miércoles, 22 de marzo de 2017

LUCIAN BLAGA



  
La milagrosa semilla



Sonriendo, con dulces palabras me imploras
que te busque esas semillas por tantos codiciadas
que germinan en el hermoso huerto de la Utopía
a cuyo alrededor relámpagos fecundos
juegan iluminando las apacibles linfas.

Iré dejando a un lado la ciudad rumorosa,
y con pasos más firmes
que aquellos que me llevan bajo floridos arcos,
caminaré por los mercados de la primavera
en busca de los vendedores de semillas.
Tú has adivinado mi natural predilección,
mi amor profundo
por todo lo que nace en la tierra de mi patria,
todo lo que en sus fuentes se multiplica y crece.
Tú has adivinado cómo me maravilla
contemplar la creación aún oculta en el grano,
ese pequeño dios que espera caer
en los surcos de marzo.

He visto en ocasiones la milagrosa semilla
que guarda en su interior los supremos poderes.
No hay nada extraordinario en su apariencia,
pero su estirpe me inclina a suponer
que es ella la semilla que me pides.
Luminosos son siempre los colores que muestra,
verdaderos tesoros, en los sacos abiertos.
Pueden los granos ser imaginados: amarillos
o rojos y verdes y sepias y dorados.
Puros en ocasiones, otras veces mezclados.

Semejantes colores, tan nítidos y frescos,
sólo en los escudos de armas de algún país
se encuentran, y en los huevos de los pájaros.

Si llevas la joven semilla en las manos,
te parecerá oír el sonido de la sedosa arena
en las riberas de los mares orientales.

Cuando era niño, me gustaba meterme desnudo
en las barricadas llenas de trigo,
hundido hasta la boca en los granos de oro.
Sentía entonces en los hombros como el peso de un río.
Y ahora, cuando han pasado tantos años
y veo alguna vez los sacos de semillas,
apenas puedo dominar el deseo
de frotarlos contra mi rostro.
Sólo me detiene el temor
de despertar a las deidades solares,
soñadoras, firmes y dóciles.

¡Benditas sean las semillas de hoy y de siempre!
El pensamiento de un verano cálido
y un alto cielo de luz violeta y pura
se esconden en ellas mientras dormitan.
Un dulce crujido de campo y mediodía
palpita en el sueño de las semillas,
un siglo que transcurre,
un pueblo de hondas frondas
y un rumor de estirpe que canta.


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