martes, 16 de mayo de 2017

VÍCTOR SANDOVAL




Envío



Vamos a trabajar
el pan de este poema.
Hay que traer un poco de alegría;
que cada quien tome su cesta.
La noche gira sobre la esperanza
y desgasta sus párpados la estrella.
Surgen las graves letanías del trigo
por los labios abiertos de la tierra.
La espiga se desnuda sobre el aire
y el agua suelta sus cadenas.
Con un poco de esfuerzo y de ternura
vamos a trabajar
el pan de este poema.


*

Vengo de las antesalas,
de los invernaderos
donde florecen los bostezos.

Vengo de la monotonía,
de las prisiones de grandes ventanales
donde se estrella la nostalgia
y el hombre es un gran pájaro de luz
herido por los timbres sordos.

Vengo del tableteo de las máquinas,
de la sensualidad agazapada
en las rodillas de las secretarias
y entre los cubos de los escritorios.
Vengo de la mirada
de perro fiel de los ujieres.

Hay que aflojar aquí músculo y nalgas
para que los sillones no nos duelan.
Amarrar la esperanza a las pretinas,
anclar nuestras pupilas a las puertas
y esperar a que el tedio nos golpee
y el aire nos racione sus bandazos
hasta que nos conviertan
en peces arrojados a la arena.

Hay que sentir que todo esto es un páramo
en donde las mujeres
hacen reptar la flor azul del sexo
y los hombres contemplan distraídos
el cocodrilo mutilado
que lustra los zapatos,
mientras pronuncian
con rabia nuestros nombres
los solemnes pingüinos que se mueven
al ritmo de los altos timbres.

En estas agonías de la esperanza,
en estos varaderos de sueños y proyectos,
en estas jaulas de los ministerios,
se pierde la razón,
la dignidad
se dobla como portafolio
y uno se da cuenta
que el dolor, la tristeza
o el pan de nuestros hijos,
se archivan en el expediente
número tres mil quinientos diez.


De: Poema del veterano de guerra
  


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