sábado, 6 de septiembre de 2014

RUBÉN DARÍO

 

Franca, cristalina
 

Franca, cristalina,
Alma sororal,
Entre la neblina
De mi dolor y de mi mal
Alma pura,
Alma franca,
Alma obscura
Y tan blanca...
Sé conmigo
Un amigo,
Sé lo que debes ser,
Lo que Dios te propuso,
La ternura y el huso,
Con el grano de trigo
Y la copa de vino,
Y el arrullo sincero
Y el trino,
A la hora y a tiempo.
¡A la hora del alba y de la tarde,
Al despertar y del soñar y el beso!

Alma sororal y obscura,
Con tus cantos de España,
Que te juntas a mi vida
Rara,
Y a mi soñar difuso,
Y a mi soberbia lira,
Con tu rueca y tu huso,
Ante mi bella mentira,
Ante Verlaine y Hugo,
¡Tú que vienes
De campos remotos y ocultos!

 

 

 

LEOPOLDO LUGONES


 

Divagación lunar

 

Si tengo la fortuna
De que con tu alma mi dolor se integre,
Te diré entre melancólico y alegre
Las singulares cosas de la luna.
Mientras el menguante exiguo
A cuyo noble encanto ayer amaste
Aumenta su desgaste
De cequín antiguo,
Quiero mezclar a tu champaña,
Como un buen astrónomo teórico,
Su luz, en sensación extraña
De jarabe hidroclórico.
Y cuando te envenene
La pálida mixtura,
Como a cualquier romántica Eloísa o Irene,
Tu espíritu de amable criatura
Buscará una secreta higiene
En la pureza de mi desventura.

Amarilla y flacucha,
La luna cruza el azul pleno,
Como una trucha
Por un estanque sereno.
Y su luz ligera,
Indefiniendo asaz tristes arcanos,
Pone una mortuoria traslucidez de cera
En la gemela nieve de tus manos.

Cuando aún no estaba la luna, y afuera
Como un corazón poético y sombrío
Palpitaba el cielo de primavera,
La noche, sin ti, no era
Más que un oscuro frío.
Perdida toda forma, entre tanta
Obscuridad, era sólo un aroma;
y el arrullo amoroso ponía en tu garganta
Una ronca dulzura de paloma.
En una puerilidad de tactos quedos,
La mirada perdida en una estrella,
Me extravié en el roce de tus dedos.

Tu virtud fulminaba como una centella...
Mas el conjuro de los ruegos vanos
Te llevó al lance dulcemente inicuo,
Y el coraje se te fue por las manos
Como un poco de agua por un mármol oblicuo.

La luna fraternal, con su secreta
Intimidad de encanto femenino,
Al definirte hermosa te ha vuelto coqueta,
Sutiliza tus maneras un complicado tino;
En la lunar presencia,
No hay ya ósculo que el labio al labio suelde;
Y sólo tu seno de audaz insipiencia,
Con generosidad rebelde,
Continúa el ritmo de la dulce violencia.

Entre un recuerdo de Suiza
Y la anécdota de un oportuno primo,
Tu crueldad virginal se sutiliza;
Y con sumisión postiza
Te acurrucas en pérfido mimo,
Como un gato que se hace una bola
En la cabal redondez de su cola.
Es tu ilusión suprema
De joven soñadora,
Ser la joven mora
De un antiguo poema.
La joven cautiva que llora
Llena de luna, de amor y de sistema.

La luna enemiga
Que te sugiere tanta mala cosa,
Y de mi brazo cordial te desliga,
Pone un detalle trágico en tu intriga
De pequeño mamífero rosa.
Mas, al amoroso reclamo
De la tentación, en tu jardín alerta,
Tu grácil juventud despierta
Golosa de caricia y de «Yoteamo».
En el albaricoque
Un tanto marchito de tu mejilla,
Pone el amor un leve toque
De carmín, como una lucecilla.
Lucecilla que a medias con la luna
Tu rostro excava en escultura inerte,
y con sugestión oportuna
De pronto nos advierte
No sé qué próximo estrago,
Como el rizo anacrónico de un lago
Anuncia a veces el soplo de la muerte.

 

ENRIQUE LARRETA

 

Cuando me voy por esas calles

 
Cuando me voy por esas calles de Dios, silbando,
canturreando, insensibles el alma y el sentido,
cuando sigo al azar la prisa, el dengue, el ruido,
que yo mismo celebro silbando, canturreando,

siéntome como libre de ti. Voyme pensando
que pueda defenderme, si no con el olvido
por lo menos con algo que anuncia al sometido
corazón la entereza con qué soñó, soñando.

Pero así que mis pies recobraron* el sendero
de soledad y el ánimo sus júbilos sencillos;
frescas voces del árbol, el grito del hornero,

el gusto aquel de arena del viento, pronto vuelve
mi amor a ser tu sombra, la llama que te envuelve,
la hierba de tus pasos, tu música de grillos.

 

 

 

 

RICARDO JAIMES FREYRE


 

Los cuervos

 

Sobre el himno del combate
y el clamor de los guerreros,
pasa un lento batir de alas;
se oye un lúgubre graznido,
y penetran los dos Cuervos,
los divinos, tenebrosos mensajeros,
y se posan en los hombros del Dios
y hablan a su oído.

 

 

GUILLERMO VALENCIA CASTILLO


 

Los camellos

                                    Lo triste es así...   
                                    Peter Altenberg

 

Dos lánguidos camellos, de elásticas cervices,
de verdes ojos claros y piel sedosa y rubia,
los cuellos recogidos, hinchadas las narices,
a grandes pasos miden un arenal de Nubia.

Alzaron la cabeza para orientarse, y luego
el soñoliento avance de sus vellosas piernas
-bajo el rojizo dombo de aquel cenit de fuego-
pararon silenciosos, al pie de las cisternas...

Un lustro apenas cargan bajo el azul magnífico,
y ya sus ojos quema la fiebre del tormento:
tal vez leyeron, sabios, borroso jeroglífico
perdido entre las ruinas de infausto monumento.

Vagando taciturnos por la dormida alfombra,
cuando cierra los ojos el moribundo día,
bajo la virgen negra que los llevó en la sombra
copiaron el desfile de la Melancolía...

Son hijos del Desierto: prestóles la palmera
un largo cuello móvil que sus vaivenes finge,
y en sus marchitos rostros que esculpe la Quimera
¡sopló cansancio eterno la boca del Esfinge!

Dijeron las Pirámides que el viejo sol rescalda:
«amamos la fatiga con inquietud secreta...»
y vieron desde entonces correr sobre una espalda
tallada en carne, viva, su triangular silueta.

Los átomos de oro que el torbellino esparce
quisieron en sus giros ser grácil vestidura,
y unidos en collares por invisible engarce
vistieron del giboso la escuálida figura.

Todo el fastidio, toda la fiebre, toda el hambre,
la sed sin agua, el yermo sin hembras, los despojos
de caravanas... huesos en blanquecino enjambre...
todo en el cerco bulle de sus dolientes ojos.

Ni las sutiles mirras, ni las leonadas pieles,
ni las volubles palmas que riegan sombra amiga,
ni el ruido sonoroso de claros cascabeles
alegran las miradas al rey de la fatiga:

¡Bebed dolor en ellas, flautistas de Bizancio
que amáis pulir el dáctilo al son de las cadenas,
sólo esos ojos pueden deciros el cansancio
de un mundo que agoniza sin sangre entre las venas!

¡Oh artistas! ¡Oh camellos de la Llanura vasta
que vais llevando a cuestas el sacro Monolito!
¡Tristes de Esfinge! ¡novios de la Palmera casta!
¡Sólo calmáis vosotros la sed de lo infinito!

¿Qué pueden los ceñudos? ¿Qué logran las melenas
de las zarpadas tribus cuando la sed oprime?
Sólo el poeta es lago sobre este mar de arenas,
sólo su arteria rota la Humanidad redime.

Se pierde ya a lo lejos la errante caravana
dejándome -camello que cabalgó el Excidio...-
¡cómo buscar sus huellas al sol de la mañana,
entre las ondas grises de lóbrego fastidio!

¡No! buscaré dos ojos que he visto, fuente pura
hoy a mi labio exhausta, y aguardaré paciente
hasta que suelta en hilos de mística dulzura
refresque las entrañas del lírico doliente;

Y si a mi lado cruza la sorda muchedumbre
mientras el vago fondo de esas pupilas miro,
dirá que vio un camello con honda pesadumbre,
mirando silencioso dos fuentes de zafiro...

 

 

 

JULIÁN DE CASAL


 

4. Paisaje de verano

  

Polvo y moscas. Atmósfera plomiza
donde retumba el tabletear del trueno
y, como cisnes entre inmundo cieno,
nubes blancas en cielo de ceniza.

El mar sus ondas glaucas paraliza,
y el relámpago, encima de su seno,
del horizonte en el confín sereno
traza su rauda exhalación rojiza.

El árbol soñoliento cabecea,
honda calma se cierne largo instante,
hienden el aire rápidas gaviotas,

el rayo en el espacio centellea,
y sobre el dorso de la tierra humeante
baja la lluvia en crepitantes gotas.
 

De "Mi museo ideal":