Bayas de humilde color
Fue
un mediodía de invierno en Provenza:
íbamos
de Barcelona hacia Niza,
buscando
un parador para almorzar.
Y de
improviso –igual que si brotasen
de un
recuerdo– surgieron en la rambla
que
partía la ruta esos arbustos:
achaparrados,
de bayas rojizas
y
ramas espinosas, tan idénticos
a los
que veíamos en los cercos
de
nuestra infancia en el país del sur...
Nunca
hubiera creído que esas plantas
con
sus bolitas de lánguido rojo
pudiesen
encerrar tanta nostalgia
de
patria; que en tan poca cosa entrase
algo
que duele y se ama en extremo
como
es la tierra en que se nace y crece...
Bayas
de humilde color en la tarde
de
Provenza: vieja herida que late
sordamente
en la sangre, hasta que un día
se
revela transformada en palabras.
De: “Ojalá el tiempo tan sólo fuera lo que
se ama”
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