sábado, 3 de octubre de 2015

IDEA VILARIÑO




El fuego



Sin él
aquí
sin él.
Su fuego susurrando.


JAIME GARCÍA TERRÉS


  

Balada



Esta manera de soñar que tengo.
                 tan a lo vivo, tan sin ley,
a mis labios imparte contradicciones y desvíos.
El grito se confunde con la más honda tristeza;
la tormenta fecunda calmas decisivas.
En un mismo papel quedan grabados
hijos diversos de diversa llama.
por este sueño mío. vagabundo.

Los lunes me levanto belicoso,
el miércoles me sabe amarga ya la boca,
taciturno fallece todo el viernes,
y el sábado me río descaradamente.
Jornadas van, jornadas vienen,
jamás iguales entre sí,
por este sueño mío, vagabundo.

Las palabras que dije, las coplas que medí,
verdades fueron un instante,
                                                   después nada.
Testimonio caduco, mantienen su postura,
perpetuas en su gesto momentáneo,
cual momias de convento.
A la vez concebidas, muertas, embalsamadas,
por este sueño mío, vagabundo.

Señores y señoras, desnudo tiempo soy
con alas imperiosas.

Desconozco la tregua; fluyendo me transformo
al ritmo de un tic-tac voluble,
siervo leal que mira
por este sueño mío, vagabundo.

MIGUEL ÁNXO FERNÁN-VELLO




Poema crepuscular



De qué constan las lunas del tiempo hecho ocaso
de tardes que no vuelven a derivar en noches,
qué materiales suspendidos de un único momento
permanecen sonámbulos en la luz de aquellas horas.
Queda detenido el gesto interior del recuerdo,
el sentido y las formas, la exactitud intensa
del brillo del crepúsculo en los ojos conmovidos.
Cómo invadir las cosas en un relevo de ecos
de un grave corazón sobre todo el espacio,
la música de las llamas que ardieron pensativas
sobre tanta distancia y horizonte y altura.

¿Por veces algún verso es sólo un silencio oscuro?
Una tarde es una fábrica de límites de fuego
que divide las palabras, un hueco en el horizonte
que penetra una espada de fulgor, sangre pura
de un labio que penetra entre la tierra y el aire.
Antes de la sombra un grito de fuego, color y luz
de espectro traspasado como una brasa antigua
por el tiempo sin carne, en el crepitar silente
de la añoranza en dureza de herida y de incendio.

De qué forma la nostalgia es un vacío crepúsculo
donde el cuerpo adivina un dolor frente al tiempo.
de qué lugar los ojos transmigran el recuerdo
de una ardiente salud, cuando el amor fluía
interminable sabia reverdeciendo el alma,
cuando el placer mordía un cielo por la sangre
una luna en la tarde que diluye la belleza.

Queda el amor en las cosas, desde las tardes, en el tiempo,
frente a la noche, en líquidos que desvelan la muerte.
Un color triste y profundo, encendido y espeso,
una sombra violenta que centellea en lo alto,
un espíritu oscuro como un cuerpo olvidado
que atraviesa una llama de purpúrea presencia.
Qué abismal para los ojos tanta hermosura.
Qué vértigo en el tiempo, qué locura infinita
frente al mar, esta muerte que calcina y consume
hasta la totalidad de las estrellas del fin que brillarán en la sangre.


De Livro das paisaxes vivas


SILVINA OCAMPO

  


Quiero morir si de mi vida no hallo...




Quiero morir si de mi vida no hallo
la meta del misterio que me guía,
quiero morir, volverme ciega y fría
como la planta que fulmina el rayo.

Si lo que ansío decir es lo que callo,
y si he de aborrecer lo que quería
sin asco y sin vergüenza hasta este día,
si todo lo que intento es mero ensayo,

será porque he vivido de mentiras.
Por no morir quiero morir. El viento
que suena entre los muros con sus liras

o el hibisco bermejo, o el fragmento
de la luna, siempre algo, hasta mi queja,
me deslumbra y me deja más perpleja.



JUAN BOSCAN





Qué haré, que por quereros...



¿Qué haré, que por quereros
mis extremos son tan claros,
que ni soy para miraros,
ni puedo dejar de veros?

Yo no sé con vuestra ausencia
un punto vivir ausente,
ni puedo sufrir presente,
señora, tan gran presencia.

De suerte que, por quereros,
mis extremos son tan claros,
que ni soy para miraros,
ni puedo dejar de veros.


HOMERO ARIDJIS




Ayer y hoy



Tu paso, como una sombra,
era difícil de seguir,
y al perderte en una esquina
sólo quedaba en mí, como en la calle,
un vago sentimiento de vacío.


Tu cimbreo, tu cintura
me estremecían
y el jardín parecía tener más rosas
y el verano calor,
pues en mis labios de niño aún no había
la palabra que define al amor.


La edad nos separaba,
como a dos cuerpos,
no de tamaños distintos,
sino de espacios diferentes.


Y mis manos asiéndote,
mis brazos abarcándote,
no podían asirte,
no podían alcanzar tu cuerpo, tu mirada.