La luz no es un espíritu profético
Mis
plumas eran breves como las de un pájaro viejo
e
íntimamente el esternón humillaba
con
esa sugerencia minuciosa de fractura.
La
luz no es un espíritu profético
sino
la osadía de mi timidez en tu vientre
o el
sigilo de mis párpados en tus noches.
Recuerdo
que los espinos retoñaban en el páramo
de
arena
y los
reflejos del sol tropezaban con la misma piedra.
Los
santos eran equívocos en esa patria sugerida
sus
parajes inusitados y rigurosos.
Los
zahoríes enganchaban sus armaduras
para
desafiar al infierno
tal
si un demente hubiese arruinado la tregua.
Entonces
una grieta en el aire fragmentó las pilastras
de
las enredaderas
y los
buitres escudriñaron en la carroña ocultada
entre
las zarzas.
Mi
plumaje era perecedero como el de un ave longeva
y
adentro los cartílagos de mi torso oprimían
con
esa insinuación escrupulosa de quebranto
ante
ese fulgor que privaba tus destellos en mi cara.
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