miércoles, 11 de junio de 2014

MIGUEL ARTECHE SALINAS


 


 

El viento trae arenas, pero en la arena viene
Escondida la nueva semilla de la sangre.
El invierno infinito pasó sobre nosotros.
 

En la altura los filos de la nieve perdieron
Su transparencia aguda, sus varas de furores,
Y penetró en la roca la mañana.
 

Pupilas
Rodaron jubilosas. Trajo el beso de ese año
Olor de amor, ¿recuerdas?, y las islas estaban
Cubiertas por la lluvia.
 

Nunca sabe uno en dónde
Encontrará la puerta, nunca sabe si el viento
Sopla desde los huesos o viene hacia los últimos
Aposentos huraños de los huesos marchitos:
 

Uno sólo pregunta en dónde nace; se oye
Soplar, gemir; se mueve entre las manos; sube
Hasta los ojos; taja los vértices del sueño,
Y luego escapa solo.
 

Nunca sabe uno en dónde
Encontrará la puerta: mas cuando ya está cerca,
Uno toca asombrado las ígneas llaves: toma
 

Todo el largo camino -¡la sal, el pan,
El corazón oscuro del pasado, los ídolos
Acurrucados, negros, la estación de los huesos,
 

Los idos para siempre! Y ve que la mañana
Gloriosa se alza, mueve las ramas vigorosas
De los árboles nuevos, y fulmínea arremete contra los campos.
 

Solos, bajo el azul henchido
Contemplamos el valle silencioso.
 

Cansados nos detuvimos.
Todos los brotes parecían
Aguardar la llegada del nacimiento.
 

¡Mundos extendidos, lejanos! ¡Centelleantes corrientes!;
¡Morosos animales recibían la tibia
Resonancia de soles! ¡La tierra adelantaba
El sonido perfecto de la estación!
 

¡Oh espacio núbil, nuevo del cielo!
¡Sobre los cuerpos, árboles que aguardaban los sellos!
 

¡Oh valle extenso y solo,
Cuánto te recordamos en el desierto, cuántas
Veces te recorrimos, cuántas veces te odiamos bajo la lluvia negra!
 

Los dos miramos.
Solos
Descendimos cantando. Todo el aire se hundía
En nuestros pechos.
 

Trajo el viento hacia los dedos
Las semillas que luego metidas en la muerte
Surgirán en alguna madrugada terrible,
Y espadas luminosas volaron sobre el cielo
Hendido. Nadie.
 

Solos entramos en las calles;
Vimos surgir entonces las furiosas raíces,
Y zumbaron las alas, los ojos membranosos;
 

Las pezuñas golpearon los techos.
¡Ay, ciudad
Sitiada por los peces y los gélidos hombros
De las rocas!
 

¡Murmullos de voces sigilosas
Roían los umbrales!
 

En las plazas desiertas
Vacíos trajes vimos con vacíos señores
Que buscaban, a ciegas, ese estrecho y sombrío
 

Pasadizo que corre de un cuerpo a otro cuerpo.
¡Oh muro ennegrecido!
Llovió sobre la tarde:
Combada en pétreo filo entró la noche.
 

¡Muros
Solos del parto, muros poblados de la tumba!
¡Paredes llenas de ojos felinos!
Nadie.
 

Llueve
Inmensamente. Toda la oscuridad penetra
Entre las calles, muerde, astilla las ventanas;
Esteros sucios tragan tinieblas.
 

Llueve.
Llegan
Voces, las olas braman trayendo negros truenos,
Devorando las costas.
 

¿Dónde entrar? ¿Dónde entraron?
Los oficios se han ido, los nombres brillan solos
Sobre el bronce, las copas se llenan de agua -¿dónde
Están?-, el agua arrastra los trabajos, la tinta
Y el tiempo de los verbos.
 

¡Oh lluvia: limpia, lava
Los cimientos del polvo! ¡Oh lluvia: criba el tuétano
De la edad: bate, bate!
 

La calle se estremece.
¡Vamos a volver, vamos a regresar!
¡No vamos
A regresar!
 

El viento sopla un amanecer.
Detrás de las columnas del mundo se levantan
Las puertas poderosas.
 

El agua estaba cerca
Del horizonte: toda la lluvia sube al cielo.
 

¡Ay madrugada: vienes, no tan pronto, tan pronto
Sobre nosotros; llegas interminable; subes
Al trono incandescente de la nube; caminas
Sobre el fuego del ojo! ¡La inminencia, inminencia
De las copas que vuelan por el aire! ¡Vendimias
De la cólera! Vienes, madrugada, tan pronto
Sobre el lagar oscuro de la ira.
 

¡Despiertas
En medio de la noche que termina: te llaman
Con los escalofríos porque alguien está ahí,
Porque alguien ya te lleva, te arrastra hacia otra parte
Oscura, tenebrosa!
 

¡Oh madrugada, deja
Tu sello inmarcesible sobre nosotros!
 

¡Toda la mañana arrebata las últimas esquirlas
De la sombra, dispersa todas las formaciones
Del polvo muerto, cae en los rincones verdes
De la planta, ilumina los trigos inmortales de la sabiduría!
 

¡Se cierran los cerrojos
Del abismo! ¡Murmullos antifonales ruedan
En el azul! ¡Se encienden las paredes altísimas
En las habitaciones del sol!
 

De la distancia
Rueda un silbido apenas, ¡el llamado atraviesa
Los látigos lejanos del pasado!


Y el año corre, avanza.
Por eso corremos en la tarde,
Mientras tocan campanas debajo de los muertos,
Y el mundo está cambiando, y en los huesos nos canta
Un murmullo.
 

¡Raíces rodean la alta roca!,
¡Los árboles inundan la mañana esplendente!,
¡El torbellino silba las nubes que se cierran
Y un vértigo de cascos atraviesa los filos
Del horizonte! ¡Suben los humos!
 

¡Árbol, panes para lavar tristeza!
Despiertos esperamos
Todo el amor, la gloria terrible de los besos inmortales.
 

¡Oh muerte!, ¿dónde está tu victoria,
El aguijón perenne?
Cantamos.
Toda el agua
Cayó sobre nosotros.
 

¡Oh corazón, oh roca
En que se apoya el mundo!, ¡oh fuente nueva, tiende,
Tu corazón encima del granito flamígero!
 

¡El aceite encendido desciende desde el árbol!
¡Manan panes!
 

¡Oh piedra! ¡Oh roca majestuosa!
¡Sobre tus fundamentos tú sostienes el mundo!

 

 

PABLO NERUDA



 

De endurecer la tierra…

 
 

DE endurecer la tierra
se encargaron las piedras:
pronto
tuvieron alas:
las piedras
que volaron:
las que sobrevivieron
subieron
el relámpago,
dieron un grito en la noche,
un signo de agua,
una espada violeta,
un meteoro.


El cielo
suculento
no sólo tuvo nubes,
no sólo espacio con olor a oxigeno,
sino una piedra terrestre
aquí y allá, brillando,
convertida en paloma,
convertida en campana,
en magnitud, en viento
penetrante:
en fosfórica flecha, en sal del cielo.


 

 

 

GABRIELA MISTRAL



 
 

La cuenta-mundo

 

Niño pequeño, aparecido,
que no viniste y que llegaste,
te contaré lo que tenemos
y tomarás de nuestra parte.


 

 

CECILIA PALMA


 
 

SOLEDADI

  

Destapo el abismo
bajo la cama
la frialdad entra
buscando refugio.

 
De “A pesar del azul”

 

 

CRISTIAN COTTET



 

Todo comienza mañana

 

Todo comienza mañana: lo de hoy,
aquello que enterramos cuando niños,
el barco de papel, el beso tras la cortina de humo:
aunque no esté presente sino de ausencias,
con luz de neón y escarchas pegadas
en el techo,
hoy ha terminado alguna circunstancia que desposee
nombre, ubicación o espacio:
lástima, lástima que todo acabe de igual manera,
aquellos que dijeron lo inverso repetirán
que todo esto es un error: mañana,
quizás mañana seremos los mismos héroes de siempre:
llegaremos a casa para encender el televisor,
diremos entre dientes una mentira descarada...
pero es inútil,
de verdad, todo aquello que soñamos comienza mañana:
el penúltimo soplo de amor que se conozca,
el niño, ese ausente que apunta su fusil entre la selva,
el mismo y su arraigo envejecido:
entonces, mejor dejar para mañana estas caricias
ya que -digámoslo con franqueza-
pocas son las respuestas que nos restan en la boca.


Mañana será el día de la felicidad perdida.
Todo comienza, entonces, entre estertores somnolientos:
lo de hoy, lo escondido, el muerto animal, todo.

 

 

ALEJANDRO LAVQUÉN

 

 

En un lugar de Valparaíso

 
 

Un cirujano misterioso
ha cortado el cerro
con su fantástico bisturí.
Las casas trapecistas
se desnudan ante mis ojos.
Un perro ladra bajo
los jardines colgantes
llenos de ventanas
que escapan del cerro
para despedir ascensores.
Todo parece desprenderse
hacia el mar, pero nada cae,
ni siquiera el fulgor
de una sonrisa
que se pierde entre
vertiginosas escaleras,
por las cuales corro
tratando de alcanzarla.