martes, 12 de enero de 2016


SAMUEL TRIGUEROS




Tríptico por la luz



I

La luz recuerda,
exhausta,
en honda sombra,
el breve instante en que las llamas
levantaron su imperio por el cielo;
quieta, recuerda vastos pueblos,
los caballos o relámpagos tensos girantes en la hierba,
alzados en el esplendor de su victoria.
En el confín dorado del abismo
mira su antigua rueda de milagros,
la catedral fugaz de su mentira
y oscurecidos prados donde muriera el canto.
Desconsolada llega la penumbra.
Tiempo de ver fluir lo inexorable,
el sueño de verdad, la tarde,
por el declive turbio de las aguas.
Tiempo de estar, perdido con el barro
que sostuviera al cuerpo en fulgurancia.
Lo que en el claro día palpitó sucumbirá a la noche:
el bosque entre las hojas en la hora iluminada,
las palabras cruzando como pájaros,
el viento que olvidamos en los labios,
los continentes blancos en lo alto,
las invisibles manos
que alzan el heno en límpidos oleajes.
El girasol que abren y agostan los amantes
será materia,
débil materia del sueño incinerado.
La luz perdida toca en la tiniebla
los callados vestigios, los fragmentos,
la casi nada de su blanco cuerpo de memoria;
sabe que no retorna
la mansa espiga que el invierno uniera con el cieno,
que sólo es polvo el oro de su reino.
Y nada queda.
Y nada fue, sino la luz,
la vida,
el sueño en la distancia.

II

Lejos pasó la luz.
En los espesos bloques de la noche fluyen,
heridos, los instantes.



LUIS ARMENTA MALPICA




Credo



En la noche con la luz apagada
es más fácil mirar que creer en los ángeles.
Su lejanía (si existe) es de palabras:
                lo que se dice a solas
                lo que en la lengua duele.
Algunos son visibles todavía al final de la costa
—pero poco después desaparecen (la distancia
se vuelve una pupila);
tardos buques nocturnos
que dejan un silbido entre las manos:
mudanza de uno mismo de ausencia
el equipaje
                por huesos flautas dulces 
                si alguien nos toca
ansioso.
—Si acaso sucediera, imagino
el naufragio del silencio.

Ángel gárgola hostiles dos tan cerca
somos cada palabra que decimos
porque este nuestro amor se cae de cera ardiente
donde Dios (solo Dios) pasa
despacio.

Hay otra anunciación tras los ojos del ángel
la última profecía de su ceguera:
la tierra es más redonda por los ojos redondos
con que la contemplamos y la hacemos girar con nuestros pasos.

No es por la luz del sol ni del infierno:
es un aceite impío azogue esperma que la voz estrangula.

Adónde están los solos a quienes una
—solo una— vez quisimos
ángeles de un instante de un ala
terriblemente quieta. Es la muerte el amor inalcanzable fuego
contraseña: el silencio es el rojo cuchillo de los besos.

Quiero no ser este animal que la humedad sostiene
entre sus alas. La ballena suicida por cuyo aceite peleen los marineros.
Sea el mar o ni siquiera la palabra que moja los rompientes.

Lejos quedan los solos: los hombres desplumados.
Muy lejos esas manos que buscan en un pozo
las plumas del amor en que flotaban.

(De otros amantes solos desnudos de zozobra
al fondo de mi cuerpo su casa nos espera).
Lejísimos los ojos de la vida
mirándonos
desde cualquier espuma.
El infierno también nace de un ojo y del aceite.
No iré allá. Solo tomo su llama.
Bajo un quinqué apagado veo lo que soy no añado no lamento
(pero ¿quién al mirarse no se quema?).
Busco a los marineros que siempre me asustaron:
los lobos están solos —son los solos.
Con ellos dejaremos este mundo de cicatrices largas
la rueda de la muerte y el dolor que da vueltas y naves y naufragios.
Nunca más seré un lobo del océano porque yo creo en los ángeles.
Entre la luz que pasa por la lluvia nos vemos
y nos basta.
Con su alma en media sombra
y la tierra girando muy despacio.
Un silencio más hondo que el cantar de los grillos
corre por nuestras venas:
mi sangre que en un árbol reencuentra sus raíces;
su voz que de madera invicta habla del árbol.

No todo lo que amamos se ha perdido si es que cantan los ángeles
con sordos resoplidos de ballena.

Toda la historia es falsa.
Solo es cierto mi amor.




VIOLETA OROZCO



  
El sueño indeciso



Y entonces supe que le había pedido al mundo demasiado.
Le había pedido al mundo que cumpliera mis sueños
cuando mis sueños eran el mundo.
Le pedí al mundo que diera un paso hacia mí
pero yo no di un paso hacia el mundo.
El día en que lo hice,
él dio un paso hacia atrás
y todo se volvió arena movediza
tonel de errores,
noria de lágrimas,
el mundo
se apartó y quedaron los sueños
flotando afuera de él
fuera de mí
fuera de todo.
Quedaron los sueños sin casa
y sin mundo
y mi alma era una casa vacía
una sala de conciertos
en donde el silencio
se sentaba a escucharse
callar eternamente.
Yo era un cansancio sin sueños
y un sueño sin descanso.
Era el principio de la sed,
el agua amaneciendo al primer río.
Yo era el sonido
que tienen las calles
que no tienen tu nombre,
oh sueño
sueño que le diste
formas a las cosas,
arquitecto de lo deshabitado.
(y mi sueño, sin sed y sin sede
tomó vidas enteras para gestarse)
nació como duda en la cara de otros hombres
que no sabían si era miedo
o el principio de un deseo.
El sueño nació proscrito
como si nunca hubiera conocido paraíso.
Y era apenas una queja,
una zozobra tímida
asombrada de que los hombres
le posaran los ojos en el cuerpo.
Porque el sueño en ese entonces
no tenía cuerpo,
y nada de lo que tenía cuerpo se parecía al sueño
desnudo en un mundo de vestidos
el sueño cerraba los ojos para no ver a los que lo miraran.
Porque el sueño quería ser mundo,
quería ser agua
quería ser cuerpo,
por más que no fuera sino miedo
y dolor y deseo.
Odiaba a los hombres
y a la ruidosa solidez de sus realidades.
Los hombres y sus calles y mercados,
la vida, esa gran mercadería
de noches y destinos
con todos sus colores giratorios,
esa ronda agitada de pasos frenéticos
corriendo hacia el gran tragadero de la muerte.
La muerte,
esa bolsa henchida de sueños desinflados,
ese tiradero de mundos
donde el sueño
era apenas
una tentativa.



DANIEL FRAGOSO




El primer rayo del alba
vilipendia mi insomnio,
pronto los ritmos del hábitat
vendrán a enclaustrarme,
a colocar su sentencia lapidaría:
desentenderse es la alquimia
que solidifica al hielo de las fantasías.


De: Escuela del vértigo


MANUEL LOZANO



  
Plegaria



Crucificado en el árbol de la ciencia del bien y del mal,
adormezco el llanto con rumores
que obstinan mi oficio de profanador.
Quítame el reflejo de este aparecido.
Herrumbrosa azucena, no dejes caer
la lúcida sangre del crimen.
En tu cueva de ahogados, él se viste de luto.
¿Cuándo bajaremos?
En el declive encuentras el trébol venenoso,
los postigos raídos de esa puerta
que ya nadie abrirá bajo guirnaldas.
Linajes de fragmentos quemados
colocarían sobre el pedestal de la separación.
El labrador invoca la sombra derritiéndose
en las patas del lobo.
Nunca lo pliegues contra tu áspera carne de Adán.
Fueron largos años de exilio y migraciones.
¿Quién canta entonces prosternado en el jardín?
¿Y quién se trepa a su lápida futura
con el viento feroz entre los médanos?
Déjame la intemperie, la incerteza lujosa
del vuelo de la herida.
Arrópame en ese traje de lastimaduras.
¡Que no vean los gusanos a trasluz del rocío!
Hijo del desierto me llamaban.
Desfigúrame con alacranes de seda.



LIVIO RAMÍREZ

  

  
Qué importa



esta cara de mártir barato
la inútil personal
cabrona muerte
huyo de mi posible santidad
quemo el templo
que mi propio dolor construye
corro sobre mis huesos
hasta llegar aquí
donde el dolor de todos
arde como fiera
como mar brutalmente humano


De: Arde como fiera