viernes, 6 de febrero de 2015

ALBERTO ÁNGEL MONTOYA


 

El rito

 

He hallado un rito antiguo, dolor, para que oficie
tu orgullo su venganza.
                                               Asiática molicie
sobre cojines blandos. Mágico sueño de opio.
Edén imaginario que a la tristeza engañas,
colores imposibles y figuras extrañas
como si fueran vistos en un caleidoscopio.

No saber de los odios, envidias y rencores.
Creer estar tendido sobre un tapiz de flores.
Dejar de ser, o acaso ser todo y no ser nada.

Oh sueño que simulas roce de manos de hada
sobre los ojos puestas. El mundo qué pequeño.
Qué corta la existencia para vivir un sueño.

Frágil entre una nube de túnicas flotantes
pasa un desfile eterno de cuerpos insinuantes
que yo jamás amé.

Y todo en un pesado silencio de nirvana,
mientras que, suavemente, de la mesita enana
se difunde el aroma de las tazas de té.

Y ella lejos, muy lejos. Tan lejos, tan lejana,
que fue un milagro el lecho con ella esta mañana.


 

 

 

 

AMALIA IGLESIAS


 

Patio interior

 
 
Patio interior.
Un niño pronuncia notas de saxo,
notas de níquel y nácar
para interiores urbanos.
Desde el sexto se precipitan
sonidos de Pork Pie Hat.
Un niño llora canicas blandas
sobre las horas de hormigón:
aullido en cuatro metros
                                           patio interior
                                           cuadrado.

En el quinto visillos sin persianas,
                                                        esquejes de geranios,
                                                        ollas express
zumbidos bullir de aspiradores.

En el cuarto las pilas anuncian detergentes.
La mujer del tercero iza las velas
en la tercera ventana.

El gato negro ensaya por séptima vez
el salto al vacío.
Un sol de mayo indescifrable
                  baja a suicidarse en las antenas.

A treinta metros
otro niño contesta notas de saxo,
enredaderas blancas, interiores urbanos.
Desde el sexto se precipitan
sonidos de Pork Pie Hat.
Un niño llora canicas blandas
                                                  cuatro metros
                                                  patio interior
                                                  cuadrado.

 
De "Dados y dudas"

 

BLANCA ANDREU




Desde Irak

 

Respóndeme, político, ¿por qué
quieres desfigurar la faz del mundo?
¿Por qué quieres cortar
las cabezas azules de mis templos?
¿Por qué quieres
salpicar con mi sangre
a tu pueblo inocente?
¿No sabes que si envías
la muerte a visitarme
volverá sobre ti, boomerang en retorno?
¿Por qué quieres
matar mi casa
romper mi niño
quemar mi perro?

 

 

 

ROBERTO FERNÁNDEZ RETAMAR


 

El primer otoño de sus ojos

 

Hojas color de hierro, color de sangre, color de oro,
Pedazos del castillo del día
Sobre los muertos pensativos.

Mientras la luz se filtra entre las ramas,
El aire frío esparce las memorias.

Es el primer otoño de sus ojos.

Cuánto camino andado hasta la huesa
Donde se han ido ahilando
Los amigos nocturnos del vino
Y los lejanos maestros.

Quedar como ellos profiriendo flores,
Quedar como ellos perfumando umbrosos,
Quedar juntos y dialogar
En plantas renacientes,
Para que nuevos ojos escuchen mañana
En el cristal de otoño
Los murmullos de corazones desvanecidos.

 

 

ÁNGELA FIGUERA AYMERICH


 

Destino

  

Vaso me hiciste, hermético alfarero,
y diste a mi oquedad las dimensiones
que sirven a la alquimia de la carne.
Vaso me hiciste, recipiente vivo
para la forma un día diseñada
por el secreto ritmo de tus manos.

«Hágase en mí», repuse. Y te bendije
con labios obedientes al destino.

¿Por qué, después, me robas y defraudas?

Libre el varón camina por los días.
Sus recias piernas nunca soportaron
esa tremenda gravidez del fruto.

Liso y escueto entre ágiles caderas
su vientre no conoce pesadumbre.

Sólo un instante, furia y goce, olvida
por mí su altiva soledad de macho;
libérase a sí mismo y me encadena
al ritmo y servidumbre de la especie.

Cuán hondamente exprimo, laborando
con células y fibras, con mis órganos
más íntimos, vitales dulcedumbres
de mi profundo ser, día tras día.

Hácese el hijo en mí. ¿Y han de llamarle
hijo del Hombre  cuando, fieramente,
con decisiva urgencia me desgarra
para moverse vivo entre las cosas?
Mío es el hijo en mí y en él me aumento.
Su corazón prosigue mi latido.
Saben a mí sus lágrimas primeras.
su risa es aprendida de mis labios.
y esa humedad caliente que lo envuelve
es la temperatura de mi entraña.

¿Por qué, Señor, me lo arrebatas luego?
¿Por qué me crece ajeno, desprendido,
como amputado miembro, como rama
desconectada del nutricio tronco?

En vano mi ternura lo persigue
queriéndolo ablandar, disminuyéndolo.
Alto se yergue. duro se condensa.
Su frente sobrepasa mi estatura,
y ese pulido azul de sus pupilas
que en un rincón de mí cuajó su brillo
me mira desde lejos, olvidando.

Apenas sí las yemas de mis dedos
aciertan a seguir por sus mejillas
aquella suave curva que, al beberme,
formaba con la curva de mis senos
dulcísima tangencia.

 

 

GABRIEL FERRATER


 

Juego

 

Puedes jugar con su cuerpo,
que es joven y ríe, y quiere
el juego, y no se ha saciado de él.
¿Crees todavía que en ti hay vicio?
Muestra tu vicio. Date
entero. Si lo amas,
no ahogues ese temblor:
la curiosidad del cuerpo, que tú
hace demasiado tiempo que llamas deseo.

 

Versión de José María Valverde