Cuando escribo sentada en
el sofá
A
la memoria de mi padre, quien
me
enseñó las primeras palabras
y
también las últimas.
(Arte poética)
Igual
que la imagen de mi cara en el espejo
me
recuerda cómo me ve la luz,
en
mis palabras busco oír el sonido
de
las aguas estancadas, turbias
de
raíces y fango, que llevo dentro.
No
eso, sino quizás un recuerdo:
¿volver
a estar en uno de aquellos días
en
los que todo brillaba, las frutas en el frutero,
las
tardes de domingo y todavía el sol?
El
golpe en la escalera de los pasos
que
llegaban hasta mi cama en la pieza oscura
como
disco rayado quiero oír en mis palabras.
O
tal vez no sea eso tampoco:
solo
el ruido de nuestros dos cuerpos
girando
a tientas para sobrevivir apenas
el
instante.
Yo
escribo sentada en el sofá
de
una casa que ya no existe, veo
por
la ventana un paisaje destruido también;
converso
con voces
que
tienen ahora su boca bajo tierra
y
lo hago en compañía
de
alguien que se fue para siempre.
Escribo
en la oscuridad,
entre
cosas sin forma, como el humo que no
vuelve,
como
el deseo que comienza apenas,
como
un objeto que cae: visiones de vacío.
Palabras
que no tienen destino
y
que es muy probable que nadie lea
igual
que una carta devuelta. Así escribo.