lunes, 20 de marzo de 2017


EFREN REBOLLEDO




La tentación de San Antonio



Es en vano que more en el desierto
El demacrado y hosco cenobita,
Porque no se ha calmado la infinita
Ansia de amar ni el apetito ha muerto.
Del obscuro capuz surge un incierto
Perfil que tiene albor de margarita,
Una boca encarnada y exquisita,
Una crencha olorosa como un huerto.
Ante la aparición blanca y risueña,
Se estremece su carne con ardores
Febriles bajo el sayo de estameña,
Y piensa con el alma dolorida,
Que en lugar de un edén de aves y flores,
Es un inmenso páramo la vida.


GABRIELA MISTRAL




Ruth

A González Martínez



I

Ruth moabita a espigar va a las eras,
aunque no tiene ni un campo mezquino.
Piensa que es Dios dueño de las praderas
y que ella espiga en un predio divino.

El sol caldeo su espalda acuchilla,
baña terrible su dorso inclinado;
arde de fiebre su leve mejilla,
y la fatiga le rinde el costado.

Booz se ha sentado en la parva abundosa.
El trigal es una onda infinita,
desde la sierra hasta donde él reposa.

Que la abundancia ha cegado el camino…
¡Y en la onda de oro la Ruth moabita
viene, espigando, a encontrar su destino!


II

Booz miró a Ruth, y a los recolectores.
Dijo: "Dejad que recoja confiada"…
Y sonrieron los espigadores,
viendo del viejo la absorta mirada…

Eran sus barbas dos sendas de flores,
su ojo dulzura, reposo el semblante;
su voz pasaba de alcor en alcores,
pero podía dormir a un infante…

Ruth lo miró de la planta a la frente,
y fue sus ojos saciados bajando,
como el que bebe en inmensa corriente…


III

Y aquella noche el patriarca en la era
viendo los astros que laten de anhelo,
recordó aquello que a Abraham prometiera
Jehová: más hijos que estrellas dio al cielo.

Y suspiró por su lecho baldío,
rezó llorando, e hizo sitio en la almohada
para la que, como baja el rocío,
hacia él vendría en la noche callada.

Ruth vio en los astros los ojos con llanto
de Booz llamándola, y estremecida,
dejó su lecho, y se fue por el campo…

Dormía el justo, hecho paz y belleza.
Ruth, más callada que espiga vencida,
puso en el pecho de Booz su cabeza.


ELVA MACÍAS




Voz escanciada



Sin misericordia
he hurgado la conciencia del alba.
Nada ha quedado ya.
Absolución y sentencia
son ahora
un ojo muerto
en su misión más clara.
La fatiga de Dios
está dispuesta a lo ancho de los caminos.
Pero otra celda en la que vi mi cuerpo,
otra voz asidero del sueño,
dispersaron el último impulso de sosiego.
Días para confirmar nuestra indigencia amorosa.
Tribulaciones
en donde brotan
las flores de la disipación.

Tu cuerpo, incauto amor,
tus huellas apenas se marcaban...

Las blandas hojas
propiciaron tu marcha.
Los juegos quedaron pendientes bajo la higuera
y la caricia de la siesta
dobló su fronda.

Desventurado el juego
que deslinda tu mano de la cabalgadura.
Era el jadear de los perros
la soledad de nuestro parentesco,
la última visión
de la viudez temprana
en el único sitio vulnerable:
el quicio de la puerta.

A tu paso
se desvanecen
los últimos humores de la tierra.
El paisaje respira inalterable.
Se repiten caseríos y plazas
en la profusión de tus oficios:
espantador de aves,
pastor de los ganados,
escanciador del vino.
Y en parajes sombríos
tuviste que guarecerte
de nuestra propia delincuencia.

Ay, la tierra que labramos juntos...
La más fiel de sus guirnaldas
perecerá bajo mareas ajenas.

Los suburbios del aire
hacen su convite.
Alimañas se nutren en el estanque.
Pequeños cascos
cimentaron tu bautisterio en la desolación.

Sean tus ojos
la única sedición de mansedumbre,
melancolía que se liquida en ámbar
como la cicatriz de un amuleto.

Violenta tu silenciosa travesía,
tan violenta a veces
que tuviste que trastocar
el vicio del recuerdo.

Se diluye tu arrebato
concebido una noche de fuegos artificiales
Se hinca el viento
con más fuerza
la arena se precipita
en la pendiente
y en la tregua
la ventisca es más benigna que tu llanto.

Errante, vuelvas
para escanciar el vino,
porque al dejar la casa
te llevaste, entre tus males,
mi vecindad dormida.

Sobre mi piel
se vuelca el zureo de las palomas.
Ah, liturgia que fluye
y anida en mí como un pez mancebo.

Una cigarra enciende
su halo corrosivo
y mi liviandad
polvo de sol
abre sus alas.

Entremuere la luz
sobre las arcas de los despojados,
las salomas del vino
traspasan las alianzas.
Innoble asunto nos iguala:
estampas de cara al tiempo
en el pavor de la conciencia,
dos confesos que naufragan
en una ciega hopalanda.
Qué herrumbrosa heredad se ha derramado
sobre el filo cobrizo y sin aliento.
Al amanecer
el día ha pasado por el ojo de la aguja.

Desaliñados juncos
tutelan mi desesperanza.
Se oyen a todas horas
las controvertidas aguas anunciándose,
evaporándose en la noche,
llaman a tempestad,
recogen sus faldines
y escalan la primera colina.
Se vuelven de sal los tulipanes,
las puertas de la perseverancia,
los mensajeros que llevan la concordia.

Las manos del orfebre se abren.
El barro no se amolda más.
Los escurridizos abonan sus deberes,
han tomado en asolamiento los espejos,
se disputan las casas de nadie,
las horas de nadie.
El enterrador
flagela las tumbas,
aclara el juego de la memoria incierta.

El agua es esa luz que se aniquila
y avanza en el desierto
y nos confunde.
Si fuera el tiempo la medida,
mi cuerpo se volvería una larva
en la vegetación.

Andas, andas a tientas,
bajo el blindaje de tus párpados.
Lejos de las montañas
de faldas menguadas,
lejos de los balcones
y el azoro con su forma de uña desnuda.
Andas
desandas la doble querella del infierno,
cavas el pedestal y la sentencia
en tus ojos.

Y mis ojos, únicos continentes del deseo,
pequeñas cicatrices,
corolas de sombra.

Ojos que en la vigilia y en el sueño
destituyen castas.
Una sola vez
suplicaron en el vacío
y las súplicas fueron contusiones al espíritu.
Cuencos de la vejez
en los desprendimientos sucesivos.
¿En dónde si no en la purificación de las imágenes
se corrompe el recuerdo?
Ojos dispuestos a la contemplación.
Asediados van
junto a la tropelía de las bestias,
alejan su raíz
de nuevo errantes.
Y sólo han de volver
en su alucinación.

Los cauces de los ríos se vuelcan.
Sus aguas toman bajo custodia
arcos abandonados,
armas enmohecidas,
aleros con su vanidad perezosa.
Han anegado las despensas,
la intimidad de la cofradía y sus insectos.

Los caminos son una sola mancha:
altavoces estrangulados,
roedores navegan
con los dientes crecidos,
huesos afloran y contaminan el retiro.
El escándalo permanece en el trasiego,
la plaza se adoquina de caracoles
y en un pescante duerme una lubina.

¿Qué sueño errabundo ha de volver?
Las migas del regreso
se disuelven en el mar.

Desde la gran pupila,
ventana para orientar al vértigo,
emerge la nostalgia abisal,
muerte de todo tiempo,
voz escanciada,
levitación marina:

Hermano, ausente mío,
¿con qué designación nombrar el duelo?



EUGENIO MONTALE



  
Lo sabes: debo perderte otra vez y no puedo



Lo sabes: debo perderte otra vez y no puedo.
Como un golpe preciso me amotina
cada obra, cada grito, cada soplo
salino que se desborda
de los muelles y oscurece la primavera
de Sottoripa.

Pueblo de herrajes y arboladuras
salvajes en el polvo del atardecer.
Un largo zumbido llega de alta mar,
rasca los vidrios como uña. Busco el signo
extraviado, la única prenda que tuve
de ti.
Y es verdad el infierno.



GUADALUPE AMOR




El arcángel



Montado en una cornisa
de una puerta cubierta de damasco
de seda movediza,
impedía un chubasco
el arcángel, volado de un peñasco


EDUARDO CARRANZA




Es melancolía




Te llamarás silencio en adelante.
Y el sitio que ocupabas en el aire
se llamará melancolía.

Escribiré en el vino rojo un nombre:
el tu nombre que estuvo junto a mi alma
sonriendo entre violetas.

Ahora miro largamente, absorto,
esta mano que anduvo por tu rostro,
que soñó junto a ti.

Esta mano lejana, de otro mundo,
que conoció una rosa y otra rosa,
y el tibio, el lento nácar.

Un día iré a buscarme, iré a buscar
mi fantasma sediento entre los pinos
y la palabra amor.

Te llamarás silencio en adelante.
Lo escribo con la mano que aquel día
iba contigo entre los pinos.