sábado, 6 de agosto de 2016


PAUL CELAN




Corona



En mi mano el otoño come su hoja: somos amigos.
Extraemos el tiempo de las nueces y le enseñamos a caminar:
regresa el tiempo a la nuez.

En el espejo es domingo,
en el sueño se duerme,
la boca dice la verdad.

Mi ojo asciende al sexo de la amada:
nos miramos,
nos decimos palabras oscuras,
nos amamos como se aman amapola y memoria,
nos dormimos como el vino en los cuencos,
como el mar en el rayo sangriento de la luna.

Nos mantenemos abrazados en la ventana, nos ven desde la calle:
tiempo es de que se sepa,
tiempo es de que la piedra pueda florecer,
de que en la inquietud palpite un corazón.
Tiempo es de que sea tiempo.

Es tiempo.


De: "La arena de las urnas"


Versión de José Ángel Valente


JUANA CASTRO




Pañuelos



En un golpe de aire los papeles
han salido volando, y esparcen por el suelo
su forma de blancura.
Campo seco, sembrado
de rectángulos tersos,
limpias lenguas de sombra.

-Mis pañuelos son otros. De batista y de lino,
descansan sobre el pasto -sus vainicas aladas-
y a mis manos reciben
su perfección de agua.

Escritura caída.
Pañuelos
        y pañuelos,
vida mía, palabra.


De: “Del color de los ríos”



SOPHIA DE MELLO BREYNER




Día de mar en el viento...



Día de mar en el viento, construido
Con sombras de caballos y de plumas.

Día de mar en mi cuarto -cubo
Donde mis gestos sonámbulos se deslizan
Entre animal y flor como medusas.

Día de mar en el viento, día alto
Donde mis gestos son gaviotas que se pierden
Girando sobre las olas, sobre las nubes.


Versión de Diana Bellessi



PORFIRIO BARBA JACOB




Canción del día fugitivo



Como en lo antiguo un día, nuestro día
demos al goce estéril...
Y tú tienes, ¡oh lamma!, ¡oh carne mía!,
toda la melodía del instante
en la blancura azul de tu semblante.

Déjame que circunde
tu frente con mis besos.

Por quién sabe qué sinos de la hondura,
o acaso por qué númenes divinos,
al cantar las alondras a Eva pura
oí el cantar, y confundí los trinos.

Y fuéme el día gárrulo mancebo
de íntima albura, y ojiazul, y tibio,
y fuéme el viento
y el mar ambiguo...

El amor en mi sangre se hacía llamaradas.
Mis sienes vi de lampos circundadas.
En mi jardín precipitaron sus mieles las
                                                     granadas.
Fulgían los luceros, afluían las hadas,
y yo quise volar a cumbres nunca holladas.

Pero mi ardor interno me fue melancolía.
Todo el humano impulso lo circunscribe el día,
el pequeñuelo círculo del día,
burbuja de ilusión, burbuja vana
en que flotas, ¡oh lamma!, ¡oh carne mía!,
y que es ahora y no será mañana...

Recuerdo vagamente, como en sueños
se evoca a veces un antiguo ensueño.
Bajo el ala de luz del alba pura
que anuncia el parto místico del día,
tu mano azúlea, de viril factura,
guiaba el carro en la extensión madura
del valle que en Octubre descendía.

Un viento, un viento hería el espigal,
y el rumor de las eras en el viento
tras el viento salíalo a alcanzar.
Con su oro viejo, líquenes ducales
historiaban del álamo los nudos,
y había una asamblea de zorzales
por los racimos castos y desnudos.
Un viento, un viento hería el espigal,
y el rumor en el viento, tras el viento,
era como un plañir y un no lograr.

A sus rejas, la novia del labriego,
fértil y matinal, vimos ceñida:
la besa él y la colora luego
rubor de amor, ¡oh poma de la vida!

Y cantas tú, ¡oh lamma! Y el son del espigal,
la onda eólea, el melódico fluir,
¡suénanme a un no decir y un sí otorgar!
Suspenso yo del amoroso instante,
tu acto primo, original y bello,
húmedo de la leche azul del día
y aun en sus nieblas matinales trémulo,
quise en su maravilla eternizar,
con su fluir,
con su ondular,
entre el rumor
del espigal,
en la dulzura
del vivir.

¿Dónde está mi visión: el parto místico,
el oro del octubre, el carro, el día,
tu voz dilecta, tu ademán jocundo,
en fin, la realidad suma y perfecta
de aquella hora del mundo,
con su fluir,
con su ondular,
entre el rumor
del espigal,
en la dulzura
del vivir?

Como el tono del mar cuaja en la perla,
cuaje en esta canción aquel rumor:
¡sea un lamento
que va en el viento
por mi temblor y mi dolor
el día dulce de tu amor!

¡El día! ¡El día! Su ligera túnica,
guarnecida de iris de burbujas,
deja sólo al flotar pavesa triste.
Amor, Dolor, Ensueño... ¡El Alma
era grande y el día era pequeño!

Pero en venganza lúgubre, este día
es para el goce estéril;
y tú tienes, ¡oh lamma!, ¡oh carne mía!,
toda la melodía del instante
en la blancura azul de tu semblante...



VICENTE NÚÑEZ




Aria triste

                                                                 Homenaje a J. R. J.
                                                                      Meeting at night



Antes de que se cierre la cancela y el faro
rasgue con su guadaña el estor de la tarde,
hay un jazmín sombrío que aguarda unas pisadas
entre la celosía otoñal de una cita.

Los muchachos que vuelven de la playa, la ronda
última de los novios que atenúa la niebla,
la red de los silencios y su copo doliente
rozan por un instante esa amarga clausura.

Pasan como vencidos del rigor de los besos,
tú que esperaste en vano de una noche a otra noche,
y dejan en la agreste baranda de la arena
el áspero geranio de un sollozo votivo.

La barca en que un arráez se pierde entre las rocas
es sólo un vago indicio, bajo la luna llena.
Tras el balcón abierto hay un libro, unas flores...
Un timbre casi anuncia la ausencia de sus manos.

Y el amor, que salvaba la verja y los rosales,
lejos de la corola de su ser se evadía;
y en los acantilados su sangre decoraba
la ruda y pavorosa soledad de las olas.

Y una noche, a las doce... La terraza era un friso
de espaldas y organdíes que agitaba la música.
Y el mar siguió vacío, y la playa desierta,
y no se oyeron pasos, y no vino a la cita.


De: "Poemas ancestrales"


JUAN ANTONIO MASOLIVER



  
Los días del amor fueron efímeros...



Los días del amor fueron efímeros
y se besaban con los labios muertos
como estatuas obscenas bajo el tiempo
y en aquel sucio beso se encontraron
como el día primero del encuentro
y en el sabor a muerte había vida,
la vida que se encuentra y que perdemos
y que un obsceno encuentro recupera.
Ya no hay quimera en la desolación.


De: "En las rejas del tiempo"