martes, 14 de marzo de 2017


EFREN REBOLLEDO




Salomé



Son cual dos mariposas sus ligeros
Pies, y arrojando el velo que la escuda,
Aparece magnífica y desnuda
Al fulgor de los rojos reverberos.
Sobre su obscura tez lucen regueros
De extrañas gemas, se abre su menuda
Boca, y prodigan su fragancia cruda
Frescas flores y raros pebeteros.
Todavía anhelante y sudorosa
De la danza sensual, la abierta rosa
De su virginidad brinda al tetrarca,
Y contemplando el lívido trofeo
De Yokanán, el núbil cuerpo enarca
Sacudida de horror y de deseo.


GABRIELA MISTRAL




El suplicio



Tengo ha veinte años en la carne hundido
—y es caliente el puñal—
un verso enorme, un verso con cimeras
de pleamar.

De albergarlo sumisa, las entrañas
cansa su majestad.
¿Con esta pobre boca que ha mentido
se ha de cantar?

Las palabras caducas de los hombres
no han el calor
de sus lenguas de fuego, de su viva
tremolación.

Como un hijo, con cuajo de mi sangre
se sustenta él,
y un hijo no bebió más sangre en seno
de una mujer.

¡Terrible don! ¡Socarradura larga
que hace aullar!
El que vino a clavarlo en mis entrañas
¡tenga piedad!




ELVA MACÍAS




Ascenso a San Cristóbal



Desde la montaña
contemplo a Navencháuc
como una aldea china
donde el agua duerme
como un ojo


EUGENIO MONTALE





Muchas veces he hallado el dolor de vivir



Muchas veces he hallado el dolor de vivir:
era el estrangulado arroyo gorgoteante,
era el arrugamiento de la hoja
que arde, era el caballo derribado.

No conocí más bienes que el prodigio
que otorga la divina Indiferencia:
era la estatua en la somnolencia
del mediodía, la nube y el halcón en lo alto.


GUADALUPE AMOR




El sapo embrujado



El sapo embrujado
y el caimán del castillo de metal;
el mago colorado
el gallo de cristal
y la bruja del manto celestial



EDUARDO CARRANZA




Tema de mujer y manzana

A Nicanor Parra




Una mujer mordía una manzana.
Volaba el tiempo sobre los tejados.
La primavera, con sus largas piernas,
huía riendo como una muchacha:
Una mujer mordía una manzana.
Bajo sus pies nacía el agua pura.
Un sol, secreto sol, la maduraba
con su fuego alumbrándola por dentro.
En sus cabellos comenzaba el aire.
Verde y rosa la tierra era en su mano.
La primavera alzaba su bandera
de irrefutable azul contra la muerte.
Una mujer mordía una manzana.
Subiendo, azul, una vehemente savia
entreabría su mano y circulaban
por su cuerpo los peces y las flores.
Gimiendo desde lejos, la buscaba
—bajo el testuz de azahares coronado—
el viento como un toro transparente.
La llama blanca de un jazmín ardía.
Y el mar, la mar del sur, la mar brillaba
igual que el rostro de la enamorada.
Una mujer mordía una manzana.
Las estrellas de Homero la miraban.
Volaba el tiempo sobre los tejados.
Huía un tropel de bestias azuladas.
Desde el principio, y por siempre jamás,
una mujer mordía una manzana.
Mi corazón sentía oscuramente
que algo suyo brillaba en esos dientes.
Mi corazón, que ha sido y será tierra.