domingo, 24 de noviembre de 2013

JOSÉ MARTI




En ti pensaba, en tus cabellos...



En ti pensaba, en tus cabellos
que el mundo de la sombra envidiaría,
y puse un punto de mi vida en ellos
y quise yo soñar que tú eras mía.

Ando yo por la tierra con los ojos
alzados -¡oh, mi afán!- a tanta altura
que en ira altiva o míseros sonrojos
encendiólos la humana criatura.

Vivir: -Saber morir; así me aqueja
este infausto buscar, este bien fiero,
y todo el Ser en mi alma se refleja,
y buscando sin fe, de fe me muero.

EILYN LOMBARD




Suicidas criminales diosas


Una muchacha de ojos grises
descubre a Monet entre mis dedos,
refiere comer su propia carne
las manos rotas
toda la piel
sus vísceras humeantes
deseos
y beber
sangre escarbada del fondo de sí misma
fluidos demenciales, excrecencias
líquidos profundos
fracturando historias de mujeres
suicidas
criminales
diosas.

Recorta papeles y florilegios diversos:
siluetas,
recorta
escribe
juega con todos los nombres de mujeres
me recuerdas a Monet, dice,
y de su propio cuerpo se alimenta    enferma muere
claro,
coquetea desde sus ojos grises y vacíos.


JOSÉ LEZAMA LIMA




Caída la hoja miro...


Caída la hoja miro,
ya que tu olvido decrece
la calidad del suspiro
que firme en la voz se mece.

La sombra de tu retiro
no a la noche pertenece,
si insisto y la sombra admiro
tu ausencia no viene y crece.

La sustancia del vacío
sólo halla su concierto
elaborando el desvelo

que presagia el cuerpo yerto.
Diosa perdida en el cielo,
yo con el cuerpo porfío.



NORBERTO CODINA




El Evangelio, según…

Rebélate, rebélate contra la muerte de la luz.
D. Thomas.

El hombre, como un animal cansado
da dos vueltas y se echa en sí mismo
se deja caer desde su yo y su memoria
desde la médula y el primer aroma de la infancia
desde el crucifijo y la pila bautismal
a los nueve años en la iglesia del Carmen.
Y aún antes, desde el primer semen
la primera lágrima, la primera sangre
de la madre posesiva y el padre mercader.
Desde el primer rincón en el fondo de la caverna
a la luz de unas brasas agónicas
entre la niebla de los fluidos
mientras la furia y el aliento del gran tigre acechan.
El hombre resucita y se desploma
en su eterno dolor de perder y recobrarse.
¿Dónde la manada, el recuerdo
molecular del cazador con el crujido de la presa
el palio, el sol hermoso y el sexo irrepetible?
Si fue dios, y cayó de sí mismo.
Si se cansó de ser héroe y traicionó
su casa
mató al niño y no pudo
contener el pulso del carnicero.
Fue escupido y perdonado
por su rebeldía y su servidumbre
y no puede ser hoy más
que la atávica sombra de la derrota
que se alarga desde el pasado
sobre los médanos del Coro
expedicionario de sus miedos
acumulados como las piedras
de una fortaleza troyana
llámese
san Severino, san Juan de Ulúa
o san Juan de Arce.
Un resplandor más allá de la selva
más allá del iris del “gran dientes de sable”
un punto luminoso
perdido en los senos de la hembra
o en el capullo cortado que le perturba.
Da dos vueltas, lentas y duras
cae sobre su costado
se aplasta en el silencio de la tormenta
en el árbol de su cadalso
reza por algo imposible, siempre ha sido así
tiembla, se estremece, materia en cámara lenta
arranca la última brasa
el carboncillo agónico que todos le niegan.
Y vuelve a desandar con la cruz
con el manifiesto a los obreros silenciosos
con los dogmas, y las leyes, y los principios
que lo hicieron, santísima trinidad
huérfano–adúltero–profano–pobre diablo
espiral elevada de sus derrotas
rostro común, mano triste
la arruga, el callo, la joroba
la hosca y flaca palidez del que alumbrará
a su padre, a su hijo, a su otro yo, al emigrante.


LEONEL LICEA




Déjà vu



Te fuiste, mujer.
No queda nada, quizás nadie,
ni el viento entre las ramas,
ni el rojo disimulo
de mi rostro en el espejo,
donde quedo
desesperadamente laico
para creer que tu abrazo
romperá las esquinas
de estas páginas vacías
o convertirte en musa
para inspirar mis ganas.

Pero no estabas, mujer.
No queda nada, quizás nadie
y no sé porqué me encierras
el ayer en el olvido
cuando escondía mis manos
de aprendiz en los bolsillos
soñando tu cintura,
mis abrazos, tus piernas.
Y mordías mis sueños
rompiendo el hielo
que me arenaba en tu silueta
que me hacía saborear tu calma
cuando arrancabas la fiebre
que aún no encuentra cura.

Pero te fuiste, mujer.
No queda nada, quizás nadie
que reniegue el despecho
entre mis guiños
entre las rosas que llueven
desordenando tus pasos por mi boca,
y el recuerdo del domingo
de vientos clandestinos
que perforaron tu mirada
desmigajando los muros del invierno
bajo el fuego de mis ojos
en el vacío congelado
que me devuelve el espejo.

No queda nada, mujer,
sólo el viento entre mis manos.


CARILDA OLIVER LABRA




De paso por el sueño


I
Te levanto la noche de la vida.
Deshilvano una luz para tus sienes.
Te visito en el agua y no me tienes.
Cuando llego ya soy la despedida.

Se desangra tu voz como una herida
por el largo secreto donde vienes.
Te pareces al viento, y no detienes
este rostro de nube estremecida.

Pero soy lo que sabes: una pobre
que te pide algún pájaro que sobre,
o el oficio de luna candorosa.

No me quieras llevar a tu desvelo,
porque casi no miro para el cielo
me aburro del canto y de la prosa.

II
Me lo aprendí una noche de azul lento,
bajo la luna abierta encaramada
como niña de luz, en la portada
sonámbula oficial del firmamento.

Me lo aprendí esa noche. De su acento
salía una caricia inusitada;
y en la esquina tenaz de su mirada
me tropecé desnuda con el viento.

Desde entonces anuncia cada cosa
que ha tirado a mis pies, como una rosa,
el corazón absurdo en que vivía.

Y no sé si por eso me persiste
este alegre dolor de ser tan triste
con que sigo durando todavía.

III
Mi corazón de vértigo y remanso,
mi corazón difícil como un nudo
se me zafó una tarde en que no pudo
cuidarse este latido que te alcanzo.

Porque llegaste al aire en que me canso,
amaneciendo mi dolor desnudo,
te quiero así: con amarillo mudo,
inútilmente, y hasta e! tiempo manso.

Me trajeron tan lacia y parecida
a una estatua de carne arrepentida,
que apoyada a la izquierda de tu nombre,

desde mi soledad, casi sonora,
cada noche que estudia para aurora
te espero como a Dios… y vienes hombre.