miércoles, 20 de noviembre de 2013

SEVERO SARDUY




Ya lo ves, de aquella brasa...



Ya lo ves, de aquella brasa
cuyo ardor te calcinó,
saciado, sólo quedó
dispersa ceniza escasa.
Muda inconstancia que abraza
el aparente sentido
del cuerpo obscuro y prohibido
-o del tuyo en el espejo
de la otra piel-. No me quejo
de arder. Ni de haber ardido.

 


NICOLÁS GUILLÉN




  
Sigue...



Camina, caminante,
sigue;
camina y no te pare,
sigue.

Cuando pase po su casa
no le diga que me bite:
camina, caminante,
sigue.

Sigue y no te pare,
sigue:

no la mire si te llama,
sigue;

Acuérdate que ella e mala,
sigue.


SERAFINA NÚÑEZ




Nocturno


En el pozo de la noche
la piel se vuelve de agua,
mientras que toda la vida
gira en esferas calladas.

En el sueño de la noche
el sueño toca sus arpas.

En el pozo de la noche
la piel se vuelve de agua:
nadie escucha, nadie entiende,
sólo la vida
como piedra muy lavada.


JOSÉ MARTI




Dormida



De sus pestañas al peso
el ancho párpado entorna,
lirio que, al sol que se torna,
se cierra pidiendo un beso.

Y luego como fragante
magnolia que desenvuelve
sus blancas hojas, revuelve
el tenue encaje flotante:

De mi capricho al vagar
imagínala mi amor,
¡una Venus del pudor
surgiendo de un nuevo mar!

Cuando la lámpara vaga
en este templo de amores,
con sus blandos resplandores
más que la alumbra, la halaga.

Cuando la ropa ligera
sobre su cutis rosado,
ondula como el alado
pabellón de primavera.

Cuando su seno desnudo,
indefenso, a mi respeto
pone más valla que el peto
de bravo guerrero rudo.

Siento que puede el amor,
dormida y desnuda al verla,
dejar perla a la que es perla,
dejar flor a la que es flor.

Sobre sus labios podría
los labios míos posar,
y en su seno reclinar
la pobre cabeza mía.

Y con mi aliento volver
mariposa a la crisálida;
y a la clara rosa pálida
animar y enrojecer.

Pero aquí, desde la sombra
donde amante la contemplo,
manchar no quiero del templo
con paso impuro la alfombra.

Al acercarme, en ligera
procesión avergonzado,
¿no volaría el alado
pabellón de primavera?

¡Al reflejarme el espejo,
que la copia entre albas hojas,
negras las tornara y rojas
de la lámpara al reflejo!

Dicen que suele volar
por los espacios perdida
el alma, y en otra vida
sus alas puras bañar.

Dicen que vuelve a venir
a su cuerpo con la aurora,
para volver - ¡la traidora! -
con cada noche a partir.

Y si su espíritu en leda
beatitud los cielos hiende,
de esa mujer que se extiende
bella ante mí qué me queda?

Blanco cuerpo, línea fría,
molde hueco, vaso roto,
¡y viajera por lo ignoto
la luz que los encendía!

Y ¿a mí que tanto te quiero,
delicada peregrina,
turbar la marcha divina
de tu espíritu viajero?

¡Duerme entre tus blancas galas!
¡Duerme, mariposa mía!
Vuela bien: - ¡mi mano impía
no irá a cortarte las alas!-


VÍCTOR FOWLER CALZADA



  
El sembrador



He visto el polvo de las celebraciones llenar las calles
antes de que el viento lo desaparezca. Cuando llegaba
la felicidad como una orden, la alegría tejida desde la
semana anterior. Entre el estruendo y la música,
inmensa, de la altura de los edificios, y las sonrisas de
quienes entonces eran mis amigos. Siempre lo quise:
ser uno en la multitud que se aprestaba a confirmar,
que me barrieran, a la mañana siguiente, junto con el
polvo de las celebraciones. Era dueño de esas calles
al caminar por ellas, del cielo desde el cual descendía
la lluvia de papeles recortados, el nombre de la figura
a vitorear. Sabía conjurar cualquier sorpresa, protegido
como me sentía por escudos tan enormes como el país
y el tiempo. Ellos se alejaban, veloces, pero yo seguía
siendo —o, al menos, así lo creía— el Sembrador.



ALBERTO SICILIA





Desde el fango hasta la piedra

Para Eloy y con él



En la última asechanza
está el silencio hablador
y está solo el versador
en medio de la balanza,
mas la noche, en su tardanza
inútil quiere perderme.
¿Es tan difícil hacerme
el giro de la atención?
¿Será sordo el corazón
que no quiere comprenderme?

Para vencer callo y nombro
en el silencio mi clave,
y es que tu nombre es la llave
para cerrar el asombro.
Desnudo estoy y en mi hombro
tengo un tatuaje inhumano,
de furias tengo la mano
prendida de otra mejilla
y tengo un verso en la orilla
del viejo arroyo cercano.
Para armar tengo un país
anegado en sus bochornos,
y tengo el pan crudo en mis
malagradecidos hornos.
Salvaje, por los contornos,
desafiante el agua medra,
en un murmullo la hiedra
sube desde el suelo al muro,
paso a paso y sin apuro,
desde el fango hasta la piedra.