martes, 7 de enero de 2014

NILA LÓPEZ



Nacer
Sin ningún dato


IV


El rito
es casi un viejo templo sin recuerdos.
Inútil ejercicio.
Todo se muda a veces sin remedio.
La soledad avanza en sus preguntas
y amanece.
¡Amanece!

LOURDES ESPÍNOLA


 


Nacer Mujer-poeta

 

La alternativa:
Saltar del balcón; despedazarlo.
Faldas, abanico, hilo, aguja:
me desnudo y rebelo.
  ¡Basta de mirar la vida
desde este balcón!
Cárcel semicircular
tímpano sordo, sorda boca
grito y digo
  del solitario oficio de escribir.
Manuscrito de internas visiones
  espejos de mujer abriéndose.
Nazco
rompiendo venenosos manantiales.

 

DELFINA ACOSTA


 

Cosecha

 
Descalza peregrino debajo de la lluvia.
Lloro por dentro
un agua de oro.
Cuéntame, bienamado.
¿Dónde tu reino, tus lacayos,
tu ángel de la guarda, y tu bufón?
Mas, ¿dónde tu victoria,
tu cicatriz profunda,
tu esclava, tu corona,
y tu cabeza amada?
Mi corazón en llamas
es la señal callada de que aún vivo.

 

LISANDRO CARDOZO


 


XV

 

Hoy escribo un poema
a esas lágrimas rodando
mansamente por tu rostro triste.
Le escribo a tus labrios temblorosos
tal vez de amor
o de miedo al inmenso silencio.

 

CARLOS VILLAGRA MARSAL



 
Grito de tierra

 

Grita
el cocuecero.
Vuelve de la chacra gritando
el cocuecero.
Viene gritando la tierra cuando grita
el cocuecero.

Con la antigua cruz de la azada
y con su grave y único grito
regresa este labriego.

Ha sido un día de fuego.
Pero grita su duro grito
el cocuecero.

Trae la espalda rota,
y por eso mismo grita en desafío
el cocuecero.

Sabe bien que la tierra no es suya,
y sin embargo va caminando detrás de su largo grito
el cocuecero.

De oscuro monte a monte
sigue el grito
solo
del campesino moreno.

La luz de cobre se acuesta en el rozado
mientras grita profundamente
el cocuecero.

Todo el crepúsculo cabe
en ese grito
de arriero.


Grito de madera que se incrusta
en el tremendo
silencio.
Allá el lejano, sufrido
grito
del cocuecero.

 

JOSEFINA PLA




Déjame ser


Deja llevarme mi última aventura.
Déjame ser mi propio testimonio,
y dar fe de mi propia
desmemoria.
Déjame diseñar mi último rostro,
apretar en mi oído los pasos de la lluvia
borrándome el adiós definitivo.

Déjame naufragar asida
a un paisaje, una nube,
al vuelo humilde de un gorrión,
a un brote renaciente,
o siquiera al relámpago
que abra en dos mi último cielo.

Sujétame los brazos.
engrilla mis tobillos,
empareda mis párpados.
Pero tatuada una flor en la pupila,
crucificada un alba debajo de la frente,
acurrucado un beso en la raíz de la lengua,
déjame ser mi propio testimonio.