jueves, 10 de septiembre de 2015

JORGE CUESTA PORTE-PETIT




Hora que fue, feliz y aún incompleta



Hora que fue, feliz y aún incompleta,
Nada tiene de mí más todavía,
Sino los ojos que la ven vacía,
Despojada de mí, de ella sujeta.

La vida no se ve ni se interpreta;
Ciega asiste a tener lo que veía.
No es, ya pasada, suyo lo que cría
Y ya no goza más lo que sujeta.

Es el eterno gozo quien apura
El ocio vivo y la pasión futura.
Sobreviviendo a su interior abismo,

El amor se obscurece y se suprime,
Y mira que la muerte se aproxime
A la vana insistencia de mí mismo.



SALVADOR NOVO




Tú, yo mismo



Tú, yo mismo, seco como un viento derrotado
Que no pudo sino muy brevemente sostener en sus brazos una hoja que arrancó de los árboles
¿Cómo será posible que nada te conmueva,
Que no haya lluvia que te estruje ni Sol que rinda tu fatiga?
Ser una transparencia sin objeto
Sobre los lagos limpios de tus miradas
Oh tempestad, diluvio de hace ya mucho tiempo.
Si desde entonces busco tu imagen que era solamente mía
Si en mis manos estériles ahogué la última gota de tu sangre y mi lágrima,
Y si fue desde entonces indiferente el mundo e infinito el desierto
Y cada nueva noche musgo para el recuerdo de tu abrazo
¿Cómo en el nuevo día tendré sino tu aliento,
Sino tus brazos impalpables entre los míos?
Lloro como una madre que ha reemplazado al hijo único muerto.
Lloro como la tierra que ha sentido dos veces germinar el fruto perfecto y mismo.
Lloro porque eres tú para mi duelo
Y ya te pertenezco en el pasado.



MANUEL JOSÉ OTHON




Nostálgica
                                                            «O ubi campi»



En estos días tristes y nublados
en que pesa la niebla sobre mi alma
cual una losa sepulcral, ¡ay! cómo
mis ojos se dilatan
tras esos limitados horizontes
que cierran las montañas,
queriendo penetrar otros espacios,
cual en un mar sin límites ni playas.
¡Pobre pájaro muerto por el frío!
¿Para qué abandonaste tus campañas,
tu cielo azul, tus fértiles praderas
y viniste a morir entre la escarcha?

¡Oh, mi naturaleza azul y verde!,
¿dónde están tus profundas lontananzas
en qué otros días engolfé mi vista,
anhelante de sombras y de ráfagas?
¿Dónde están tus arroyos bullidores,
tus negras y espantosas hondonadas
que poblaron mi espíritu de ensueños
o a los hondos abismos lo arrojaban?

He de morir. Mas, ay, que no mi vida
se apague entre estas brumas. La tenaza
del odio, de la envidia el corvo diente
y el venenoso aliento de las almas
por la corte oprimidas, aquí sólo
podránme dar, al fin de la jornada,
la desesperación más que la muerte,
¡y yo quiero la muerte y pálida!

Y allá en tus verdes bosques, madre mía,
bajo tu cielo azul, madre adorada,
podré morir al golpe de un peñasco
descuajado de la áspera montaña,
o derrumbarme desde la alta cima
donde crecen los pinos y las águilas
viendo de frente al sol, labran el nido
y el corvo pico entre las grietas clavan,
hasta el fondo terrible del barranco
donde me arrastren con furor las aguas.
Quiero morir allá: que me triture
el cráneo un golpe de tus fuertes ramas
que, por el ronco viento retorcidas,
formen, al distenderse, ruda maza;
o bien, quiero sentir sobre mi pecho
de tus fieras los dientes y las garras,
madre naturaleza de los campos,
de cielo azul y espléndidas montañas.

Y si quieres que muera poco a poco,
tienes pantanos de aguas estancadas...
¡Infíltrame en las venas el mortífero
hálito pestilente de tus aguas!

 


JAIME GARCÍA TERRES


  

Esta desmemoria mía




Yo no tengo memoria para las cosas que pergeño.
Las olvido con una
torpe facilidad. Y se despeña
mi prosa por abismos fascinantes,
y los versos esfuman su tozudez como si nada.

A veces ni siquiera recuerdo los favores
de la bastarda musa pasajera,
ni los ayes nerviosos del alumbramiento.
No sé, pero me cansan tantos
anacrónicos ecos, tantos rastros
gustados a deshora.

Mejor así, progenie de papel y de grafito.
Mejor que te devoren
los laberintos del cerebro,
apenas declarado tu primer vagido.

Así yo seguiré sin lastre alguno
fraguando más capullos (devociones
efímeras, incendios absolutos),
y después otros más, y más aún, hasta morir del todo.



HOMERO ARIDJIS




Polvo de ti en el cielo ensimismado...



Polvo de ti en el suelo ensimismado
cuencos de ti hasta el fondo y por arriba
agua de ti me baña las palabras

Cópula de vulnerables y prosigue
números sin salida te denuncian
el sol la tarde el grito son un mismo ojo

Todo es agua en la noche compartida
Me descubro en tu antemuro como cuerpo
Emerges niebla      Yo los dedos adheridos
Mujer preservas el trigo hasta el verano
Aglomeración de luz es la tiniebla
Hay mesura en tus fugas        me desplazo

Eres causal cuando te heredas
estás llena de afecciones y habitada
qué azul sereno agradecida

Antes de hablar ya tengo tu vestigio
claridad de seres         sacramentos tuyos
Déjame buscarte cuando pasas

Esto es el mundo       sumisión de arena
abrazo de cálida penuria
escribir en tus ojos hacia dentro

La mujer sonrisa doble lo ha sabido
Continua y ascendiendo la luz de la fatiga
Te inmensas por el campo        Ya no estás


  

EFRAÍN HUERTA

  


Elegía de la rosa blanca




Fuiste cuando el silencio era una voz de llovizna
cuando sabias corolas daban el equilibrio  al
                                                     corazón de junio
y claras lunas tibias como pequeñas ruedas
llevaron al abismo los insomnios por turbios
y los deseos por vivos y angustiados.
Indelicada rosa blanca.
Desesperada rosa tierna.
Dueña del infinito y precursora de la contemplación
                                                              y el tedio.
Rosa blanca: viviste puramente,
como apasionada y cansada frialdad,
como alba derrotista.
Eras como un dolor inmóvil
pero ceñido de ansias.
Te guardaba en mis manos creyéndote un silencio
                                                                     de nieve.
Eras torre y sirena.
Eras madera blanca o brisa.
Eras estrella distraída.
En las noches parecías una selva despierta,
muy mojada. Y al día
siguiente eras perla gigante
o tremenda montaña
o cristalina y rauda flor del tiempo.
Yo te seguía con furia y esperanza.

Vivo dueño de nada con tu muerte.
Vivo como una astilla de tristeza.