viernes, 30 de mayo de 2014

HELENA RAMOS


 

35

 

Me fui. Las lilas
libraban las cascadas
violeta claro.

 
De: Polychromos (haikus)

 

 

GIOCONDA BELLI

 


 

Noche cerrada
ciega en el tiempo
verde como luna
apenas clara entre las luciérnagas.

Sigo la huella de mis pasos,
el doloroso retorno a la sonrisa,
me invento en la cumbre adivinada
entre árboles retorcidos.


Sé que algún día
se alzarán de nuevo
las yemas recién nacidas
de mi rojo corazón,
entonces, quizás,
oirás mi voz enceguecedora
como el canto de las sirenas;
te darás cuenta
de la soledad;
juntarás mi arcilla,
el lodo que te ofrecí,
entonces tal vez sabrás
cómo pesa el amor
endurecido.

Dios dijo
Dios dijo:
Ama a tu prójimo como a ti mismo.
En mi país
el que ama a su prójimo
se juega la vida.

 

 

ANA ILCE GÓMEZ



 

En sorgono

  

El pequeño Sorgono saliendo de entre la maleza
de los Gennargentu
es triste como el cementerio de Masaya.
Su Ristorante Risveglio con su gran N al revés
en medio de Sorgono ahumado y frío deja caer su sombra.
(¡Ha muerto el Albergo D’Italia!)
Sólo el pequeño pueblo se levanta
frente a los tupidos Gennargentu
con sus manadas de cabras alertas,
con sus ovejas merinas estrenando sus hermosos cencerros,
con su atajo
con su rastrojo
sus esteras de junco
su tristeza de sábado por la tarde
su pila de alcornoques tirados en la sombra
su Ristorante,
además del posadero con la pechera sucia
y de la muchacha siciliana envuelta en su chal
que lleva la ropa
que trae la copa
que deposita la sopa. ¡Eterna sopa de coles del flamante
Risveglio!
Los alrededores de Sorgono son semejantes a un pueblo
del Westcountry inglés o del campo de Hardy.
En Sorgono (terminal y ganglio de carreteras interiores)
las vacas se tienden en el camino que va a Oristano
unos hombres de aire torpe
fuman sus amados cigarros de Macedonia
una mísera vela llora luz
un pastor se mueve como en sueños.
Desde Sorgono es mejor ir a Nuoro que a Abbasanta.
 

 
De: Las ceremonias del silencio

ISOLDA HURTADO


 

Florece el naranjo

 

Es hora de prolongar el ritmo donde reposas silencio

crear vértigos
                      tal vez el horror
afilar la ironía
                                            morirme de risa de mí misma
acariciar los bordes del mutismo a pura palabra.

                    Al sol lo oculta su luz cada amanecer
en el tiempo mi espacio se agranda o disminuye
                                           y mi amor enloquece.

Las palmeras se agitan altas tras su fondo verde
las hormigas en fila disponen bajitas
faenas largas en corta vida     
mas ni alta ni larga es mi espera.

Al labrar la tierra perfilan un sabor agridulce ciertos frutos. Sí.
Así las horas pálidas de espanto me enternecen
hasta explayar mis ansias sobre las avenidas
donde posa la tristeza.

Allí donde todo es mío y nada tengo
florece el naranjo
cuando el polvo barre la tarde.
 

De: Florece el naranjo



 

 

FRANCISCO DE ASÍS FERNÁNDEZ


 

Con la traición de los sueños

  

En toda mi vida solo conocí la humillación del amor.

Y de mi solo quedan paredes derruidas azotadas por el viento,

por el sol y por la traición de los sueños.

Pero siempre hay jugos terrenales en el cuerpo,

un Dinosaurio que vuela con la agitación de sus cuatro alas,

y mujeres que se pintan con lilas y morados los estambres de sus ojos.

¿Pero cómo era cuando estaba muchacho?

¿Cómo era antes de ser un ángel derribado?

Siempre me vi como a alguien más y no como a mi mismo,

atado a la oscuridad de un mundo de deidades familiares.

Hay un yo que conocí en el lago abierto de Granada

sumergido bajo el agua entre helechos y bromelias,

mangles rojos y blancos, cuentas y lentejuelas,

caoba, cedro y ceibas de un bosque húmedo.

Dentro de mi está lo que tengo derecho a desear.

Desde esa gruesa masa rocosa de mi vida

pude esparcir manojos de hierbas y sortilegios,

y amasijos de leñas y piedras ennegrecidas.

De mis fondeaderos salieron y arribaron

barcos cargados con oro, plata y perlas.

Nadie pudo romper el milagro de la poesía:

ni gatilleros, ni tramposos, ni vagabundas.

Y para agitar el agua turbia

me quedo quieto en la piel aterciopelada de los pétalos

que forman el remolino de las rosas.

 

 

ÁLVARO URTECHO

 

Sábado a mediodía


Azorado, ceñido el corazón a sus imágenes,
frente al intenso resplandor del sol
que se endurece entre el tejado de zinc
y los cables del alumbrado público,
piensa en la ciudad en que ahora vive
y se sabe, como en todas, extranjero.
piensa en la lentitud del mundo,
y las cosas rotundas que ha visto.
Símbolos, seres, signos. Todo tan real:
el paso de los años, el rito de los hijos
enterrando a sus padres, tántos
cuerpos amados, sus bocas olvidades,
la dulzura del niño perdido, el fragor,
el oscuro designio, la incandescencia
Reclama un horizonte que no lo petrifique,
una patria florida y generosa que dé amor
a sus hijos, un color, un movimiento
para la imaginación.
Cree que hay un lugar
donde él iría, un oculto lugar en un bosque,
Se siente allí, se imagina una senda esencial:
una cierta vereda con muy pocas figuras
en la bruma lechosa, un breve cementerio,
una fronda cercana de ondulados rumores
y ladridos y voces y campanas fluyendo
de otros tiempos como sangre...
Se sabe
tenebroso, es cierto y siente
como le crece por dentro la condena.