lunes, 25 de agosto de 2014

JUAN JOSÉ DOMENCHINA

 

Venimos de la noche

 

Venimos de la noche, de la sombra
polvorienta, del odio rescoldado
a fuego lento, por la lenta alfombra
de la ceniza —polvo triturado,

residuo de un pasado que se nombra
con un nombre pretérito y dejado
de Dios, y que, tendido, desescombra
la sombra de su sueño derrumbado.

Venimos de la muerte sobre un resto
de vida que aún arrastra en su caída
su dispensada voluntad sin puesto.

¡Polvo en el polvo del camino, huida
sin fin! Venimos de la muerte en esto
—polvo en el polvo— que llamamos vida.



 

PEDRO GARFIAS




Llanto sobre una isla
 


     I

Ahora
Ahora sí que voy a llorar sobre esta gran roca sentado
la cabeza en la bruma y los pies en el agua
y el cigarrillo apagado entre los dedos...

Ahora
Ahora sí que voy a vaciaros ojos míos, corazón mío,
abrir vuestras espitas y vaciaros
sin peligro de inundaciones.
Ahora voy a llorar por vosotros los secos
los que exprimís vuestra congoja como una virgen sus pechos
y por vosotros los extintos
que ya exhaláis vapor de hieles.

Ahora voy a llorar por los que han muerto sin saber por qué
cuyos porqués resuenan todavía
en la tirante bóveda impasible...
Y también por vosotras, lívidas, turbias, desinfladas madres,
vientres de larga voz que araña los caminos.
Un llanto espeso por los pueblecitos
que ayer triscaban a un sol cándido y jovial
y hoy mugen a las sombras tras las empalizadas.

Y por las multitudes
que pasan sus vigilias escarbando la tierra...
Un llanto viudo por los transeúntes
tan serios en el ataúd de su levita.

Ahora
Ahora voy a llorar mis llantos olvidados
mis llantos retenidos en su frente
como pájaros presos en la liga.
Los llantos subterráneos
los que minan el mundo y lo socavan
los que buscan la flor de la corteza
y el cauce de la luz, los llantos mínimos
y los llantos caudales acudan a mis ojos
y fluyan en corriente sosegadas
a incorporarse al llanto universal.

Sobre esta roca verdinegra
agua y agua a mi alrededor
ahora si voy a llorar a gusto.


 

JOSÉ MARÍA HINOJOSA

 

La Rosa de los Vientos


Para picotear sobre mi fría palma
bajan aleteando las estrellas
y la Osa Mayor no será nunca blanca
porque ha olvidado su pasión mimética.

Han puesto colgaduras encaladas
para borrar los huecos de mis huellas,
mujeres negras que habitan mi casa.
Sólo han brotado de mi barco velas.

Mientras oteo curvos horizontes
en el balcón de escarcha tempranera,
veo llegar el humo desde Londres,
que amarillo nació en las chimeneas
y, cano ya, me llama a grandes voces
y pregunta con gesto anacoreta
por la senda que lleva al Polo Norte.

Encogiendo mis hombros hechos niebla
yo le regalo un alfabeto Morse.

 

 

 

RAFAEL ALBERTI



Castigos


Es cuando golfos y bahías de sangre,
coagulados de astros difuntos y vengativos,
inundan los sueños.

Cuando golfos y bahías de sangre
atropellan la navegación de los lechos
y a la diestra del mundo muere olvidado un ángel.

Cuando saben a azufre los vientos
y las bocas nocturnas a hueso, vidrio y alambre.
Oídme.

Yo no sabía que las puertas cambiaban de sitio,
que las almas podían ruborizarse de sus cuerpos,
ni que al final de un túnel la luz traía la muerte.

Oídme aún.

Quieren huir los que duermen.
Pero esas tumbas del mar no son fijas,
esas tumbas que se abren por abandono y cansancio del cielo no son estables,
y las albas tropiezan con rostros desfigurados.

Oíd aún. Más todavía.

Hay noches en que las horas se hacen de piedra en los espacios,
en las venas no andan
y los silencios yerguen siglos y dioses futuros.

Un relámpago baraja las lenguas y trastorna las palabras.
Pensad en las esferas derruidas,
en las órbitas secas de los hombres deshabitados,
en los milenios mudos.

Más, más todavía. Oídme.

Se ve que los cuerpos no están en donde estaban,
que la luna se enfría de ser mirada
y que el llanto de un niño deforma las constelaciones.

Cielos enmohecidos nos oxidan las frentes desiertas,
donde cada minuto sepulta su cadáver sin nombre.

Oídme, oídme por último.

Porque siempre hay un último posterior a la caída de los páramos,
al advenimiento del frío en los sueños que se descuidan,
a los derrumbos de la muerte sobre el esqueleto de la nada.

 

 

 

FEDERICO GARCÍA LORCA

 

Largo espectro de plata conmovida...
 

Largo espectro de plata conmovida
el viento de la noche suspirando,
abrió con mano gris mi vieja herida
y se alejó: yo estaba deseando.

Llaga de amor que me dará la vida
perpetua sangre y pura luz brotando.
Grieta en que Filomela enmudecida
tendrá bosque, dolor y nido blando.

¡Ay qué dulce rumor en mi cabeza!
Me tenderé junto a la flor sencilla
donde flota sin alma tu belleza.

Y el agua errante se pondrá amarilla,
mientras corre mi sangre en la maleza
mojada y olorosa de la orilla.

 

 

 

VICENTE ALEIXANDRE


  

Hija de la mar

 

Muchacha, corazón o sonrisa,
caliente nudo de presencia en el día,
irresponsable belleza que a sí misma se ignora,
ojos de azul radiante que estremece.

Tu inocencia como un mar en que vives-
qué pena a ti alcanzarte, tú sola isla aún intacta;
qué pecho el tuyo, playa o arena amada
que escurre entre los dedos aún sin forma.

Generosa presencia la de una niña que amar,
derribado o tendido cuerpo o playa a una brisa,
a unos ojos templados que te miran,
oreando un desnudo dócil a su tacto.

No mientas nunca, conserva siempre
tu inerte y armoniosa fiebre que no resiste,
playa o cuerpo dorado, muchacha que en la orilla
es siempre alguna concha que unas ondas dejaron.

Vive, vive como el mismo rumor de que has nacido;
escucha el son de tu madre imperiosa;
sé tú espuma que queda después de aquel amor,
después de que, agua o madre, la orilla se retira.