miércoles, 24 de mayo de 2017

DENISSE BUENDÍA




Padre



De niña los cuervos tenían alma
dormían en un sembradío de ojos
incubando promesas para los ciegos
pero llegaron tus manos ásperas e inmensas
a asfixiarlo todo, cada semilla, cada parpado
y los condenaste a ir por la eternidad arrancando ojos para sembrarlos.

De niña los columpios eran cohetes
la nostalgia se abrazaba irremediablemente a los ojos de un cometa
Me enseñaste como arañar silencios
Descubrí la medida que habitaba entre el vacío y tus ojos

De niña aprendí a borrar el abandono con manchas de migajón
A bailar desde la amnesia
El olvido es vicio de poetas
Aquello que no se puede dejar de deletrear
De esperar como quien espera la muerte
Esa diminuta franja donde Caín abraza a Abel
y nada sucede

De niña un diamante mágico que daba poder
Hubiera liberado a mi cuerpo roto y diminuto del fuego
De ser devorada una y otra vez
incluso ahora después de muerto, sigues devorándome

Crecí en la estirpe de los decapitados
Cuerpos descorazonados que caen en sí mismos infinitamente
Hablando el idioma del relámpago
Cauterizando telegramas de consuelo

De niña las azoteas del edificio tenían el peso de un aeroplano
eran del tamaño de mis brazos,
el amor olía a carne fresca en una alcantarilla.
Las flores que se desprendían del árbol
perdían su dimensión dentro de la casa
todo parecía un truco de magia
donde los hilos chillaban de tan fluorescentes
Y aun así, todos aplaudían

De niña quedarnos a solas era como entrar a una escuela vacía
Con el aroma penetrante de la infancia
Tétrica como la oscuridad que habitaba en el puño de tierra
que deje caer sobre tu tumba.



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