde lo alto de la avioneta, el lago de Managua
parece una lámina arrugada de plata.
Esto, supongo, lo habrán dicho muchos,
pero junto a un espejo ¿quién teme repetir?
De cerca, el lago tiene transparencias únicas.
Casi no se precisa dónde empieza el reflejo.
Claras se ven las nubes, de azules diferentes,
surcar el agua: qué raro, las hondura del cielo, abajo.
Desde muy alto, la laguna se diría que se adensa,
que el plata se hace sólido, y se pudiera
caminar, como Jesús, sobre las aguas.
Pero nos acercamos, y los grises plata
tienen suavidades de pluma de paloma.
Parece entonces que el lago,
de pronto, va a echarse a volar.


CHARO GUERRA




Mercado


En el aroma de la fruta está la clave
ruina de plusvalía con que va mitigando sus razones
el hombre del mercado.

Viejos antagonistas,
adversarios hostiles,
fieles en el delirio de los finales de jornada:
Quienes compran/quienes venden.
Monedas contra el hambre,
contra la vanidad.
Monedas.


Ellos no saben que, de vez en cuando,
la única transacción es el olor