"Un poema si no es una pedrada -y en la sien- es un fiambre de palabras muertas" Ramón Irigoyen
lunes, 31 de julio de 2017
MARISOL BOHÓRQUEZ GODOY
El mar y sus abismos
Condenada
a perder todas las batallas,
elegí
ser mar en lugar de roca;
ser
impulsada por el viento, sin temor a sucumbir
ante el
oscuro vértigo de los acantilados;
porque
después de la caída,
sé de
la fuerza con la que se levantan
mis
enfurecidas olas
y de
los remolinos que forman.
Sé de
la suave espuma que resulta después de un estallido
–
labios sedientos que se desvanecen al besar tus costas-
No
evitaré mi sal, capaz de corroer los imponentes barcos;
ni
evitaré la desembocadura de aguas dulces
que me
traen noticias de otros mundos.
Contendré
en mi vientre criaturas nobles, bestias feroces
y seré
testigo de los amores que se abrazan con el vaivén
de mi
música.
Sepultaré
cadáveres y sueños,
pero
valdrá la pena este infinito de contradicciones
porque
sé que me hallarás un día.
Pedirás
luz a las estrellas
para
navegarme en las noches
y
valiente como Ulises
enfrentar
todas las tormentas
para
conducirme a la orilla
donde
mi cuerpo cristalino
sobre
cálidas arenas encienda su danza;
tus
pies se abracen a efímeras caricias
con el
deseo de contenerme
o de
regresar a mis aguas,
porque
un marinero en tierra
es un
hombre que ha perdido la vida.
VICENTE QUIRARTE
Mar abierto
No fue
por la palabra misma que yo dije:
“Tu pecho parece el Mar Egeo”.
El mar era entonces sólo un niño
y la espuma aprendiz de esbeltos pasos
rompía en tus pies, dorándolos apenas.
Es verdad:
ciertas noches busqué desesperado,
por frescos callejones de Florencia
el recuerdo de un mar más presentido.
El mar tiraba de mí como promesa,
así como de la planta son futuro
la nube fugaz y el sol que la mantienen.
Mar Tirreno, islas del Egeo,
esmeraldas celestes coronadas
por mis ojos que siempre han visto todo
aunque a veces el brillo los engañe.
Y quién negaba que yo pudiera irme,
que pinceles y muros me dejaran
abandonar la luz, la sombra espesa,
que aquel sereno lago en que bebía
dejara de alimentar mi sed de viaje
y el horizonte nuevo que tendías
dijera hay otros mares
en qué descubrir mi oficio de hombre.
Dije otra vez:
“Tu pecho parece el Mar Egeo”.
Las islas navegaban otras aguas,
asombradas de piel nunca antes vista.
Más allá de las colinas tersas
la espuma plateada me esperaba:
sin saberlo el velero recorría
el mar Mediterráneo por tu vientre.
Y qué fecundo mar y casa y mar amigo
y qué lisura inmortal para mi proa
y qué ansias por ver el mar abierto.
Sin la audacia y el coraje de otros hombres,
marineros de sueños destruidos
por el sueño grotesco de la muerte,
estuve allí, nadé por aguas tersas,
por encrespadas olas que morían
sólo después de castigar las peñas.
Quise decirte mar Mediterráneo,
otra vez colinas tersas, islas del Egeo
(¿lo dije alguna vez? quizá mentía),
pero ya estaba mi arboladura desplegada
y tu vientre anunciaba el maremoto.
¿Quién habló de cortar los mástiles
y detener el vértigo?
¿Qué grito cobarde en la tormenta
imploró la piedad de un cielo sordo?
A toda vela hacia el desastre
quise saber tu nombre, madona,
pero no estaba en mí sino buscarlo,
no saber ni pensar, sólo sentirlo,
y ser uno contigo en esa lucha
donde el cielo y la tierra desembocan.
Y te llamabas yegua y eras otra
y te llamabas carne y aguacero.
Te llamaba entre el viento y respondías,
busqué el ojo del huracán, quise perderme,
Carabela de náufragos del cielo,
Fiel faro de los ángeles caídos,
Madre total, nodriza de delfines,
Relámpago en medio de la noche,
Playa de carena en el crepúsculo,
Canto de las sirenas para Ulises,
Estatura dormida con ahogados,
Isla en nacimiento, sima absorta,
Verde esposa del sol en la mañana,
Guerrera de las nubes, bienhechora,
Refugio de ballenas en invierno,
Acero del tridente de Neptuno,
Promesa de horizonte para el paria,
Veladora del Fuego de San Telmo,
Guardiana de tesoros sumergidos,
Mascarón rescatado por tritones,
Tejedora del traje de la espuma,
Campanario en mitad del maremoto,
Ceñidora del cetro de las olas,
Perfume de la rosa de los vientos,
Señora de los piratas condenados,
Pitonisa de brújulas y cartas,
Hada de los salmones peregrinos,
no me salves no pidas no renuncies
a dejarme en la gloria de perderme,
de ascender al cielo y ver de frente
lo que algún día habrán de ver los ojos
que crucen otro mar abierto y azaroso
ahora y en la hora de nuestras vidas,
Madona.
“Tu pecho parece el Mar Egeo”.
El mar era entonces sólo un niño
y la espuma aprendiz de esbeltos pasos
rompía en tus pies, dorándolos apenas.
Es verdad:
ciertas noches busqué desesperado,
por frescos callejones de Florencia
el recuerdo de un mar más presentido.
El mar tiraba de mí como promesa,
así como de la planta son futuro
la nube fugaz y el sol que la mantienen.
Mar Tirreno, islas del Egeo,
esmeraldas celestes coronadas
por mis ojos que siempre han visto todo
aunque a veces el brillo los engañe.
Y quién negaba que yo pudiera irme,
que pinceles y muros me dejaran
abandonar la luz, la sombra espesa,
que aquel sereno lago en que bebía
dejara de alimentar mi sed de viaje
y el horizonte nuevo que tendías
dijera hay otros mares
en qué descubrir mi oficio de hombre.
Dije otra vez:
“Tu pecho parece el Mar Egeo”.
Las islas navegaban otras aguas,
asombradas de piel nunca antes vista.
Más allá de las colinas tersas
la espuma plateada me esperaba:
sin saberlo el velero recorría
el mar Mediterráneo por tu vientre.
Y qué fecundo mar y casa y mar amigo
y qué lisura inmortal para mi proa
y qué ansias por ver el mar abierto.
Sin la audacia y el coraje de otros hombres,
marineros de sueños destruidos
por el sueño grotesco de la muerte,
estuve allí, nadé por aguas tersas,
por encrespadas olas que morían
sólo después de castigar las peñas.
Quise decirte mar Mediterráneo,
otra vez colinas tersas, islas del Egeo
(¿lo dije alguna vez? quizá mentía),
pero ya estaba mi arboladura desplegada
y tu vientre anunciaba el maremoto.
¿Quién habló de cortar los mástiles
y detener el vértigo?
¿Qué grito cobarde en la tormenta
imploró la piedad de un cielo sordo?
A toda vela hacia el desastre
quise saber tu nombre, madona,
pero no estaba en mí sino buscarlo,
no saber ni pensar, sólo sentirlo,
y ser uno contigo en esa lucha
donde el cielo y la tierra desembocan.
Y te llamabas yegua y eras otra
y te llamabas carne y aguacero.
Te llamaba entre el viento y respondías,
busqué el ojo del huracán, quise perderme,
Carabela de náufragos del cielo,
Fiel faro de los ángeles caídos,
Madre total, nodriza de delfines,
Relámpago en medio de la noche,
Playa de carena en el crepúsculo,
Canto de las sirenas para Ulises,
Estatura dormida con ahogados,
Isla en nacimiento, sima absorta,
Verde esposa del sol en la mañana,
Guerrera de las nubes, bienhechora,
Refugio de ballenas en invierno,
Acero del tridente de Neptuno,
Promesa de horizonte para el paria,
Veladora del Fuego de San Telmo,
Guardiana de tesoros sumergidos,
Mascarón rescatado por tritones,
Tejedora del traje de la espuma,
Campanario en mitad del maremoto,
Ceñidora del cetro de las olas,
Perfume de la rosa de los vientos,
Señora de los piratas condenados,
Pitonisa de brújulas y cartas,
Hada de los salmones peregrinos,
no me salves no pidas no renuncies
a dejarme en la gloria de perderme,
de ascender al cielo y ver de frente
lo que algún día habrán de ver los ojos
que crucen otro mar abierto y azaroso
ahora y en la hora de nuestras vidas,
Madona.
Regresé
con el triunfo en mis banderas.
Los hombres me rodearon en el puerto
envidiando la hazaña de mi buque.
Su casco estaba bruñido, carenado
como esa larga noche en que tus muslos
fueron concebidos por mis manos.
De nadie sino tuya la tristeza
de ángel que camina entre los hombres.
¿Quién puede vivir con gloria en tierra
cuando el tiempo nos quita el goce eterno?
Por eso no olvido, Madona,
por eso no pidas, mi Lucrezia,
que olvide el viaje por ese océano abierto,
márcame para siempre con tus ojos
y después de la herida nazca el mundo.
Los hombres me rodearon en el puerto
envidiando la hazaña de mi buque.
Su casco estaba bruñido, carenado
como esa larga noche en que tus muslos
fueron concebidos por mis manos.
De nadie sino tuya la tristeza
de ángel que camina entre los hombres.
¿Quién puede vivir con gloria en tierra
cuando el tiempo nos quita el goce eterno?
Por eso no olvido, Madona,
por eso no pidas, mi Lucrezia,
que olvide el viaje por ese océano abierto,
márcame para siempre con tus ojos
y después de la herida nazca el mundo.
De “Fra Filippo Lippi: cancionero de Lucrezia
Buti”
FRANCISCO GONZALEZ DE LEON
A cero grados
En diciembre y en enero
el mercurio baja a cero;
y se sabe que hubo heladas
en las horas tempraneras,
porque el aire cuajó sobre los vidrios
poniéndoles visillo a las vidrieras:
en diciembre y en enero
el termómetro anda en cero.
Catálogos del invierno:
En el río,
los tejos isotérmicos del hielo
y los cantos agudos del tildío.
En la huerta,
embustera y reseca la higuera
madura en secreto
compota de higos;
y en compensación,
los libros, el sol y el fogón
son nuestros amigos.
Como en tono mate
el violeta concreto de los cielos
se concreta en violetas del arriate:
y en los atardeceres de las tardes huecas
manos invisibles
prenden en fogatas
a las hojas secas.
Las estrellas son pecas
de plata.
Logarítmicos fanales
de las siderales vías;
joyeles en terciopelos;
metales y pedrerías.
En las noches más diáfanas y frías
los trémulos luceros brillan más,
como ojos con lágrimas.
De: “Mi libro de horas”
MARIA ELVIRA LACACI
Señor,
esta vida prestada
que sostengo
a fuerza de dolor
hecho ya aliento,
aliento que me pesa
estancado remanso
que no fluye
ni se renueva con cada latido-
es como las demás. También prestada.
Pero a mí
me dejaste pendiendo
la etiqueta,
el marchamo que dice a todas horas
-porque un viento en el alma lo remueve-:
"Que no me pertenece."
Y se posan
mis tan oscuros y tristones ojos
sobre toda planta que en la tierra crece
y sobre todo ser humano
que a la vida
se entrega totalmente. Apasionado.
Con asombro los miro,
porque a ellos
les arrancaste un día la etiqueta.
La etiqueta que a mí,
angustiosamente,
me baila sin cesar. Frente a los ojos.
esta vida prestada
que sostengo
a fuerza de dolor
hecho ya aliento,
aliento que me pesa
estancado remanso
que no fluye
ni se renueva con cada latido-
es como las demás. También prestada.
Pero a mí
me dejaste pendiendo
la etiqueta,
el marchamo que dice a todas horas
-porque un viento en el alma lo remueve-:
"Que no me pertenece."
Y se posan
mis tan oscuros y tristones ojos
sobre toda planta que en la tierra crece
y sobre todo ser humano
que a la vida
se entrega totalmente. Apasionado.
Con asombro los miro,
porque a ellos
les arrancaste un día la etiqueta.
La etiqueta que a mí,
angustiosamente,
me baila sin cesar. Frente a los ojos.
SUSANA THÉNON
Oración
Cuándo
dejará la luna
de
preferir a esos pocos
que
tanto a media noche
como al
alba
gritan
su ardor sin freno.
Cuándo
será definitivo
el
derecho a soñarse
sin
verificar números,
papeles
rotos, sexos,
velocidad
sin prisa de la sangre.
Cuándo
morirá el cielo
-sus
castigos-
y el
rayo será un niño
entre
las hojas.
Cuándo
arderán los vientos
sepultados.
RAUL RENAN
Catulinarias
XXII
Se sabe que tu amor
acuna fiebre,
aflora coito,
y que no puedes
aplacar tu lecho
cuando hierve
bajo el sueño inocente
de tu hermana,
Claudio Incesto.
Se sabe que tu amor
acuna fiebre,
aflora coito,
y que no puedes
aplacar tu lecho
cuando hierve
bajo el sueño inocente
de tu hermana,
Claudio Incesto.
De “Catulinarias y sáficas”
domingo, 30 de julio de 2017
JORGE CUESTA
Paraíso encontrado
Piedad no pide si la muerte habita
y en las tinieblas insensibles yace
la inteligencia lívida, que nace
sólo en la carne estéril y marchita.
En el otro orbe en que el placer gravita,
dicha tenga la vida y que la enlace,
y de ella enamorada que rehace
el sueño en que la muerte azul medita.
Sólo la sombra sueña, y su desierto,
que los hielos recubren y protejan,
es el edén que acoge al cuerpo muerto
después de que las águilas lo dejan.
Que ambos tienen la vida sustentada,
el ser, en gozo, y el placer, en nada.
LUIS BACIGALUPO
Sensación de mundo
En la
sensación de este mundo, está el mundo.
En el dolor de las piedras, la humanidad.
En el dolor de las piedras, la humanidad.
No
puedo existir hoy sino en la presunción
de una tristeza unánime.
Y multiplicarme
en la mentira que encierra toda verdad.
de una tristeza unánime.
Y multiplicarme
en la mentira que encierra toda verdad.
Bajo el
sol se disuelve el amor y sus vínculos
se afianzan bajo la lluvia.
se afianzan bajo la lluvia.
Es
movido por el viento, el viento.
Y el fuego vive en el fuego y recibe su calor.
Y el fuego vive en el fuego y recibe su calor.
Nada en
verdad es cierto
cuando hablamos en nombre de la verdad.
cuando hablamos en nombre de la verdad.
Hoy las
raíces del jazmín han muerto
pero sus dos únicas flores permanecen intactas.
Esa hoja, ese brote aspiran y no aspiran a vivir
a no morir.
pero sus dos únicas flores permanecen intactas.
Esa hoja, ese brote aspiran y no aspiran a vivir
a no morir.
Porque
nada de lo que ha de ser importa
ni nada importa lo que es.
Lo que ha sido no es más que aquello
que no ha de venir.
Es consolador saberlo
mientras el fuego viva en el fuego
de este instante.
ni nada importa lo que es.
Lo que ha sido no es más que aquello
que no ha de venir.
Es consolador saberlo
mientras el fuego viva en el fuego
de este instante.
Inédito
ENRIQUE CASARAVILLA LEMOS
Tarde
Vamos.
Vamos. Sufrimos del destierro del mundo,
del ocaso del mundo cerca ya.
Vamos, vamos, amor...
Tenemos los jardines ahí no más
aún.
Se siente la brisa de lujuria apagada
y lejana del mar...
Lejos, de la mirada de Venus el color
azul vago se apaga.
Ya sin pulso, la voz
de las Gracias se empaña.
del ocaso del mundo cerca ya.
Vamos, vamos, amor...
Tenemos los jardines ahí no más
aún.
Se siente la brisa de lujuria apagada
y lejana del mar...
Lejos, de la mirada de Venus el color
azul vago se apaga.
Ya sin pulso, la voz
de las Gracias se empaña.
SERGIO EDUARDO CRUZ FLORES
Principio
Escucho
la música de Berlioz como un vidrio roto
en que
ningún hálito de sonido
trasciende
las
partículas ínfimas
de
despertar.
Escucho
la música de Berlioz como un gusano
que
rodea la sagrada piel frágil, tersa
de una
manzana verde
y,
tomando fuerza,
la
penetra.
Escucho
la música de Berlioz como un sitio
de
taxis a la una de la mañana
hacia
el cual camino
un poco
ebrio, lentamente,
pensando
navegar
de mi
boca al sueño
y
fugarme hacia la nada que regresa.
LUIS ROSALES
El hilván
Nadie
puede saber cuándo comienza a avergonzarse,
y sería conveniente mirar a las estrellas
que se van encendiendo contagiadas de silenciosidad,
para aprender,
al menos,
que la palabra más hermosa de nuestra lengua es la palabra
titilación.
Nadie puede saber cuándo comienza a ser injusto,
pero ya lo está siendo cuando adelanta su voluntar, aunque
tan sólo sea un milímetro, a su pensamiento,
y se aísla de sí mismo
titilando.
¿No has observado que en algunos momentos
—de cuyo número no quisiera acordarme—
la palabra nos suele convertir en un espantapájaros?
y alguien te hace mover los brazos contra tu voluntad,
hasta que llega ese momento en que precisas ser injusto,
en que precisas ser injusto para acabar con todo como se
chasca una nuez en la puerta.
Y no deja de ser curioso que esto pueda ocurrir cuando está
el pan sobre el mantel,
y entonces hablas deshauciándote,
hablas sin responder a ninguna necesidad,
clavando un alfiler en la retina de la persona que más
quieres,
para decir,
si acaso,
una verdad intransitiva que no le sirve a nadie para nada.
Todos debiéramos callar,
todos vivimos del silencio de alguien,
y, sin embargo,
en alguna ocasión,
uando tienes aún el sabor de sus besos en la boca,
te repentizas con la amada como si la quisieras transferir,
ya que la cólera te aísla,
y sientes tus palabras como una amputación,
y prefieres hablar a ponerte una venda,
pues lo propio del hombre es titilar en la noche del mundo.
Sabes que sólo grita quien se siente depuesto y sumariado,
pues el grito obedece a un temor y es un modo en
enfrentarse al vacío;
así pues,
muchas veces,
cuando tienes aún una lágrima suya sobre el labio,
te irritas con la amada extremaunciándola;
y el disgusto puede sobrevenir en un momento de cansancio
último,
puede ser decisivo,
y, sin embargo, lo provocas cortándote los pies
y se hace el daño ajeno a costa propia.
Quizá basta el cansancio para odiarse a sí mismo,
para llegar a ser un hombre previo,
un odio que habla a ciegas
cuando le da la gana o la desgana;
pero tiene que hablar
únicamente
porque al hacerlo vive la más inútil intensidad que se puede
vivir.
Y todo queda entonces en el vano ademán de alzar los
brazos como un espantapájaros,
ya que nadie puede saber,
amiga mía,
cuándo comienza a avergonzarle lo que dice,
como a veces al tirar de un hilván se nos deshace el traje;
pero se tira del hilván,
se intercambian andrajos y palabras,
se hace sufrir inútilmente
tal vez porque sabemos que la presencia de la vida en la
tierra quizá no es más que una titilación.
y sería conveniente mirar a las estrellas
que se van encendiendo contagiadas de silenciosidad,
para aprender,
al menos,
que la palabra más hermosa de nuestra lengua es la palabra
titilación.
Nadie puede saber cuándo comienza a ser injusto,
pero ya lo está siendo cuando adelanta su voluntar, aunque
tan sólo sea un milímetro, a su pensamiento,
y se aísla de sí mismo
titilando.
¿No has observado que en algunos momentos
—de cuyo número no quisiera acordarme—
la palabra nos suele convertir en un espantapájaros?
y alguien te hace mover los brazos contra tu voluntad,
hasta que llega ese momento en que precisas ser injusto,
en que precisas ser injusto para acabar con todo como se
chasca una nuez en la puerta.
Y no deja de ser curioso que esto pueda ocurrir cuando está
el pan sobre el mantel,
y entonces hablas deshauciándote,
hablas sin responder a ninguna necesidad,
clavando un alfiler en la retina de la persona que más
quieres,
para decir,
si acaso,
una verdad intransitiva que no le sirve a nadie para nada.
Todos debiéramos callar,
todos vivimos del silencio de alguien,
y, sin embargo,
en alguna ocasión,
uando tienes aún el sabor de sus besos en la boca,
te repentizas con la amada como si la quisieras transferir,
ya que la cólera te aísla,
y sientes tus palabras como una amputación,
y prefieres hablar a ponerte una venda,
pues lo propio del hombre es titilar en la noche del mundo.
Sabes que sólo grita quien se siente depuesto y sumariado,
pues el grito obedece a un temor y es un modo en
enfrentarse al vacío;
así pues,
muchas veces,
cuando tienes aún una lágrima suya sobre el labio,
te irritas con la amada extremaunciándola;
y el disgusto puede sobrevenir en un momento de cansancio
último,
puede ser decisivo,
y, sin embargo, lo provocas cortándote los pies
y se hace el daño ajeno a costa propia.
Quizá basta el cansancio para odiarse a sí mismo,
para llegar a ser un hombre previo,
un odio que habla a ciegas
cuando le da la gana o la desgana;
pero tiene que hablar
únicamente
porque al hacerlo vive la más inútil intensidad que se puede
vivir.
Y todo queda entonces en el vano ademán de alzar los
brazos como un espantapájaros,
ya que nadie puede saber,
amiga mía,
cuándo comienza a avergonzarle lo que dice,
como a veces al tirar de un hilván se nos deshace el traje;
pero se tira del hilván,
se intercambian andrajos y palabras,
se hace sufrir inútilmente
tal vez porque sabemos que la presencia de la vida en la
tierra quizá no es más que una titilación.
22 de agosto de 1977
De “Diario de una resurrección”
De “Diario de una resurrección”
RAFAEL CANSINOS ASSENS
He
También a ti la vida te ha cogido entre sus fuertes brazos, y entre sus fuertes brazos
te ha estrujado.
También a ti la vida te ha seducido con sus grandes senos, y sobre sus grandes senos
te ha doblado tu cuello y ha hecho desflorarse tus labios.
También a ti la vida, ¡oh corazón!, como a cualquier otro, te ha puesto sobre su falda
y te ha reblandecido con sus besos y te ha dislocado en el torno de sus caderas.
De "El candelabro de los siete
brazos"
sábado, 29 de julio de 2017
JORGE VALDÉS DÍAZ-VÉLEZ
Alfama
Atraviesa
el amor, o lo que sea,
el mapa
desdoblado ante los ojos
de la
chica que aprieta en su bolsillo
una
llave. Pasa el tráfico lento
y el
espejo fugaz de la garúa;
cae
desolación desde las nubes
encima
de sus hombros y el destello
de su
ajorca. Sujeta con firmeza
el
tesoro metálico, aligera
el
ritmo apresurado de sus pasos
sin
mirar hacia atrás. La cerradura
queda
lejos aún de su impermeable.
La
puerta que ha de abrir tendrá el relámpago
de la
pieza dentada entre sus yemas
y el secreto interior de la llovizna.
y el secreto interior de la llovizna.
Afuera
quedarán Lisboa y sus eléctricos,
los
cálidos aromas del óxido del Tajo
corriendo
inalcanzable hacia los puentes.
ISABEL FRAIRE
Amor y teatro
I
gesticular mirando con el rabo del ojo hacia el espejo
espejo ante el espejo
para qué
en el fondo
no soy no puede nadie ser
sino esta nada
este ojo
este cero que se refleja en otro cero
y el amor más glorioso
dos ficheros de imágenes
que por azar coinciden
II
Y SIN EMBARGO
quiero sacar mi yo
de detrás del espejo
y clavarlo en el tuyo
sin remedio
gesticular mirando con el rabo del ojo hacia el espejo
espejo ante el espejo
para qué
en el fondo
no soy no puede nadie ser
sino esta nada
este ojo
este cero que se refleja en otro cero
y el amor más glorioso
dos ficheros de imágenes
que por azar coinciden
II
Y SIN EMBARGO
quiero sacar mi yo
de detrás del espejo
y clavarlo en el tuyo
sin remedio
EFREN REBOLLEDO
El Duque de Aumale
Bajo la
obscura red de la pestaña
Destella su pupila de deseo
Al ver la grupa de esplendor sabeo
Y el albo dorso que la nieve empaña.
Embiste el sexo con la enhiesta caña
Igual que si campara en un torneo,
Y con mano feliz ase el trofeo
De la trenza odorífera y castaña.
El garrido soldado de Lutecia
Se ríe de sus triunfos, mas se precia
De haber abierto en el amor un rastro,
Y gallardo, magnífico, impaciente,
Como un corcel se agita cuando siente
La presión de su carga de alabastro.
Destella su pupila de deseo
Al ver la grupa de esplendor sabeo
Y el albo dorso que la nieve empaña.
Embiste el sexo con la enhiesta caña
Igual que si campara en un torneo,
Y con mano feliz ase el trofeo
De la trenza odorífera y castaña.
El garrido soldado de Lutecia
Se ríe de sus triunfos, mas se precia
De haber abierto en el amor un rastro,
Y gallardo, magnífico, impaciente,
Como un corcel se agita cuando siente
La presión de su carga de alabastro.
Caro victrix (1916)
MALENA DE MILI
Vibración
Me gustaría
callar,
callar,
y en el
silencio absoluto
poder
percibir
el vibratto al interior de tus testículos
en toda
su pureza,
tu
semen en punto de ebullición
desgarrando
la luz de sus cuerdas.
Y
vibrar al fin
contigo
derramado
JOSE MANUEL ARCE
Paisaje
Igual que las antenas de los televisores
tiendo a veces mis brazos para captar tu imagen.
Frío árbol de aluminio,
Y voy por la ciudad buscándote,
llamándote,
auscultando uno a uno los canales del viento.
Se me llenan los ojos de anuncios y señales,
de violencias ajenas, de misterios vulgares.
Pero tú no apareces.
Igual que las antenas de los televisores
tiendo mis fríos brazos de aluminio
en todas direcciones
para ver si te encuentro.
Abro mi pecho acústico para oír tus palabras
que lleguen por mis brazos
al corazón sonoro.
Pero tu voz no llega.
¿Dónde estás?
¿Por dónde pasa el río tembloroso de tu imagen?
¿Dónde estás?
No te encuentro. No capto
tu huella de luciérnagas.
Y me quedo en la noche
igual que las antenas de los televisores,
con mis rígidos brazos como árbol de aluminio.
Igual que las antenas de los televisores
tiendo a veces mis brazos para captar tu imagen.
Frío árbol de aluminio,
Y voy por la ciudad buscándote,
llamándote,
auscultando uno a uno los canales del viento.
Se me llenan los ojos de anuncios y señales,
de violencias ajenas, de misterios vulgares.
Pero tú no apareces.
Igual que las antenas de los televisores
tiendo mis fríos brazos de aluminio
en todas direcciones
para ver si te encuentro.
Abro mi pecho acústico para oír tus palabras
que lleguen por mis brazos
al corazón sonoro.
Pero tu voz no llega.
¿Dónde estás?
¿Por dónde pasa el río tembloroso de tu imagen?
¿Dónde estás?
No te encuentro. No capto
tu huella de luciérnagas.
Y me quedo en la noche
igual que las antenas de los televisores,
con mis rígidos brazos como árbol de aluminio.
viernes, 28 de julio de 2017
ELEONORA FINKELSTEIN
El ángel
Se
vestía de blanco (tenía
cierta
fijación –más bien rústica–
por
la metáfora).
“Todo
ángel es terrible”, decía
y
cerraba el negocio.
Las
mujeres entornaban los ojos
para
entender mejor.
Pobres,
feas, de las que se cambian el nombre
por
Rosemary o Jacqueline y coleccionan muñecas.
Yo
era una tipa fuerte y andaba con él,
habría
sido una puta perfecta
pero
iba a la universidad.
Tampoco
me pidan que sea un ángel.
El
cuento es que volaba,
volaba
porque ese verso
–“Todo
ángel es terrible”–
era
su retrato fiel.
El
mensajero del Oriente,
de la
aspirina y el bicarbonato,
pensaba
yo, y volaba también
mientras
en la vereda
todo
sucedía con naturalidad:
“este
soy yo y esto es lo que hago”.
Canturreaba:
“te ofrezco lo mejor de mí…”
¿Estaba
suficientemente alerta?
¿Miraba
cuando el ángel volteaba
los
espejos para la degustación?
¿Entendía
tanta mirada oblicua
si la
cosa se ponía caliente de verdad?
Asuntos
de un oficio terrible, me decía,
de la
ira de Dios.
¿A
qué temer? Después de todo,
no
hay nada que te mate dos veces.
Debería
contar esto alguna vez.
Pero
contarlo mejor, contarlo bien.
Porque
sé que es algo que nadie
buscaría
recordar jamás.
Porque
sé que todo ángel es terrible.
Y yo
no soy un ángel.
DIONICIO MORALES
Señales
XII
No digas
que no te quiero
si te olvido
un día
El olvido
es la memoria
fiel
del
tiempo
No digas
que no te quiero
si te olvido
un día
El olvido
es la memoria
fiel
del
tiempo
De: Inscripciones y señales
VÍCTOR HUGO
Ayer, al anochecer
Las sombras descendían, los pájaros callaban,
la luna desplegaba su nacarado olán.
La noche era de oro, los astros nos miraban
y el viento nos traía la esencia del galán.
El cielo azul tenía cambiantes de topacio,
la tierra oscura cabello de bálsamo sutil;
tus ojos más destellos que todo aquel espacio,
tu juventud más ámbar que todo aquel abril.
Aquella era la hora solemne en que me inspiro,
en que del alma brota el cántico nupcial,
el cántico inefable del beso y del suspiro,
el cántico más dulce, del idilio triunfal.
De súbito atraído quizá por una estrella,
volviste al éter puro tu rostro soñador...
Y dije a los luceros: "¡verted el cielo en ella!"
y dije a tus pupilas: "¡verted en mí el amor!"
Las sombras descendían, los pájaros callaban,
la luna desplegaba su nacarado olán.
La noche era de oro, los astros nos miraban
y el viento nos traía la esencia del galán.
El cielo azul tenía cambiantes de topacio,
la tierra oscura cabello de bálsamo sutil;
tus ojos más destellos que todo aquel espacio,
tu juventud más ámbar que todo aquel abril.
Aquella era la hora solemne en que me inspiro,
en que del alma brota el cántico nupcial,
el cántico inefable del beso y del suspiro,
el cántico más dulce, del idilio triunfal.
De súbito atraído quizá por una estrella,
volviste al éter puro tu rostro soñador...
Y dije a los luceros: "¡verted el cielo en ella!"
y dije a tus pupilas: "¡verted en mí el amor!"
Versión de Salvador Díaz Mirón
JORGE GAITÁN DURÁN
Canícula
El sol abrasa toda
Vida. No mueve el viento
Un árbol. Fuera del tiempo
Está el fasto del día.
La canícula absorbe
Las horas, los colores,
El silencio.
De repente óyese una gota
De agua, y otra,
Y otra más, en la tarde.
Es la música.
El sol abrasa toda
Vida. No mueve el viento
Un árbol. Fuera del tiempo
Está el fasto del día.
La canícula absorbe
Las horas, los colores,
El silencio.
De repente óyese una gota
De agua, y otra,
Y otra más, en la tarde.
Es la música.
MARILINA RÉBORA
Resultará
forzoso el cruel alejamiento
Y habrá que decidirse, como lo inevitable,
Lo mismo que aceptamos la violencia del viento,
El rugido del mar o el tiempo inexorable.
Y habrá que decidirse, como lo inevitable,
Lo mismo que aceptamos la violencia del viento,
El rugido del mar o el tiempo inexorable.
Habrá
que tener ánimo en el fatal momento
Para abdicar de todo lo que nos fue agradable,
Y saber resignarnos en el recogimiento
Con el gesto tranquilo ante lo inapelable.
Para abdicar de todo lo que nos fue agradable,
Y saber resignarnos en el recogimiento
Con el gesto tranquilo ante lo inapelable.
Los
ojos en el cielo, frente al azul del día,
Serán dulce consuelo las venturas de otrora
-El hogar de la infancia, juventud, poesía-,
Y al alumbrar la luna, al filo de la sombra,
Tendré la paz ansiada, y llegará la hora
En que cerca de Dios, tan sólo a Dios se nombra.
Serán dulce consuelo las venturas de otrora
-El hogar de la infancia, juventud, poesía-,
Y al alumbrar la luna, al filo de la sombra,
Tendré la paz ansiada, y llegará la hora
En que cerca de Dios, tan sólo a Dios se nombra.
MARUJA VIEIRA
Letras de arena
Háblame.
Al fin y al cabo
mis sueños están hechos de palabras.
Tus palabras.
Las que nunca me has dicho y están vivas
con fuerza de memoria verdadera.
Vivas como en el fondo transparente
las estrellas marinas.
Como el recuerdo tuyo que me sigue
y voy llevándolo.
Sin que lo aparte un cielo distinto ni una ola,
ni siquiera la sombra de otro cuerpo.
Escucha... El mar enreda
sus dedos verdes en los arrecifes.
Es como si tu voz estuviera buscándome
sin encontrarme y sin que yo la encuentre.
Desde lejos
viene a azotarme el rostro tu silencio.
mis sueños están hechos de palabras.
Tus palabras.
Las que nunca me has dicho y están vivas
con fuerza de memoria verdadera.
Vivas como en el fondo transparente
las estrellas marinas.
Como el recuerdo tuyo que me sigue
y voy llevándolo.
Sin que lo aparte un cielo distinto ni una ola,
ni siquiera la sombra de otro cuerpo.
Escucha... El mar enreda
sus dedos verdes en los arrecifes.
Es como si tu voz estuviera buscándome
sin encontrarme y sin que yo la encuentre.
Desde lejos
viene a azotarme el rostro tu silencio.
jueves, 27 de julio de 2017
TOMAS TRANSTRÖMER
Caprichos
Oscurece en Huelva: palmas tiznadas
Y el murciélago rápido,
blanco plateado del silbar del tren.
Las calles se han llenado de gente.
Y la señora apresurada
en el tumulto cuidadosamente pesa
la última luz del día en la balanza de sus ojos.
Y el murciélago rápido,
blanco plateado del silbar del tren.
Las calles se han llenado de gente.
Y la señora apresurada
en el tumulto cuidadosamente pesa
la última luz del día en la balanza de sus ojos.
Versiones de
Roberto Mascaró
De: “El cielo a
medio hacer”
FEDERICO HERNÁNDEZ AGUILAR
Tu pubis
a D…
Invitación a ver lo que no veo.
Desafío que ampara mis locuras.
Razón de mis atléticas posturas.
Todo origen si origen deseo.
Desafío que ampara mis locuras.
Razón de mis atléticas posturas.
Todo origen si origen deseo.
Premura constipada que a Teseo
dirige nuevamente a las oscuras
entrañas del misterio. Voz que a duras
penas tiene una lengua. Mi recreo.
dirige nuevamente a las oscuras
entrañas del misterio. Voz que a duras
penas tiene una lengua. Mi recreo.
Si rincón, el preciso; el necesario,
si refugio. Verdad tan inocente
que no requiere sombra ni escenario.
si refugio. Verdad tan inocente
que no requiere sombra ni escenario.
Rastro -mujer de Lot- de tantas sales.
Antiguo silo de un afán reciente.
Levedad que se erige en mil finales.
Antiguo silo de un afán reciente.
Levedad que se erige en mil finales.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)