jueves, 28 de noviembre de 2013

JOSÉ LEZAMA LIMA





Una fragata, con las velas desplegadas

Las velas se vuelven
picoteadas por un dogo de niebla.
Giran hasta el guiñapo,
donde el gran viento les busca las hilachas.
Empieza a volver el círculo
de aullidos penetrantes,
los nombres se borran, un pedazo
de madera ablandada por las aguas,
contornea el sexo dormilón del alcatraz.
La proa fabrica un abismo
para que el gran viento le muerda los huesos.
Crecen los huesos abismados,
las arenas calientan
las piedras del cuerpo en su sueño
y los huevos con el reloj central.
El alción se envuelve en las velas,
entra y sale en la blasfemia neblinosa.
Parece con su pico
impulsar la rotación de la fragata.
Gira el barco hacia el centro
del guiñapo de seda.
Sopladas desde abajo
las velas se despedazan
en la blancura transparente del oleaje.
Una fragata
con todas sus velas presuntuosas,
gira golpeada por un grotesco Eolo,
hasta anclarse en un círculo,
azul inalterable con bordes amarillos,
en el lente cuadriculado de un prismático.
Allí se ve una fingida transparencia,
la fragata, amigada con el viento,
se desliza sobre un cordel de seda.
Los pájaros descansan
en el cobre tibio de la proa,
uno de ellos, el más provocativo,
aletea y canta.
Encantada cola de delfín
muestra la torrecilla en su creciente.
Hoy es un grabado
en el tenebrario de un aula nocturna.
Cuando se tachan las luces
comienza de nuevo su combate sin saciarse,
entre el dogo de nieblas y la blancura
desesperadamente sucesiva del oleaje.




MIREISY GARCÍA ROJAS






Reminiscencia

Una voz nueva distrae el maleficio
Y augura un más allá del silencio como herencia
Juana García Abàs

Cada noche prendo el incienso,
trenzo las piedras,
abro el pasadizo
y el filo malabaresco de las llamas nocturnales
espera verme llegar a la cena
como a un invitado a quien la ausencia
le organiza coros de bienvenida.
Esa voz, la misma
que viene cada noche de un girasol,
corre en círculo sobre una línea de estambre,
me salpica con gotas de ceniza
y estiba esta imagen
al prólogo interminable de la vida.




SERGIO GARCÍA ZAMORA




Habanos S.A.


En uno de los miles que han torcido
para ganancia de la patria las mujeres de la patria,
está la orden de alzamiento.

En lustrosas cajas de madera
—cedro, para conservar el olor—
está la memoria de los tabaqueros de Tampa
que escuchan al Delegado, su voz
entre la viola y el oboe, la memoria
de su voz salvada por Fernando Figueredo
cuando era niño y estudiante de música.

Mientras las mujeres trabajan
como si aún viviesen en la emigración,
bajo aquellas sombrías Nochebuenas
en Jacksonville quiero decir,
el extranjero fuma en el balcón de Cuba
y quema nuestra rebeldía.

Nadie ha logrado —decorosamente—
convencerme de lo contrario.


CARLOS PINTADO




Manual del condenado



Debo tu nombre al reino, oscuro pueblo.
por una de tus calles he mirado
el palacio de Cnosos, las ventanas
abiertas al abismo y a la noche.
Pienso en Dushara, su secreta historia,
y en las altas batallas de Numancia
que acaso ocurrieron sólo en sueños.
Entre muros de piedras he dormido
y he vislumbrado el alba en un instante.
Sé el oscuro misterio de los templos
y esa imagen de Kaaba con su piedra
de sacro mármol negro, misterioso.
Yo he querido morir en estas calles.
He querido encontrarme con mi muerte.
Solitario me escurro entre las sombras.
Otra gloria no quiero. Todo es sueño.
Desde aquí me desmienten las penumbras.
Mis pasos ya se pierden sin destino.
La condena de un hombre es mi condena.
Aquí puedo decir, oh, ciegos dioses,
no existen ya las luces ni las sombras,
ni la rosa, ni el bosque, ni el estuario,
ni la espada del último guerrero,
ni el oro de esas tardes tan lejanas,
ni el anillo de Odín ni de sus elfos,
ni el recuerdo que el Nilo me prohíbe,
ni el cuerpo que he lanzado hacia las aguas.



DANIELA DÍAZ ÁLVAREZ

  



Subsidio V



—El hombre ya no está solo.
Es la sensación que produce el árbol.


JOSÉ MARTÍ




Por donde abunda la malva...


Por donde abunda la malva
y da el camino un rodeo,
iba un ángel de paseo
con una cabeza calva.

Del castañar por la zona
la pareja se perdía:
la calva resplandecía
lo mismo que una corona.

Sonaba el hacha en lo espeso
y cruzó un ave volando:
pero no se sabe cuándo
se dieron el primer beso.

Era rubio el ángel; era
el de la calva radiosa,
como el tronco a que amorosa
se prende la enredadera.