jueves, 13 de julio de 2017

VICENTE QUIRARTE




Tres poemas de Carrara 



I (Presagio)

La luz, descendiendo por pinares,
iba en pos de bahías en qué anegarse.
Antes que las gaviotas
te anunciaba el incendio del verano
en la llama más verde de Toscana.
Hacías arder el aire en sus azules
y de tanta luz el orbe estremecías.
Los bloques de mármol bajo el mediodía
eran la promesa de la estatua
y tu cuerpo el futuro de mi mano.
La sonrisa mojada que se abría
en toda tu cara como los batientes
se abren para dejar que entre
el aire recién llovido de la calle
te hacían aparecer por vez primera,
como si nadie, antes que yo, te hubiera visto.
Carrara flotaba por el cielo
y el resuello del joven Miguel Ángel
inflamaba tu oreja y mis te quiero,
mientras la luz —absorta— se colmaba
y el tren iba a su encuentro en la distancia.


II (Mediodía)

Primero es una sed de labios hacia afuera,
un abrir de párpados henchidos
por toda la arena del mar y el sol en alto
Hay un conjuro de espuma estremecida,
un lejano cantar de niño ahogado,
de mármol que espera ser herido.

Llevo entre los días
el memorial de tu epidermis,
cuaderno de bitácora a deshoras,
sin marino capaz de terminarlo,
sin isla en qué apagar la sed de navegantes
hartos de fatigar sus besos
sobre la piel azul del mar y su mentira.

Frente al Tirreno bebimos vino blanco
y la arena y el sol y aquel deseo
contenido y sereno como el mármol
donde late una sangre más eterna.

La violencia empezó con tus palabras:
“No uso nada debajo del vestido”.

El roce de tu cuerpo con el mío,
la madrugada, el frío, te quiero tanto,
son historias por otros ya contadas.


III (Amanecer)

La piel tiene un lenguaje y su memoria
alza banderas blancas por el cielo.
Me hablo de una piel ya conocida,
de una piel sumergida y recobrada
que vuelve a amanecer como una aldea
donde todos los ritmos se conjuran
cuando el sol dora, lento, la mañana.
No hay ventana ni lecho, no hay futuro.
La única certeza es el saberme
hecho de una piel que reconozco
en otra que me anuncia desde el sueño
con la fatiga y la fuerza de la yegua
que bebe quietamente en el arroyo
después de haber corrido
toda la noche bajo las estrellas.


De: “Puerta del verano”



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