domingo, 25 de junio de 2017

VÍCTOR SANDOVAL




El fugitivo y sus presagios



Pasaba las tardes en una vieja plaza.
Tardes y plaza,
árboles quemados,
un roble partido en dos,
la piel arrugada, pero erguido y muy alto,
un oscuro mundo en sus ramas.
Tardes y plaza ardiéndome en la garganta.
Conminatoria y rápida
la revelación apenas me rozó.
Había que escapar o quedarse para siempre.
Como en Fraguas, la ciudad de la que soy un fugitivo
ahí estabas, padre, llamándome,
con tu piel calcinada, el tronco gigantesco,
tu oscuro mundo de yunques, fragores y descensos.

*

Amarás un telón amarillo.
El viejo otoño sobre el bosque
en la estación de los turistas.
Dejarás Fraguas, la nombrada.
Llevarás a tu padre bajo el brazo,
como el de Ilión un día.
Como el de Troya,
fue grande y poderoso.
Alborotó camas de hierro,
usó trajes de alpaca y fístulas rosadas.
Dejarás la ciudad en llamas del otoño.
Otros serán, otros son ya los habitantes.
Ni una piedra perdida recordará a tu padre.
De la ciudad antigua sólo el reloj de sol,
los contrafuertes rojos del poniente.
Tendrá una máscara de hierro la ciudad, una malla
de alambre,
túnica de moscas y ceniza,
rígidas banderas de polyester sobre los edificios
(negocios, habrá negocios para la gente nueva)
un aire de inocencia pervertida en las canteras rosas,
extranjerías innobles sobre los calicantos.
Dejarás Fraguas, la nombrada, un día en gran jolgorio
con tu padre el sarmentoso, el olvidado, bajo el brazo.


*

—Cada día te pareces más a tu padre.
La misma nariz,
la misma nuca, el muro de cemento, la espalda de
la fábrica,
tu padre, el clima,
el mismo rostro de Fraguas.
Los estanquillos, la cerveza los domingos;
por esas fechas
los niños y sus juegos en las calles, bolas de cristal,
trompos claveteados,
áureas monedas altas perdiéndose en los árboles.
Fraguas en las tardes:
—Un bruñido color en las doncellas,
un espejo en el que todos anhelaban repetirse.
—Cada día eres más la imagen de tu padre:
el secreto fulgor que alondra el entrecejo,
los puños sobre las caderas,
las esquirlas de luz abriendo paso.
Su voz entre cadenas
sensible a la garganta; por sus vetaduras
un azaroso agrio licor de espinas,
erguida bayoneta de silbidos.

*


La rebelión contra los candados y los montacargas
contra el orden de los colores,
contra el índice y el pulgar en contubernio,
contra el índice que brilla.
La rebelión oscura, amarga, rabiosamente lúcida
del que alguna vez fue parte en la luz de las naranjas;
el que tocó y gozó la sombra de las piedras
y fue en la fiesta popular, en las canciones,
una línea dorada de sonidos,
el sumo sacerdote del movimiento andante.
El que un día miró bajar nubes y auras
y se encerró en su interno diluvio de luciérnagas.
La lenta rebelión
del que se fue quedando solo,
en su descenso a tientas,
solo, con las voces arriba,
cada vez más lejos,
como el paciente insomne que oye conversar en
la pieza contigua
o el diestro nadador
que a tumbos se despide del eco y sus presagios.

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