martes, 19 de agosto de 2014

MANUEL ALTOLAGUIRRE




El ciego amor no sabe de distancias...

 

El ciego amor no sabe de distancias
y, sin embargo, el corazón desierto
todo su espacio para mucho olvido
le da lugar para perderse a solas
entre cielos abismos y horizontes.
Cuando me quieres, al mirarme adentro,
mientras la sangre nuestra se confunde,
una redonda lejanía profunda
hace posible nuevas ilusiones.
Ser tuyo es renacerme porque logras
borrar, hundir, que se retiren todos
los espejos, los muros de mi alma.
Blancura del amor. Con cuánto fuego
se anunció tu presencia. Tengo ahora
la luz de aquel incendio y un vacío
donde esperar, donde temer tu vida.

 

 

JOSÉ MARÍA HINOJOSA


 

Mi alegría



Vino a mí en espiral,
con vuelo de mañana,
su voz hecha sonrisa
de lucero del alba.

Mi sangre baña el río
en aleteo de agallas;
queda el cuerpo sin sangre
y oye la voz del alba.

Está mi cuerpo frío
ya tendido en la playa,
y huyendo de la luz
desaparece el alba.

Su voz hecha sonrisa
vino a mí en espiral;
mi gesto sin aristas
fue a ella en espiral.

 

 

 

RAFAEL ALBERTI


  

La niña rosa, sentada...

  

La niña rosa, sentada.
Sobre su falda,
como una flor,
abierto, un atlas.
¡Cómo la miraba yo
viajar, desde mi balcón!
Su dedo, blanco velero,
desde las islas Canarias
iba a morir al mar Negro.
¡Cómo la miraba yo
morir, desde mi balcón!.
La niña, rosa sentada.
Sobre su falda,
como una flor,
cerrado, un atlas.
Por el mar de la tarde
van las nubes llorando
rojas islas de sangre.
 

 

 

EMILIO PRADOS


 

Y mi silencio no ha sido una crueldad...

 

Y mi silencio no ha sido una crueldad que se perdía oculta entre mis ropas
Yo no sé predecir
La luz únicamente más allá de mí mismo
Todo lo conocía
Conocía el mar y esos cuerpos desnudos
Pero me devoraba la sangre entre las manos
Pedir perdón sería recordar un poema
Y si yo escribo es únicamente porque no sé si he muerto
Tan lejos
La emancipación de nuestros sentidos está en recuperar la palabra
A B C D nos referían nuestras antiguas historias

 

 

FEDERICO GARCÍA LORCA


 

El amor duerme en el pecho del poeta

 

Tú nunca entenderás lo que te quiero
porque duermes en mí y estás dormido.
Yo te oculto llorando, perseguido
por una voz de penetrante acero.

Norma que agita igual carne y lucero
traspasa ya mi pecho dolorido
y las turbias palabras han mordido
las alas de tu espíritu severo.

Grupo de gente salta en los jardines
esperando tu cuerpo y mi agonía
en caballos de luz y verdes crines.

Pero sigue durmiendo, vida mía.
¡Oye mi sangre rota en los violines!
¡Mira que nos acechan todavía!

 

 

 

DÁMASO ALONSO




¡Ay, terca niña!...

 

¡Ay, terca niña!
Le dices que no al viento,
a la niebla y al agua:
rajas al viento,
partes la niebla,
hiendes el agua.
Te niegas a la luz profundamente:
la rechazas,
ya teñida de ti: verde, amarilla,
- vencida ya -  gris, roja, plata.

Y celas de la noche,
la ardua
noche de horror de tus entrañas sordas.

Cuando la mano intenta poseerte,
siente la piel tus límites:
la muralla, la cava
de tu enemiga fe, siempre en alerta.

Nombre te puse, te marcó mi hierro,
«cáliz», «brida», «clavel», «cenefa», «pluma»...
(Era tu sombra lo que aprisionaba.)
Al interior sentido
convoqué contra ti. Y, oh burladora,
te deshiciste en forma y en color,
en peso o en fragancia.
¡Nunca tú: tú, caudal, tú, inaprehensible!

¡Ay, niña terca.
Ay, voluntad del ser, presencia hostil,
límite frío a nuestro amor! ¡Ay turbia
bestezuela de sombra,
que palpitas ahora entre mis dedos,
que repites ahora entre mis dedos
tu dura negativa de alimaña.