miércoles, 13 de julio de 2016


JUAN LOZANO Y LOZANO




Exhortación



Oyes, en medio de la selva, un trino,
ves en la noche cintilar tu estrella,
un alma de mujer cándida y bella
refulge a trechos en tu gris camino.

Tú sientes la emoción, el repentino
embrujamiento, la indeleble huella,
pero el éxtasis lírico te sella
en los labios el verso peregrino.

No importa. Tus momentos de Absoluto
hierven en ti, como la kiel en cubas,
y a cada germen corresponde un fruto:

a nubes de pasión, lluvias de llanto,
a viñedos en flor, cosecha de uvas,
y a siembras de emoción, siegas de canto.


ORIETTA LOZANO



  
A este triste animal que me soporta...



A este triste animal que me soporta
le duele el vuelo de mi espíritu,
la sagacidad de mi garganta
que huye de la soga,
la escueta salud de mis microbios,
el juego lúgubre de mi carne.
La recolecta está hecha,
la oreja de Van Gogh, para un poema
de agua y de dolor,
un rayo de sol para mi ombligo.
Todos me dieron la palabra
plena de sutiles formas,
todos me dieron el ayuno pleno de sus bocas,
ahora, mis brazos fatigados
recogen las flores funerarias
esparcidas en mi alcoba.



MARÍA ELVIRA LACACI



  
Árbol enamorado



Se llamaba Dolor
y era un extraño
árbol enamorado sin viscosas resinas de deseos umbríos.

Se llamaba Dolor, Elvira, a veces.
Y era el Norte de Dios.
Pero sus hojas
se desprendían lentas hacia el suelo.

Era un extraño árbol. Sin raíces
ni savia. Aladamente
arrastraba su tronco carcomido
sobre la tierra.

Sobre la tierra que impaciente,
despiadadamente,
empezaba a girarle por las venas.
A gritarle en su giro,
raudo y rojo,
su ineludible puesto. Allí. En la Nada.



JULIO LLAMAZARES




1. Nuestra quietud es dulce y azul y torturada en esta hora...


Nuestra quietud es dulce y azul y torturada en esta hora.

Todo es tan lento como el pasar de un buey sobre la nieve. Todo tan blando
como las bayas rojas del acebo.

Nuestro abandono es grande como la existencia, profundo como el sabor
de las frutas machacadas. Nuestro abandono no termina con el cansancio.

No es un error la lentitud, ni habitan nuestra alma las oquedades del conocimiento.

En algún zarzal lejano anida un pájaro de aceite que nace con el día. Siento su sed
granate algunas veces. Su abandono es tan dulce como el nuestro.

Su lentitud no está desposeída de costumbre.



LUIS FELIPE VIVANCO




El otoño



1. No le nombramos nunca.

No hace falta nombrarle
cuando avanza el otoño:
sus grandes nubes bajas,
sus cielos y horizontes
húmedos, en tardanza
labradora, los plátanos
cobrizos de las calles,
los charcos en el suelo
y las mal trajeadas
mujeres del tranvía.

No hace falta nombrarle.
Aunque el campo esté lejos,
sus grandes nubes bajas
nos traen los paisajes
anchos, vividos, nuestros,
nuestra diaria vereda
de aislamiento amoroso.
Rocas de musgo y alba
junto al crecido arroyo.
Encinares quebrándose
mansamente hacia el río.
Los negrillos. Los finos
dibujos de los surcos.
La tapia y los frutales
del huerto, donde flota
matinal en la niebla
la oración de las monjas.
Los trenes y sus largos
silbidos.
                  No hace falta
nombrarle. Está en el mundo.
 
2. Sabemos que está aquí, dorando las distancias
mirando, caminando su cosecha, dejándola
bien crecida y andada: olas constantes
sobre un rumor de antiguas letanías.

Sabemos que está aquí, donde todas las fechas
tienen pausa de islotes
que escuchan, apagados, la espuma del naufragio,
donde todas las fechas tienen algo
de esa barca sin remos, tan lejos de la orilla...

Sabemos que está aquí, donde todos los rostros
mezclan lentas arrugas,
donde los brazos, sueltos, se apartan de sus cuerpos,
donde ya no hay miradas, ni mejillas, ni labios,
sino un rescoldo gris de noviembre, enfriándose.
 
3. Sabemos de aquel carro
que ha volcado en la noche,
de aquel monte y sus rojas
hogueras de pastores,
del color de la tierra
con disparos de otoño,
del frío y la humedad, cuando la tarde
moja su cuerpo herido entre los tallos
del mimbreral.
                              Sabemos
de las jaras ahumadas
y las manos del guarda
que, una vez destripados
los conejos, se ausentan
patriarcales y encienden,
ahuecadas, su negro
cigarro, sin nombrarle.)


4. Aunque el campo esté lejos,
amor es fuego. El fuego
se enciende por las tardes,
dura toda la noche.
El fuego son imágenes,
silenciosos viajes...

Desde la lluvia oblicua de la acera
miramos las estampas
y pasamos las páginas
del fuego solitario:
sus llamas interiores.

Prontos obedeceres:
las luces que se encienden
en las calles estrechas,
y en los pisos cerrados
las fugas en los juegos
de los niños que han vuelto del colegio.
 
5. Se alargan los crepúsculos,
los senderos, el viento.
No hace falta nombrarle.
Por un lado, aprendemos
a olvidar, y por otro
somos como los niños
aunque tanta experiencia
sin querer nos ha hecho
un poco menos tristes ).

No estamos embriagados.
(Debiéramos estarlo?)
No decimos blasfemias.
(Debiéramos decirlas ?)
Y la Muerte? Su heroica
figura nos convence,
nos lleva de la mano...
pero sabemos poco
de morir, y salimos
de las estrellas falsas.

Dentro, había una sombra
buena, había una esposa
y un hijo que se espera
tal vez, y se le espera
dibujando, cosiendo,
cuando avanza el otoño.
No hace falta nombrarle
tampoco.
                     Envejecemos,
somos como los niños:
los niños solitarios
viajando junto al fuego
tardes, noches enteras
de amor envejecido.
(Y morir es lo último
de todo.)
                   Estamos vivos
locamente abrazados
en la vida y el sueño
(aunque haya tanta muerte
contagiosa en el mundo.)

De: "Continuación de la vida" 1949
 


ELSA LÓPEZ




Naufragio



Una tarde de Enero la nave perdió el rumbo.
A lo lejos,
el viejo marinero atisbó tierra firme,
oyó el suave murmullo de pájaros sin nombre,
la extraña melodía del Caballo de Troya,
y, peligrosamente, se acercó hasta la orilla.
Luego ya fue muy tarde.
El barco fondeó cerca de las sirenas
y Ulises, el más fuerte,
ya nunca volvería a las costas de Ítaca.

1990


De: "La fajana oscura"1990: