lunes, 13 de marzo de 2017

 

ANIBAL NÚÑEZ




He metido las manos en el fuego...



He metido las manos en el fuego
por saber si era cierto su suplicio
y supe -el si era o no lo supe luego-
que el saber esperar ya no es mi oficio.

Y lo es desesperar, quiera o no quiera,
y es el seguir no hallándote en lo oscuro
de esto que llaman llanto por ahí fuera
y yo de que es mi vida estoy seguro.

Y aunque tu mano tarda, a mí me duele
como si no llegara nunca. ahora
me entretengo en trenzar melancolía.

Después vendrá la pena como suele
venir: para avisarme que es su hora;
y el estar solo a hacerme compañía.


Enero de 1962


ANTONIO MACHADO



  
Mariposa de la sierra
  
                  A Juan Ramón Jiménez, por su libro Platero y yo.



¿No eres tú, mariposa,
el alma de estas sierras solitarias,
de sus barrancos hondos,
y de sus cumbres agrias?
Para que tú nacieras,
con su varita mágica
a las tormentas de la piedra, un día,
mandó callar un hada,
y encadenó los montes
para que tú volaras.
Anaranjada y negra,
morenita y dorada,
mariposa montés, sobre el romero
plegadas las alillas o, voltarias,
jugando con el sol, o sobre un rayo
de sol crucificadas.
¡Mariposa montés y campesina,
mariposa serrana,
nadie ha pintado tu color; tú vives
tu color y tus alas
en el aire, en el sol, sobre el romero,
tan libre, tan salada!...
Que Juan Ramón Jiménez
pulse por ti su lira franciscana.


CINTIO VITIER





Trabajo



Esto hicieron otros
mejores que tú
durante siglos.
De ellos dependía
tu sensación de libertad
tu camisa limpia
y el ocio de tus lecturas y escrituras.
De ellos depende
todo
lo que te parecía natural
como ir al cine
o estar triste, levemente.
Lo natural, sin embargo, es el fango,
el sudor, el excremento.
A partir de ahí, comienza
la epopeya, que no es sólo
un asunto de héroes deslumbrantes,
sino también
de oscuros héroes, suelo de tus pisadas,
página donde se escriben las palabras.
Deja las palabras, prueba
un poco
lo que ellos hicieron, hacen,
seguirán haciendo
para que seas:
ellos,
los sumidos en la necesidad
y la gravitación,
los molidos por los soles implacables
para que tu pan siempre esté fresco,
los atados
al poste férreo de la monotonía
para que puedas barajar todos los temas,
los mutilados
por un mecánico gesto infinitamente repetido
para que puedas hacer
lo que te plazca con tu alma y con tu cuerpo.
Redúcete como ellos.
Paladea el horno,
come fatiga.
Entra un poco, siquiera sea clandestinamente,
en el terrible reino de los sustentadores
de la vida. 



JENARO TALENS




Sucesión temporal II



El cartel claramente la anuncia:
Prohibido.
Y lo subraya: No arrojar la basura.
Y apagadas celindas,
diminutas, sin orden. Pareces responder
a su mirada. Llevas
un bonito vestido. Sí, no empieces
otra vez. El crepúsculo
siempre es triste. O acaso
era al amanecer. No la recuerdo.
Nunca me lo habías dicho
antes. Llueve. Corramos
hasta un cine. No importa. Tú acabas de cumplir
veinte años. ¿Me quieres
o no? Sí, tal vez no me quieras
ya. Qué fragante la noche.
De las celindas sube un tenue olor
que nos envuelve, cálido. Por siempre.
Nos amaremos siempre.

Cómo has cambiado, amor.
¿Cuánto tiempo? Sí, llevas
un bonito vestido.
Se hace tarde. Me esperan.
Ahora, incluso te esperan. Ya lo ves. Y a ti ¿cómo
te va? Junto a estas tapias
derruidas, el tiempo
parece detenido. Miras
desvanecerse en humo tantas flores silvestres
sobre el sucio cartel. Qué poco queda
de nosotros, ¿verdad? Aunque ya qué decir.
Meditar en silencio. Sí, volvamos, es tarde.
A menudo prefiero
ir en silencio. Ahora
todo es distinto.
¿No te molesta? No. Me da igual. Amor mío,
cuánta tristeza inútil.
Y oyes vibrar el viento entre los matorrales.


De: "Víspera de la destrucción"


JOSÉ ÁNGEL VALENTE




Estabas desleída en la dulzura...



Estabas desleída en la dulzura
de los secretos jugos de tu cuerpo
y te llevaba el agua
como a una larga cabellera verde
engendrada en los limas
obstinados del fondo.

Era tu forma ese deshacimiento.
Brotar.
                  Fluir.
                               Abandonarse.
Bajaba el aire hasta los límites
perfectos de tu piel.
                                           Blancura.
Y ya oblicuo, el poniente la encendía
para nacer de ti aquella tarde
de qué lugar, qué tiempo, qué memoria.


                                                        (Orillas del Sar)
 


JOSE LUIS CANO




Tiempo del amor



En el amor el tiempo es como un pájaro
aleteante, estremecido, trágico.

Parece detenerse en nuestros brazos,
jadear dulcemente en nuestros labios.

Y fluye tierno como el valle verde
por un secreto afán de vida breve.

Su vuelo cesa bajo el beso largo,
tensas las alas, dulce y hechizado.

Y cuando el beso acaba hay en su luz
un brillo de asombrada juventud.

Ahora acecha cautivo de los labios
el lento desunirse, desmayados.

Ahora yace, quemadas ya las alas,
mientras ávidamente se desangre.

En el amor el tiempo es como un pájaro
aleteante, estremecido, trágico.