sábado, 14 de junio de 2014

MIGUEL ARTECHE SALINAS



 

  

Toco en la oscuridad las cerraduras.
¿Cómo llegué hasta aquí?
Es una extraña casa
Que rodean tinieblas, y me llaman.
¿Quién eres tú, la que me canta?
Recuerdo ahora el mar. ¡El mar! Si yo pudiera
Volver al mar a aquella playa
Donde llovía siempre. Allá arriba las verdes colinas
Y más allá la tierra escarlata, y la Gran Cordillera
Que vigila volcanes, el viento que sopla desde allí,
Y el cielo de cristal.
Nadie en las dunas.
La lluvia ahuyenta
Y me deja solo en esta playa de pronto interminable.


Como el mar es la casa, como la lluvia sus muros.
Siento mis pasos: ya están aquí, y abro la puerta.
¿Cómo cruzar el fuego que arde entre tus pasos y los míos?
¿Quién me trajo a estos muros que se encienden y se apagan?


Y entro en otros cuartos que se abren a otros cuartos,
Y el silencio es un cíngulo dormido en los dinteles.
La imperceptible niebla empapa las recámaras,
Pisa los zócalos, roza ventanas, hunde los lechos.


Mis pasos se adelantan al llegar a la sala, al llegar a la mesa,
Al llegar al libro abierto de polvo,
Al libro y a la mesa que nadie ha tocado en mil años,
Y nadie vendrá.
Pero ahora la niebla
Toca con su frente los umbrales.
Ya no hay nadie en la casa. (Si hubiera alguien,
¿A quién amar ahora?). Toco la mesa
Y la mesa se ilumina.
Toco las cerraduras
Y las cerraduras se abren.
Toco en la oscuridad los muros,
Y los muros se apartan,
Y escucho en el silencio de la sangre el río que me habla
Sobre esta oscuridad.

 

PABLO NERUDA


 

Débil del alba

 

El día de los desventurados, el día pálido asoma
con un desgarrador olor frío, con sus fuerzas en gris,
sin cascabeles, goteando el alba por todas partes:
es un naufragio en el vacío, con un alrededor de llanto.


Porque se fue de tantos sitios la sombra húmeda, callada,
de tantas cavilaciones en vano, de tantos parajes terrestres
en donde debió ocupar hasta el designio de las raíces,
de tanta forma aguda que se defendía.


Yo lloro en medio de lo invadido, entre lo confuso,
entre el sabor creciente, poniendo el oído
en la pura circulación, en el aumento,
cediendo sin rumbo el paso a lo que arriba,
a lo que surge vestido de cadenas y claveles,
yo sueño, sobrellevando mis vestigios morales.


Nada hay de precipitado ni de alegre, ni de forma orgullosa,
todo aparece haciéndose con evidente pobreza,
la luz de la tierra sale de sus párpados
no como la campanada, sino más bien como las lágrimas:
el tejido del día, su lienzo débil,
sirve para una venda de enfermos, sirve para hacer señas
en una despedida, detrás de la ausencia:
es el color que sólo quiere reemplazar,
cubrir, tragar, vencer, hacer distancias.


Estoy solo entre materias desvencijadas,
la lluvia cae sobre mí, y se me parece,
se me parece con su desvarío, solitaria en el mundo muerto,
rechazada al caer, y sin forma obstinada.

 

 

 

 

GABRIELA MISTRAL





Nocturno

 

Padre Nuestro, que estás en los cielos,
¡por qué te has olvidado de mí!
Te acordaste del fruto en febrero,
al llagarse su pulpa rubí.
¡Llevo abierto también mi costado,
y no quieres mirar hacia mí!



Te acordaste del negro racimo,
y lo diste al lagar carmesí;
y aventaste las hojas del álamo,
con tu aliento, en el aire sutil.
¡Y en el ancho lagar de la muerte
aun no quieres mi pecho oprimir!


Caminando vi abrir las violetas;
el falerno del viento bebí,
y he bajado, amarillos, mis párpados,
por no ver más enero ni abril.


Y he apretado la boca, anegada
de la estrofa que no he de exprimir.
¡Has herido la nube de otoño
y quieres volverte hacia mí!


Me vendió el que besó mi mejilla;
me negó por la túnica ruin.
Yo en mis versos el rostro con sangre,
como Tú sobre el paño, le di,
y en mi noche del Huerto, me han sido
Juan cobarde y el Ángel hostil.


Ha venido el cansancio infinito
a clavarse en mis ojos, al fin:
el cansancio del día que muere
y el del alba que debe venir;
¡el cansancio del cielo de estaño
y el cansancio del cielo de añil!


Ahora suelto la mártir sandalia
y las trenzas pidiendo dormir.
Y perdida en la noche, levanto
el clamor aprendido de Ti:
¡Padre Nuestro, que estás en los cielos,
por qué te has olvidado de mí!

 

CECILIA PALMA


 

Noche de poetas

 

El poeta
no descansa de
sus sueños
duerme solo la
noche del cuerpo.

 

De “Asirme de tus hombros"

 

 

CRISTIAN COTTET


 

Nunca, nunca estuve en N.Y.

  

Sentado en un extenso comedor colectivo,
mirando de reojo algunos vecinos de plato,
estregándome los ojos para arrancar lagañas,
recuerdo una niña de cabello casi libre.
En esos días te enamoraba con más frecuencia
que ahora, con más calor, con un trozo de apego afuerino
aunque nunca,
...........nunca estuvimos caminando por New York.


Mi celda era un pequeño cuarto en el séptimo
piso de un tugurio: bebía sólo por beber,
sin razón ni explicaciones: vertí más de una vez
improperios en murallas de los baños: una mujer entonces,
una pequeña mujer de pelo rizo miraba tras la
ventana, asomó su cabeza desde el fondo del salón:
luego me enteré de su espalda doblada, de poemas
cayendo del bolsillo, un sinnúmero de voces cantando
en español, ya que esto sucedía en nuestro barrio
................ya que nunca estuve con ella por New York.


Era Santiago de Chile, y poco a poco hicimos de esta ciudad
nuestra ausencia, el exilio de aquellos que jamás
volaron en avión: los abandonados a la suerte de lo que venga:
hicimos el amor en oscuras esquinas -no por lucirnos
ni por snob, sino por carecer una cama donde hacerlo-:
era nuestra particular derrota la que arrastramos:


el resguardo sucio y hediondo de un hotel barato
nos hizo sonreír por no tener lágrimas para dejar
de propina:
por las calles de esta ciudad bebí lo más fuerte que
encontraba, vomité más de cien veces en la avenida
principal: a ti ni a mí nos molestaron nunca las putas,
ni los negros, ni los «cabeza negra»
que convivían con nuestra propia soledad:
en cambio,
no creyeron cuando dijimos que los golpes dolían,
que nuestros propios derechos humanos eran también
nuestra propia soledad
y que nunca -«por favor, créanos»-
...........nunca estuvimos en New York.


Ahora,
sentado en un extenso comedor colectivo,
mirando de reojo fétidos huesos que acompañan
este plato de aluminio, extraño no haber recorrido
las calles de New York, desconocer la mierda que
arrastra sus veredas, hablar en el idioma putrefacto
de sus muertos, comentar la infinitud de sus burdeles.
Ahora, desorbitada un poco la figura que miro,
me viene de golpe la muchacha de pelo rizo, pidiendo
sólo un poco de agua, doblada en dos, con estertores de muerte,
un hospital:
intento acercarme a su rostro, reconocer la finura de
sus penas en esta basura de quedarnos tirados,
por último, comentar con ella lo ridículo que resulta
no haber estado juntos en New York:
no haber estado juntos en New York
cuando su vida es tan corta -y se pierde, se pierde-
y la tristeza que recuerde
sea sólo de las calles de Santiago,
sea sólo de las calles de Santiago.

 

 

ALEJANDRO LAVQUÉN


  

Jornada

 

Algunos obreros se emborrachan
en los bares que circundan
las riberas del río,
vuelven a su casas como sonámbulos
embriagados de antiguas canciones,
mendigando un boleto
de bus.
Las fábricas se encienden en la hora
que muere antes del primer
mordisco de pan.
Todo es tardío en los estómagos
de los obreros,
todo es plenitud en la caja fuerte
del cabrón que los explota.
El día avanza, y un murmullo de miseria
lapida los intestinos de la ciudad.