Casida
Las
horas que le dan su forma al día,
a la
semana, al mes y al año, dejan
una
capa finísima de polvo
encima
de los seres y las cosas.
Es
polvo que le dio vueltas al mundo
antes
de aposentarse en los relojes
que
guardan el final de nuestras vidas.
No
hay forma de quitarlo. Ni siquiera
con
la humedad que tuvo el alma
cuando
quiso invocar en el desierto
el
viaje de las pléyades. Recuerda:
el
llanto no hace pozos en la arena
y el
árbol nunca vuelve a su semilla.
Gran poema, como todos los de este poeta mexicano
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