martes, 13 de septiembre de 2016


CARLOS APREA


  

El horizonte desde la Bahía



En Bahía Desolación
el sol es tan tenue
que lo tratan como a un prematuro.
Recién nacido
del vientre helado de la tierra,
lo miran de frente
apenas amanece,
y le murmuran palabras con firmeza
para que se digne
a calentar el día,
le ofrecen espejos y oropeles,
salmos y rogativas,
y esperan en silencio
mientras sube al cenit.


De: “Pueblos fugaces”



ANTONIO GARCÍA TEIJEIRO



  
De ola en ola



De ola en ola,
de rama en rama,
el viento silba
cada mañana.

De sol a sol,
de luna a luna,
la madre mece,
mece la cuna.

Esté en la playa
o esté en el puerto,
la barca mía
la lleva el viento.



MARINA KOHON



  
acá estoy
sin brújula
esperando

la llaga encadenada
al árbol seco

esperando

que el ave se despoje
de su garganta muda
que una nota cruce
los vacíos
de la vida
y de la muerte

que en algún lugar del universo
me dejes unir
tu sombra con la mía.


De: “La ruta del marfil”


SANDRA CORNEJO




Un lago



Cuentan que la profundidad de un lago
es semejante a la altura
de las montañas que lo rodean.
Cada vez que observo
esa superficie
al ras de una breve playa
me conmueve este pensamiento.

Era un día de febrero
un día cálido, sin viento.
Carmen dormía.
Vos y yo caminábamos en el muelle
haciendo equilibrio
entre hierros atravesados
sobre un apoyo invisible.

No te animabas a zambullirte
–el agua de un lago siempre es fría, casi helada–
yo apenas jugaba con los pies descalzos
en el oleaje.

Todo el mundo estaba ahí.
La cabaña a pocos metros
el silencio
y en la montaña
la presencia inalterable del fondo del lago.

. . . . . . . . . . . . . . . . . .A nuestra familia Quintana en Esquel


De: “Bajo los ríos del cielo”



ÁLVARO GARCÍA



  
Galeones



Tesoro de un naufragio es el naufragio mismo,
su memoria callada y encallada,
su silencio abisal y su misterio
transitado despacio por los peces.
Se naufraga para algo.
Lo que ahí abajo late sin latir
es el haber perdido
flotación en la historia y ser sustancia
de la que el tiempo se alimenta.
Los siglos no andan solos,
comen derrotas,
trizas de pabellones,
afanes que navegan y que un día se hunden.

Cuando el mar le hace sitio al barco,
la memoria no es sólo
astillería húmeda que pasa del abismo
a la mañana del museo.
Es también galeones que yacen en lo oscuro.

La luz le duele un poco
al fragmento de barco que vuelve con poleas y derramando olvido.

El tiempo se despieza y es algo más que piezas.
No es ajuar en vitrinas y es temblor.
Es vida oscura o luminosa.
O algo intermedio,
que tal vez sea el espíritu y que escapa
mientras secamos piezas con un rótulo al lado,
como piratas de nosotros mismos.


De: "Para lo que no existe" 



ALFONSO CANALES




El amor



Es preciso que cuente la historia de Juanico,
aquél a quien sedujo mi niñera, una tarde
de verano. ( Se ha dicho que fue bajo los pinos.)

Era delgado, alto, melancólico. Un negro
pañuelo le ceñía el largo cuello. Estaba
delicado del pecho. Cuando pasó la cosa
aún no había entrado en quintas.

                                     Si mal no lo recuerdo,
todo ocurrió en agosto. Yo jugaba arrastrando
un gran bieldo blanquísimo por el llano. Juanico
daba portes con sacos vacíos, desde un carro
hasta el patio. Las horas se fundían despacio
sobre el jardín, caían sobre los eucaliptos
repletos de chicharras, que sonaban lo mismo
que cuando las patatas se fríen en aceite
muy caliente. Juanico sudaba. Pero cuando
penetraba en la sombra del portón, una lengua
de aire fresco lamía su pecho, despegaba
el pañuelo empapado, le entraba por debajo
de los perniles, como una larga serpiente,
y le dejaba un pétalo de rosa entre las piernas.

Carmen tenía casi los treinta años. Ella
sabía que Juanico se abrazaba a la colcha
y miraba a la luna, como si allí estuvieran
las razones de todo. Por eso entró en la casa
para beber un vaso de agua: el caso era
ayudar a Juanico que casi no sabía
por qué cabos empiezan a trenzar los amores.

Yo estaba, ya lo he dicho, arrastrando mi bieldo,
llano arriba y abajo. Pero me daba cuenta
de que un pájaro grande cubría con sus alas
el jardín, los pinares, los olivos, la alberca,
la casa con Juanico, con Carmen, con los sacos.
Los dientes dibujaban cuatro líneas iguales,
que giraban, que iban y venían, lo mismo
que el vuelo de las aves.

                                  Sin embargo, de pronto
me sentí solo: estaba el mundo solo, bajo
el ala inmensa. Piensen cual sería mi asombro
cuando vi que el gran pájaro ardía y que dejaba
caer en mi cabeza plumillas encendidas.

Entré corriendo al patio. Alguien había cerrado
todas las puertas: solo una estaba entornada.
Miré por la rendija y allí los vi en la sombra,
con un afán ardiente por mí desconocido,
así como empeñados en no morirse nunca.