"Un poema si no es una pedrada -y en la sien- es un fiambre de palabras muertas" Ramón Irigoyen
lunes, 25 de enero de 2016
DARIL FORTIS
Posnarcoterrorismo
Somos
nosotros.
Somos
las malas compañías,
los
niños de los que te alejaron tus padres.
Somos
los infantes olvidados por el pensamiento de la urbe.
Somos
los cuerpos decapitados,
los
cuellos lascerados por los cordones que nos asfixiaron.
Somos
los cráneos oradados por las balas de tus ojos.
Somos
el producto del mercantilismo,
los
zombies del crecimiento económico.
Somos
el platillo mexicano hecho hombre.
Somos
las manos, el dedo que ajusta el gatillo.
Somos
la desesperación del mundo en papeles verdes.
Somos
los niños sin letras
las
madres y esposas que soportan, que nos portan.
Somos
la incredulidad del día.
Somos
los machos, los peleoneros.
Somos
los niños de blanco con el juramento escapando por las yemas.
Somos
la corrupción con nombres y cargos.
Somos
el feto del deseo mal logrado.
Somos
los sicarios enjutos y marginados.
Somos
la sociedad esquizofrénica.
Somos
los morfismos de la muerte nueva.
Somos
los cuerpos fragmentados
las
mentes acribrilladas por el miedo.
Somos
el tercer cuerpo mutilado.
Somos
el simbolismo hecho pedazos.
ARMANDO ROMERO
Del
aire a la mano
Cada
vez que lo lanza
cae, justo,
en el centro del mundo.
Octavio Paz
Se
envolvía lentamente de manera que la cuerda
no
quedara una sobre otra a cada vuelta.
En la
mano el trompo
quedaba
contra la curvatura
de
los cuatro dedos largos
mientras
el pulgar lo sostenía por fuera.
Un
extremo de la cuerda anudado al dedo central.
Se
miraba.
Los
nervios tensos.
Y se
lanzaba al aire
en
tal forma que cuando iba llegando al suelo
un
leve tirón a la cuerda lo hacía retroceder
de
nuevo a la mano.
Todos
los miraban y había orgullo del bueno
en su porte.
Con
él en la mano, girando.
Nunca
lo logré. Tiré una y otra vez
pero
en vano.
¿Podré
escribir este poema?
Hay
una solución para cada respuesta.
Es
cierto.
Pero
nunca pude tirarlo del aire a la mano.
Y es
todo.
GLORIA SANDIRA CASTRO SALAZAR
Quizás
algún día
Duerme, tierna y temblorosa,
dulce, como el agua de las flores en primavera,
cálida, como el resonar de su sonrisa,
querrá huir, pero no será hoy,
quizás, en aquella noche que aún se avecina,
muy lejana y nublosa,
a leguas, mil noches y sus días,
millones de estrellas velaran sus pasos,
pero hoy es mía,
mía, porque la tengo,
porque la emparedo a mis costados
que se abaten ante sus sollozos,
la cuidare tanto como la estocada
de mi vida me lo permita,
después, después será de ellos,
de los otros,
de aquellos que sin rostro rujen
en los caminos polvorientos
de una ciudad luminosa pero perturbada,
con manos caídas,
con lenguas cercenadas,
filosas garras rosadas y amenazantes,
estará bien, lo lleva en la sangre,
su mirada lo delata,
es y será lo que fui,
pero no hoy,
ni mañana,
quizás,
quizás algún día.
Duerme, tierna y temblorosa,
dulce, como el agua de las flores en primavera,
cálida, como el resonar de su sonrisa,
querrá huir, pero no será hoy,
quizás, en aquella noche que aún se avecina,
muy lejana y nublosa,
a leguas, mil noches y sus días,
millones de estrellas velaran sus pasos,
pero hoy es mía,
mía, porque la tengo,
porque la emparedo a mis costados
que se abaten ante sus sollozos,
la cuidare tanto como la estocada
de mi vida me lo permita,
después, después será de ellos,
de los otros,
de aquellos que sin rostro rujen
en los caminos polvorientos
de una ciudad luminosa pero perturbada,
con manos caídas,
con lenguas cercenadas,
filosas garras rosadas y amenazantes,
estará bien, lo lleva en la sangre,
su mirada lo delata,
es y será lo que fui,
pero no hoy,
ni mañana,
quizás,
quizás algún día.
LETICIA CARRERA L.
A
cuatro manos
Viento
suave en mi mano,
tango
en la tuya,
ambas
en diluvio
esperando
la calma.
Manos
de nido
donde
anida mi ser,
desayuna
caricias
escurridas
entre tus dedos.
En
tus líneas
descubro
mi destino,
se
aquietan mis manos
se
anudan al deseo.
Tu
mano fuego,
mi
mano melodía,
pasión
enlazada.
MARIO RIVERO
Balada
de las cosas perdidas
I
Lo
primero que se perdió fue la infancia,
la
infancia que corría con su pie ligerísimo,
la
infancia agreste
la
camada de tórtolas en aquel sauce viejo,
el
verano mordido en las guayabas,
una
cocina blanca,
y ese
cuarto cerrado, “tal como esta cuando…”
y en
donde, la incansable ceniza del tiempo
caía
con ala lenta, mota a mota…
¿sigues
estando allí, y ahora,
casa
que ayer fue tutelar, fue nuestra?
Yo
despertaba y veía a la madre,
prender
la candela con manos agrietadas, por la intemperie diaria,
amasar
la blancura de la harina,
cuando
el desayuno estaba servido, nos llamaba,
Yo
lentamente, me levantaba y me vestía…
Sollozos…
labios cerrados…
el
llanto en los rincones,
la
pupila asombrada, huyendo de algo adulto,
ese
disco de luz que parecía venir de alguien o algo…
¡Oh
pureza! ¡Pureza!
tantas
cosas he debido perder, de marcha, siempre,
donde
se abría el camino…
Pero
de la infancia, ¿qué diré de la infancia?
Te
vas desdibujando, te imprecisas, te azulas…
II
Y
hubo la pérdida del primer amor.
Postigo
desaparecido
desde
donde el amor y el miedo miraban con mil ojos.
Charlábamos
bajo los balcones
sencilla
abertura por donde derramaban
la
fragancia, el olor, el respirar amado
el
ser que cada tarde se entregaba y cedía…
Eran
los 18 años,
la
memoria levanta
los
lazos bohemios de la bufanda…
Bancos
de parque,
tus
nalgas claras en la luz-de-pecera del crepúsculo…
¡Oh
deseos! Embelesos nocturnos…
¡Cuántas
noches que no pude dormir, a fuerza de saciarme
con
ese ensueño que reemplaza al sueño!
Dolor,
amor, remordimiento, destinos, años nuestros,
¡la
misma nota vibra en distintos acentos!
Tu
corazón se aleja. Tu corazón, tu huella, grabada con la mía.
Juntos
en una sola sombra, mi voz, tu paso, las ansias y los cuerpos
la
sed desconocida…
Tú no
dirás “Fue él”, yo no diré “Fue ella”.
Telón
de olvido cubre nuestro mutuo temblor.
Tu
nombre y el amor corren en la lejanía de la sangre,
te
leo dulces versos…
Estoy
mirándome en esos profundos ojos negros,
¡Mi
abandonada! Eres otra vez mía.
Vuelvo
a pensar en ti. y te vuelvo a olvidar.
Te
entierro con la tierra de mi sueño perdido,
mientras
que continúo mi ingrato camino de pasar…
III
Y
también se perdieron los amigos,
ahora
en silencio todos, en la muerte, en la vida,
Rafael
Ramírez, prestamista, Noel Morales, el más tierno,
Carlos
Emilio, el de la voz-de-oro,
Atilano,
con una mesa de billar al fondo,
Y
Jairo con una ramita entre los dientes, desafiante,
que
fue el primero en sucumbir, partir…
¡Oh
compañeros! ¡Oh perdidos! ya no crecen conmigo,
desfilan
todos con sus pasos coronados de polvo,
Montan
como una guardia de tristeza,
los
rostros familiares que hoy dispersan, el último sueño u otro tedio,
mientras
yo continúo mi aislado camino de pasar…
IV
Polvo
oscuro del tiempo,
que
cae y cubre adentro de nosotros, y en torno.
¡Tiempo!
¡Tiempo! tú eres el segador.
Hoy
cada uno cargado con su propia existencia,
cómo
volver a ser los que éramos entonces, los otros,
ahora
que con todos, desdeñosa, habrá tanteado tantas veces la muerte,
el
sombrío estampido,
la
tolvanera que alzó el aroma amargo,
el
golpe de la ola negra,
el
manotón pirata de la vida… ¡La vida!
V
Un
día más, repites. ¿Y qué repites? ¿Qué futuro saludas?
transitando
perdidos, por el triste camino que va del no sabemos
hasta
el no imaginamos,
¡cuántas
cosas no fueron! ¡cuántas cosas perdimos!
Esos
actos que pudieron anular nuestros actos,
el
instante que arruinaba la obra lenta de meses,
los
misterios, el llanto…
La
adolescencia inquieta,
o con
el mínimo de cobardía que le fue permitido
a las
débiles fuerzas.
El
día con un vaho nuestro, como una copa llena,
la
sonrisa embebida en miedo de la hermana pequeña,
no
vienen a decirnos, aquí estamos, ¡Nos tienes!
En
todo ya morimos,
el
sol de los venados ya se disuelve en negro…
VI
Como
si solamente fuera verdad la lejania, verdadero el olvido,
alzo
la loza. Apago la luz viva de las cosas que fueron:
Amigos
que me esperan, mujeres que reaniman,
violetas…
Las pesadas corolas de los ceibos…
los
acentos de un arpa,
el
belfo del caballo, con su aliento,
como
flor de algodón entre la niebla…
El
arcoiris, del mar, el grito del sinsonte…
Un
olor de recuerdo, el buen aroma del cacao que subía en el aire de
“Balcanes”
el
glu-glu de una fuente.
Y
también algo más… algo más… algo imponderable…
y que
despliega un esplendor hoy cada vez más lejos,
algo
que ardía en la punta extrema más pura de mi vida
algo
como un secreto que no encuentro
algo
que no existía en ninguna parte,
que
no me dan ni el tiempo, ni el amor, ni el paisaje, ni el verso…
VII
Mi
hombro viudo se encorva y se arropa con frío
mi
hombro caminante
proyecta
una sola sombra en la cuesta que desciende…
En
vano acecho el desertado flanco,
el
costado vacío.
Ese
paso que resuena en la sombra largamente es el mío,
es el
pie de quien marcha a campo yermo, solitario, y no ve
más
que este caer de muros, de nombres… y de polvo…
(para Giovanni Quessep)
YOLANDA CASTAÑO
III
Si en
este preciso instante
cruzase
por mi carril la más ínfima desventura
y mi
joven fortuna saltase por los aires,
nadie
vería nada de turbio o sospechoso
en la
rutilante belleza
de mi
cadáver sobre el arcén.
De: Highway to heaven
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