"Un poema si no es una pedrada -y en la sien- es un fiambre de palabras muertas" Ramón Irigoyen
jueves, 16 de marzo de 2017
VÍCTOR SANDOVAL
Hombre de soledad
*
He nacido en la cólera del trigo.
Solo, sobre la tierra, me sustento
de la protesta rápida del viento,
con el surco por lecho y por abrigo.
Solo, con el arado por amigo,
exacto en la medida y movimiento,
labrador de mi propio pensamiento,
no le temo a la garra ni al castigo.
Hombre de soledad, en la llanura
resurjo de sus hondas cicatrices.
Violento en mi frutal arquitectura
y musical del tronco a las raíces,
me sustenta mi firme arboladura
y me enciendo en recónditas matrices.
*
Aquí descansa mi inquietud de hoguera.
Aquí siembro mi ráfaga y mi llama;
en estos horizontes donde inflama
su vientre de cristal la tolvanera.
Aquí, como maguey de eterna espera,
en la reseca piel del panorama,
me circunda de sol y me reclama
el silencio maduro de la era.
Con su grito de toro degollado
la espiral de la sangre me acaricia
y crece como río desbordado.
Aquí, para que el polvo y su milicia
no destruyan el pan recién cortado,
aquí planto mi vara de justicia.
LUCIAN BLAGA
Las lágrimas
Cuando echado del nido de la eternidad,
el primer hombre
pasaba asombrado y pensativo por los bosques y campos,
le apenaban
la luz, las nubes, el horizonte –y de cualquier flor
le punzaba un recuerdo del paraíso.
Y el primer hombre, el errante, no sabía llorar.
Una vez, agotado por el azul tan claro
de la primavera,
con alma de niño el primer hombre
cayó de cara al polvo:
"Padre, arráncame los ojos
o si te es posible fabrica sobre ellos
una telaraña, una mortaja,
para que no vea más
ni flor, ni cielo, ni sonrisa de Eva, ni las nubes,
porque toda esa luz me duele".
Entonces, El Piadoso, en un instante de misericordia
le dio las lágrimas.
MIGUEL ÁNGEL FLORES
Umbral
Se
levanta con pies de niebla,
Un viento de invierno cruza los recuerdos.
Es la hora crepuscular, se esfumó la edad ligera,
En exilio, los placeres vagan por los arrabales de la
memoria.
Dónde buscar la boca que se abrió incandescente.
De tu ciudad sólo queda un patio
Semanas de lento respirar, semanas de lamentos apagados.
La conciencia de ser una presencia agria.
Semanas de mirar fugazmente
La garganta alucinada del día.
De tu ciudad sólo queda un patio perdurable
Las maldiciones de la edad.
La agonía que ya no concede tregua,
La fiebre que palmo a palmo gana un cuerpo.
Apartamiento de olores y sabores,
Y al fin se cumple el día:
La invalidez y la condena,
Y tu pensamiento es un surtidor
De ebrios sueños.
No hubo hartura de vida.
El dorado cabello y el esbelto talle, ¿qué fin tuvieron?
A triste soledad condenado,
Sentidos despiertos y una vaga sensación de la aguja
hipodérmica,
Los ojos fijos en el alba inmensidad de un cielo falso,
La larga soledad de ocultar el dolor íntimo
Y días que son presencia yerma.
Se adormece el cuerpo,
La conciencia que se evade
Y llega a un puerto que llaman destino,
Mejor morir en secreto,
Sin testigos que hagan recuento de miserias y de lástimas.
Ah, morir a la hora en que el día alcanza su clímax.
El silencio cae sobre ti y muestra un rostro
Que será fértil territorio de gusanos y de polvo.
De la ciudad deseada sólo recuerdas un patio
Adonde llegaban hombres con cargamentos de sueños
Que la dura vigilia emponzoñaba.
En la algarabía vespertina
Creíste adivinar la bendición de un cuerpo sin mácula.
Un viento de invierno cruza los recuerdos.
Es la hora crepuscular, se esfumó la edad ligera,
En exilio, los placeres vagan por los arrabales de la
memoria.
Dónde buscar la boca que se abrió incandescente.
De tu ciudad sólo queda un patio
Semanas de lento respirar, semanas de lamentos apagados.
La conciencia de ser una presencia agria.
Semanas de mirar fugazmente
La garganta alucinada del día.
De tu ciudad sólo queda un patio perdurable
Las maldiciones de la edad.
La agonía que ya no concede tregua,
La fiebre que palmo a palmo gana un cuerpo.
Apartamiento de olores y sabores,
Y al fin se cumple el día:
La invalidez y la condena,
Y tu pensamiento es un surtidor
De ebrios sueños.
No hubo hartura de vida.
El dorado cabello y el esbelto talle, ¿qué fin tuvieron?
A triste soledad condenado,
Sentidos despiertos y una vaga sensación de la aguja
hipodérmica,
Los ojos fijos en el alba inmensidad de un cielo falso,
La larga soledad de ocultar el dolor íntimo
Y días que son presencia yerma.
Se adormece el cuerpo,
La conciencia que se evade
Y llega a un puerto que llaman destino,
Mejor morir en secreto,
Sin testigos que hagan recuento de miserias y de lástimas.
Ah, morir a la hora en que el día alcanza su clímax.
El silencio cae sobre ti y muestra un rostro
Que será fértil territorio de gusanos y de polvo.
De la ciudad deseada sólo recuerdas un patio
Adonde llegaban hombres con cargamentos de sueños
Que la dura vigilia emponzoñaba.
En la algarabía vespertina
Creíste adivinar la bendición de un cuerpo sin mácula.
LUIS ROSALES
Cómo es posible que la predestinación
a veces llegue tarde
a veces llegue tarde
Cuando
vivimos tanto que hay que pagar exceso
hay algo en el amor como una luz suicida,
tal vez es sólo eso,
y hay amores que duran algo menos que un beso,
y besos que han durado algo más que una vida.
hay algo en el amor como una luz suicida,
tal vez es sólo eso,
y hay amores que duran algo menos que un beso,
y besos que han durado algo más que una vida.
30 de marzo de 1977
De: “Diario de una resurrección”
De: “Diario de una resurrección”
VICENTE HUIDOBRO
La vida es sueño
Los
ojos andan de día en día
Las princesas pasan de rama en rama
Como la sangre de los enanos
Que cae igual que todas sobre las hojas
Cuando llega su hora de noche en noche
Las hojas muertas quieren hablar
Son gemelas de su voz dolorida
Son la sangre de las princesas
Y los ojos de rama en rama
Que caen igual que los astros viejos
Con las alas rotas como corbatas
La sangre cae de rama en rama
De ojo en ojo y de voz en voz
La sangre cae como las corbatas
No puede huir saltando como los enanos
Cuando las princesas pasan
Hacia sus astros doloridos
Como las alas de las hojas
Como los ojos de las olas
Como las hojas de los ojos
Como las olas de las alas
Las horas caen de minuto en minuto
Como la sangre
Que quiere hablar.
Las princesas pasan de rama en rama
Como la sangre de los enanos
Que cae igual que todas sobre las hojas
Cuando llega su hora de noche en noche
Las hojas muertas quieren hablar
Son gemelas de su voz dolorida
Son la sangre de las princesas
Y los ojos de rama en rama
Que caen igual que los astros viejos
Con las alas rotas como corbatas
La sangre cae de rama en rama
De ojo en ojo y de voz en voz
La sangre cae como las corbatas
No puede huir saltando como los enanos
Cuando las princesas pasan
Hacia sus astros doloridos
Como las alas de las hojas
Como los ojos de las olas
Como las hojas de los ojos
Como las olas de las alas
Las horas caen de minuto en minuto
Como la sangre
Que quiere hablar.
ALFONSO CORTES
Ángelus
El cruel ángelus inconsciente,
levántase entre el Ataúd
de lo infinito, en el poniente
de una epicúrea lasitud;
y en los tejados de las almas
mayan los ruidos de la tierra,
y, en la locura de sus calmas,
la Hora, triste de espacio, yerra.
Y, fatigados, los reflejos
que, con las nubes, huyen, huyen,
el uno al otro, tantos viejos
sueños solares, se destruyen,
danzando sobre la aburrida
fluidez del cielo, que se atedia,
y el compás tiene su medida
en el muerto tiempo que media
entre un reflejo que se hunde
y otro reflejo que aparece,
cuya inconciencia se confunde
en el deleite que adormece
los correspondientes olvidos
de Fuegos, de Almas y de Vientos
que halagan todos los sentidos
y ruedan en los pensamientos
de Dios, en tanto que las almas
mayan los ruidos de la tierra,
y, en la locura de sus calmas,
la Hora, triste de espacio, yerra…
El cruel ángelus inconsciente,
levántase entre el Ataúd
de lo infinito, en el poniente
de una epicúrea lasitud;
y en los tejados de las almas
mayan los ruidos de la tierra,
y, en la locura de sus calmas,
la Hora, triste de espacio, yerra.
Y, fatigados, los reflejos
que, con las nubes, huyen, huyen,
el uno al otro, tantos viejos
sueños solares, se destruyen,
danzando sobre la aburrida
fluidez del cielo, que se atedia,
y el compás tiene su medida
en el muerto tiempo que media
entre un reflejo que se hunde
y otro reflejo que aparece,
cuya inconciencia se confunde
en el deleite que adormece
los correspondientes olvidos
de Fuegos, de Almas y de Vientos
que halagan todos los sentidos
y ruedan en los pensamientos
de Dios, en tanto que las almas
mayan los ruidos de la tierra,
y, en la locura de sus calmas,
la Hora, triste de espacio, yerra…
Suscribirse a:
Entradas (Atom)