jueves, 17 de marzo de 2016


ANA MARÍA JUANA ROJAS




6



La ciudad cambió
mi nombre
y devoró mis labios.
Tengo miedo.
Ni yo misma
me reconozco.
Tal vez,
entre tarde y tarde,
haya muerto
y esta mancha roja
solo sea mi última
gota de sangre.


CARMEN BOULLOSA




VI- Noches de velos ariscos, tus ojos...



Noches de velos ariscos, tus ojos:
mi carne, toda un lento eyacularse,
frente a ellos se muere,
se cierra más allá del tacto,
se niega toda puerta,
y como un misterio te encuentra,
dentro de sí,
oración milagrosa,
vedada alteración sin nombre
que me obliga a entregarme.


De: Abierta



CONCHA LAGOS

  


Detenida en el hueco de tu espacio...




Detenida en el hueco de tu espacio,
fácil a la impaciencia de tu mano,
en el juego incansable, agua y luz,
de la arena y la ola por la playa.

Encendida de ti, llama en tu fuego,
varada ya en tu orilla, puerto y ancla,
presintiendo las cifras de la resta,
mientras sumo otra vez amor y duda.

Otra vez a volar, redoble, vuelo.
A contra luz voltean las campanas
el alegre repique de esta tarde
en vuelo por el aire de tu torre.

  

OMAR SANTOS




Decir la estatua.



La estatua que más amas,
la que limpias con sollozos y extravíos,
es la que sostengo en los sacrificios
del poema,
la que me borra jazmines y horóscopos
ante las estúpidas cuevas del reino.
La estatua que reconoces
es la que persigo
en los recovecos de la noche,
es la que yo miro, extenuado, inútilmente,
desde el ático de las renunciaciones.



EUGENIO DE NORA



  
Carmen del amor implacable



Está lejos el mar, pero recuerdo
el musical chasquido de las olas
-oh cima, oh prados de agua florecida-,
corona de la fuerza melodiosa.

Está lejos el mar, pero recuerdo
la luz del sol en mil alfanjes rota,
la intensidad feroz, la luz de fuego
reverberando, primavera honda.

Oh, la visión alegra y embellece
la tristeza infinita de las horas
en espera; el azul innumerable
acoge al alma innumerable y sola.

Está lejos el mar, pero ¿quién ama
sin recordar las implacables olas?
La Fuerza insoportable hiere, rapta,
y de palabras bellas nos corona.


CONSTANTINO KAVAFIS



  
El viejo



En una esquina del café sonoro de murmullos confusos
un anciano sentado se inclina sobre la mesa,
leyendo un periódico, sin compañía.

Y en el ocaso de su miserable senectud
piensa cuán poco gozó en los años)
cuando tuvo la fuerza y el verbo y la belleza.

Sabe que está muy viejo, y lo siente, y lo ve.

Y, sin embargo, le parece que la juventud
fue ayer. ¡Corto intervalo, corto!

Y piensa en qué forma lo embaucó la prudencia,
cómo de ella se fió y qué locura
cuando la engañadora le decía: «Mañana.
Tienes todo tu tiempo».

Se acuerda de los impulsos que detuvo y cuántas
delicias sacrificó. Ocasiones perdidas
que burla ahora su prudencia insensata.

...A fuerza de rumiar pensamientos y recuerdos
el vértigo lo invade. Y se duerme
inclinado sobre la mesa del café.


Versión de Fernando Arbeláez