sábado, 6 de mayo de 2017

MATILDE CASAZOLA


  

Los obscuros



La fruta estaba hecha
para que la gustáramos,
para olerla y gozar su lozanía;
pero nosotros no podíamos comprarla.

El sol estaba hecho
para amar nuestra piel,
estremecer la vida de todo nuestro cuerpo;
pero a nuestra guarida el sol no entraba.

El pan de cada día, en fin, estaba hecho
para hablarnos todas las mañanas
de campos fecundados;
pero sólo comíamos con mendrugos duros y agrios.

También había música y otras cosas dulces,
pero habitaban en el aire alto
y nosotros sólo captábamos sus ecos.

Nos debatíamos en la cueva obscura,
en el cuartucho húmedo
donde la única verdad es la Miseria.

Entonces, no aprendimos
el himno de alabanza,
y la sonrisa en nuestros labios
era una flor enferma.

Dicen que Dios hizo a los hombres iguales
y semejantes a él en armonía y en belleza,
¿cómo es entonces, que ahora
formemos este vértice inmundo
del que huyen todas las miradas
y contra el que se vuelven bruscamente las espaldas?

-Hablo por boca del que se arrastra
por húmedos rincones
de morada siniestra.
Dice que de él también era la tierra.-

¿Quién hurtóme el rojo clavel,
llamarada impetuosa;
quién bloqueó mis salidas
quién me esperaba
aún antes de pensar nacer
con la triste cadena?

No estuvo equilibrada en mi balanza
la desdicha, con la bienaventuranza.

Te regalo de antemano mis huesos,
para que hagas con ellos
trémulas flautas
que canten elegías
mientras a blanca mesa se sientan prósperas familias

y hay sol,
y hay pan,
hay fruta.

Pero llora, es verdad, en todo el aire
trémula flauta, su llanto innumerable.



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