"Un poema si no es una pedrada -y en la sien- es un fiambre de palabras muertas" Ramón Irigoyen
lunes, 30 de noviembre de 2015
HUGO GUTIÉRREZ VEGA
La
emperatriz
Un
paisaje de minaretes,
pájaros,
aguas violáceas,
callejuelas torcidas
con gatos y palomas,
turbantes,
las palabras llamando,
la oración en la alfombra,
el pórtico que enmarca
la claridad rabiosa.
La emperatriz desnuda
se acuesta con la luna.
—El poeta oculto mira
la luna de sus nalgas—.
Deslumbrado agoniza
el buitre del profeta.
La emperatriz sonríe
y envejece de pronto;
cuelgan las tetas mustias
y en su cruel calavera,
como en la noche muerta,
la luna derrotada.
pájaros,
aguas violáceas,
callejuelas torcidas
con gatos y palomas,
turbantes,
las palabras llamando,
la oración en la alfombra,
el pórtico que enmarca
la claridad rabiosa.
La emperatriz desnuda
se acuesta con la luna.
—El poeta oculto mira
la luna de sus nalgas—.
Deslumbrado agoniza
el buitre del profeta.
La emperatriz sonríe
y envejece de pronto;
cuelgan las tetas mustias
y en su cruel calavera,
como en la noche muerta,
la luna derrotada.
SILVINA OCAMPO
A Sei Shonagon
(que vivió en el siglo XI A.C)
(que vivió en el siglo XI A.C)
Él, que paseaba un día coronado
de flores de durazno y de cerezo,
el triste Okinamaro como un preso
a la isla de los perros fue expulsado.
Cuando volvió al palacio oscuro, herido,
lo llamaste, pero él no te miró,
y nadie, nadie lo reconoció,
mas era él mismo, él mismo destituido.
Y lo reconociste en el momento
en que lloró a tus pies y que lo viste
desfigurado, sucio, hinchado y triste,
y lloraste con él su sentimiento.
ALBERTO ÁNGEL MONTOYA
Ella
está aquí, presente en la distancia
que separa su nombre de mi oído
y está aquí en el espacio estremecido
que hay entre mi recuerdo y su fragancia.
que separa su nombre de mi oído
y está aquí en el espacio estremecido
que hay entre mi recuerdo y su fragancia.
Ella
se fue, y aún yerra por mi estancia
su nombre en su perfume diluido,
que por marcarle un límite al olvido
se hizo nombre y perfume la distancia.
su nombre en su perfume diluido,
que por marcarle un límite al olvido
se hizo nombre y perfume la distancia.
Ella
está aquí, presente en el abismo
de su ausencia en aroma. En el amargo
acento de su nombre en mi mutismo.
de su ausencia en aroma. En el amargo
acento de su nombre en mi mutismo.
Que
de tan corto amor, dolor tan largo,
sólo es nombre y perfume... Y sin embargo
yo pude acompañarla hasta mí mismo.
sólo es nombre y perfume... Y sin embargo
yo pude acompañarla hasta mí mismo.
RAFAEL ALBERTI
Paraíso perdido
A través de los siglos,
por la nada del mundo,
yo, sin sueño, buscándote.
Tras de mí, imperceptible,
sin rozarme los hombros,
mi ángel muerto, vigía.
"¿Adónde el Paraíso,
sombra, tú que has estado?"
Pregunta con silencio.
Ciudades sin respuesta,
ríos sin habla, cumbres
sin ecos, mares mudos.
Nadie lo sabe. Hombres
fijos, de pie, a la orilla
parada de las tumbas,
me ignoran. Aves tristes,
cantos petrificados,
en éxtasis el rumbo,
ciegas. No saben nada.
Sin sol, vientos antiguos,
inertes, en las leguas
por andar, levantándose
calcinados, cayéndose
de espaldas, poco dicen.
Diluidos, sin forma
la verdad que en sí ocultan,
huyen de mí los cielos.
Ya en el fin de la tierra,
sobre el último filo,
resbalando los ojos,
muerta en mí la esperanza,
ese pórtico verde
busco en las negras simas.
¡Oh boquete de sombras!
¡Hervidero del mundo!
¡Qué confusión de siglos!
¡Atrás, atrás! ¡Qué espanto
de tinieblas sin voces!
¡Qué perdida mi alma!
"Ángel muerto, despierta.
¿Dónde estás? Ilumina
con tu rayo el retorno."
Silencio. Más silencio.
Inmóviles los pulsos
del sinfín de la noche.
¡Paraíso Perdido!
Perdido por buscarte,
yo, sin luz para siempre.
A través de los siglos,
por la nada del mundo,
yo, sin sueño, buscándote.
Tras de mí, imperceptible,
sin rozarme los hombros,
mi ángel muerto, vigía.
"¿Adónde el Paraíso,
sombra, tú que has estado?"
Pregunta con silencio.
Ciudades sin respuesta,
ríos sin habla, cumbres
sin ecos, mares mudos.
Nadie lo sabe. Hombres
fijos, de pie, a la orilla
parada de las tumbas,
me ignoran. Aves tristes,
cantos petrificados,
en éxtasis el rumbo,
ciegas. No saben nada.
Sin sol, vientos antiguos,
inertes, en las leguas
por andar, levantándose
calcinados, cayéndose
de espaldas, poco dicen.
Diluidos, sin forma
la verdad que en sí ocultan,
huyen de mí los cielos.
Ya en el fin de la tierra,
sobre el último filo,
resbalando los ojos,
muerta en mí la esperanza,
ese pórtico verde
busco en las negras simas.
¡Oh boquete de sombras!
¡Hervidero del mundo!
¡Qué confusión de siglos!
¡Atrás, atrás! ¡Qué espanto
de tinieblas sin voces!
¡Qué perdida mi alma!
"Ángel muerto, despierta.
¿Dónde estás? Ilumina
con tu rayo el retorno."
Silencio. Más silencio.
Inmóviles los pulsos
del sinfín de la noche.
¡Paraíso Perdido!
Perdido por buscarte,
yo, sin luz para siempre.
JOSÉ MARÍA HINOJOSA
Ya no
me besas
Un
viento inesperado hizo vibrar las puertas
y nuestros labios eran de cristal en la noche
empapados en sangre dejada por los besos
de las bocas perdidas en medio de los bosques.
y nuestros labios eran de cristal en la noche
empapados en sangre dejada por los besos
de las bocas perdidas en medio de los bosques.
El
fuego calcinaba nuestros labios de piedra
y su ceniza roja cegaba nuestros ojos
llenos de indiferencia entre cuatro murallas
amasadas con cráneos y arena de los trópicos.
y su ceniza roja cegaba nuestros ojos
llenos de indiferencia entre cuatro murallas
amasadas con cráneos y arena de los trópicos.
Aquella
fue la última vez que nos encontramos,
llevabas la cabeza de pájaros florida
y de flores de almendro las sienes recubiertas
entre lenguas de fuego y voces doloridas.
llevabas la cabeza de pájaros florida
y de flores de almendro las sienes recubiertas
entre lenguas de fuego y voces doloridas.
El
rumbo de los barcos era desconocido
y el de las caravanas que van por el desierto
dejando sólo un rastro sobre el agua y la arena
de mástiles heridos y de huesos sangrientos.
y el de las caravanas que van por el desierto
dejando sólo un rastro sobre el agua y la arena
de mástiles heridos y de huesos sangrientos.
Aquella
fue la última noche que nuestros labios
de cristal y de sangre unieron nuestro aliento,
mientras la libertad desplegaba sus alas
de nuestra nuca herida por el último beso.
de cristal y de sangre unieron nuestro aliento,
mientras la libertad desplegaba sus alas
de nuestra nuca herida por el último beso.
CÉSAR VALLEJO
Y si después de tantas palabras...
¡Y si después de tantas palabras,
no sobrevive la palabra!
¡Si después de las alas de los pájaros,
no sobrevive el pájaro parado!
¡Más valdría, en verdad,
que se lo coman todo y acabemos!
¡Haber nacido para vivir de nuestra muerte!
¡Levantarse del cielo hacia la tierra
por sus propios desastres
y espiar el momento de apagar con su sombra su tiniebla!
¡Más valdría, francamente,
que se lo coman todo y qué más da...!
¡Y si después de tanta historia, sucumbimos,
no ya de eternidad,
sino de esas cosas sencillas, como estar
en la casa o ponerse a cavilar!
¡Y si luego encontramos,
de buenas a primeras, que vivimos,
a juzgar por la altura de los astros,
por el peine y las manchas del pañuelo!
¡Más valdría, en verdad,
que se lo coman todo, desde luego!
Se dirá que tenemos
en uno de los ojos mucha pena
y también en el otro, mucha pena
y en los dos, cuando miran, mucha pena...
Entonces... ¡Claro!... Entonces... ¡ni palabra!
¡Y si después de tantas palabras,
no sobrevive la palabra!
¡Si después de las alas de los pájaros,
no sobrevive el pájaro parado!
¡Más valdría, en verdad,
que se lo coman todo y acabemos!
¡Haber nacido para vivir de nuestra muerte!
¡Levantarse del cielo hacia la tierra
por sus propios desastres
y espiar el momento de apagar con su sombra su tiniebla!
¡Más valdría, francamente,
que se lo coman todo y qué más da...!
¡Y si después de tanta historia, sucumbimos,
no ya de eternidad,
sino de esas cosas sencillas, como estar
en la casa o ponerse a cavilar!
¡Y si luego encontramos,
de buenas a primeras, que vivimos,
a juzgar por la altura de los astros,
por el peine y las manchas del pañuelo!
¡Más valdría, en verdad,
que se lo coman todo, desde luego!
Se dirá que tenemos
en uno de los ojos mucha pena
y también en el otro, mucha pena
y en los dos, cuando miran, mucha pena...
Entonces... ¡Claro!... Entonces... ¡ni palabra!
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