viernes, 30 de junio de 2017


JOSU LANDA




El vuelo de las palomas



Por el oeste
vienen algunas palomas

Después de que pasan,
en el firmamento
no queda rastro alguno.


CÉSAR MORO




A vista perdida



No renunciaré jamás al lujo insolente al desenfreno suntuoso
de pelos como fasces finísimas colgadas de cuerdas y de
sables

Los paisajes de la saliva inmensos y con pequeños cañones
de plumasfuentes

El tornasol violento de la saliva

La palabra designando el objeto propuesto por su contrario

El árbol como una lamparilla mínima

La pérdida de las facultades y la adquisición de la demencia

El lenguaje afásico y sus perspectivas embriagadoras

La logoclonia el tic la rabia el bostezo interminable

La estereotipia el pensamiento prolijo

El estupor

El estupor de cuentas de cristal

El estupor de vaho de cristal de ramas de coral de bronquios
y de plumas

El estupor submarino y terso resbalando perlas de fuego
impermeable a la risa como un plumaje de ánade delante
de los ojos

El estupor inclinado a la izquierda flameante a la derecha de
columnas de trapo y de humo en el centro detrás de una
escalera vertical sobre un columpio

Bocas de dientes de azúcar y lenguas de petróleo
renacientes y moribundas descuelgan coronas sobre
senos opulentos bañados de miel y de racimos ácidos y
variables de saliva

El estupor robo de estrellas gallinas limpias labradas en roca
y tierna tierra firme mide la tierra del largo de los ojos.

El estupor joven paria de altura afortunada

El estupor mujeres dormidas sobre colchones de cáscaras de
fruta coronadas de cadenas finas desnudas

El estupor los trenes de la víspera recogiendo los ojos
dispersos en las praderas cuando el tren vuela y el silencio
no puede seguir al tren que tiembla

El estupor como ganzúa derribando puertas mentales
desvencijando la mirada de agua y la mirada que se pierde
en lo umbrío de la madera seca Tritones velludos
resguardan una camisa de mujer que duerme desnuda en
el bosque y transita la pradera limitada por procesos
mentales no bien definidos sobrellevando interrogatorios y
respuestas de las piedras desatadas y feroces teniendo
en cuenta el último caballo muerto al nacer el alba de las
ropas íntimas de mi abuela y gruñir mi abuelo de cara a la
pared

El estupor las sillas vuelan al encuentro de un tonel vacío
cubierto de yedra pobre vecina del altillo volador pidiendo
el encaje y el desagüe para los lirios de manteleta primaria
mientras una mujer violenta se remanga las faldas y
enseña la imagen de la Virgen acompañada de cerdos
coronados con triple corona y moños bicolores

La medianoche se afeita el hombro izquierdo sobre el hombro
derecho crece el pasto pestilente y rico en aglomeraciones
de minúsculos carneros vaticinadores y de vitaminas
pintadas de árboles de fresca sombrilla con caireles y rulos

Los miosotis y otros pesados geranios escupen su miseria.

El grandioso crepúsculo boreal del pensamiento
esquizofrénico

La sublime interpretación delirante de la realidad
No renunciaré jamás al lujo primordial de tus caídas
vertiginosas oh locura de diamante


CÉSAR RODRÍGUEZ CHICHARRO




Hastío



Aquí,
quemándome
en fuegos de artificio.

(¿La verdadera lumbre, Señor, dónde la guardas?
¿Dónde la fuerza, el sol? ¿Dónde la lucha?
¿Dónde la luz, la rabia?)

Aquí,
quebrándome
en batallas inútiles
en trabajos estériles.

(¿Dónde el peligro, el mar? ¿Dónde la muerte?
¿Dónde la loca crepitación del fuego?
¿Dónde el volcán y dónde el exterminio?)

Y guardo mi pasión, la encierro
en la profunda gruta de mí mismo.
Escucho la sonata de los días
tendido en el desván de los recuerdos
como el muñeco de la cuerda rota.


De: “La huella de tu nombre”



ENRIQUE CASARAVILLA LEMOS




Marta duerme



Dormida en su oro,
sin ningún asomo
de inquietud...: qué lejana, qué delicia
de nieve
y qué enigma al que, tímido, me asomo!

Latir siento una flor dormida: y miro
cual sus pétalos tenue mueve,
y cómo
respira el pecho mínimo!
Sueño
miel
flor
enigma
aire dormido


FERNANDO FERREIRA DE LOANDA




Poema



Soy anónima arena, piedra, cactus, palabra,
pero amigos —tres o cuatro—, suban las escaleras,
no sean ceremoniosos, abran las puertas,
de par en par las ventanas,
sírvanse vino de Madera y disculpen la sobriedad
de los muebles y los gestos:
muero mañana.

Alguno con la muerte, carga secretos
y las manos llenas de sangre, de dinero:
yo no.
Alguno con la muerte, inventa dialectos
que justifican frustraciones:
yo no.
Alguno con la muerte, interrumpe el fabulario:
yo no.
Oh, morir de amor, de amibas, ambarino,
embajador y de amargura,
entre un auto deshecho, de infarto, de ajenjo, esdrújulo,
¡apuñalado por el marido de la amante!

Amor, amar, vivir, amar el amor, amar la vida,
y silbar, en el destierro de las madrugadas
fragmentos de melodías que me quedaron de otra
existencia.

Desde la terraza miraremos la luna, de bruces, sobre el
mar.
¿Y por cuánto tiempo?
¿Arena de qué playa,
piedra de qué peñasco,
cactus de qué soledad,
palabra de qué vivencia?


1956


ALFREDO GANGOTENA




Nocturno

a André Gaillard



¡Crueldad, crueldad sin nombre, crueldad de mi pasión!
¡Y el elíxir de las llamas que se derrama en el seno de mi
inquina!
El huracán de todas las lágrimas puede abatirse en mi
desolación.
El rumor del embrujo, el aliento y la cadencia dulce de las
octavas,
Me vienen puros como brisas contra todo infierno de
condenación.
Las flores de bruma despliegan sus alas y perfuman sus
sueños en mi noche.
Como dos extrañas umbelas de venas, hacia ellas torno mis
ojos huraños.
Espíritu torrencial que se nutre en las orales fibras de la
lluvia.
Un ángel de amor fulgirá en la amorosa ruta de mis miradas.
Resuena, resuena con estridencia, huracán de las mareas.
El húmedo zumbido de los palmares, como una aurora
boreal,
Me otea detrás de las arenas del sueño.
Recordadme, sabias criaturas que perduráis en vuestros
arrebatos.
Dominadora naturaleza, yo acudo y me rindo a tus
instancias.
Que yo sea digno entre las flores, que yo sea limpiamente
digno de los ornamentos de la pradera.
Dejad libre por lo menos a mi soplo.
No me torturéis así, oh sílabas de mi lenguaje.
Para colmo de ignominia, de aquí los hombres que se
corrompen al son de sus palabras, y que me constriñen a
alimentarme del viento fétido de sus discursos.
Labios míos de un día, proferid el insulto que me aniquile.
¡Venas, ensordeced!
Si aquello no fuera sino un sueño a través del trágico
silencio de mi cuerpo.
El cielo sonoro vela sobre nosotros como una llama
vaporosa.
Escurrimiento, escurrimiento de la tarde sobre mi sombra y
mi lentitud.
Borda, amigo de la floresta, visitante de las lámparas, este
encaje en torno de mí, como un dulce párpado.
Tengo la inocencia de la arrobada azucena entre las aguas
movedizas de la noche.
Oh fiesta de mis brazos en un recinto de seda.
Que el agua de la gracia os visite, oh mis párpados, en
vuestro celo de blancura.
Como el impelido pájaro que desgarra el firmamento del
vuelo,
Rompiendo esta roca de lágrimas,
Levantaos osados y finos, oh mis párpados, en el árido
espacio del durmiente.
Un movimiento de alas se insinúa entre las nieves y entre
las flores.
Sé paciente y sueña,
Oh mi alma, cerca del mundo, en la aterciopelada tumba de
mi pupila.
Al unísono de los vientos late mi corazón en el furor de las
lluvias.
¡Pero que venga el paisaje nacido de las aguas lejanas de '
un murmullo!
¡Que venga al fin este hermano mayor de mi pupila a abrirse
como un canto de luz entre las hojas!
Soledad de los astros, soledad de la sangre.
Sonrío al otro lado de los montes a semejanza de las
grandes fieras.
Decidme, oh flores, ¿cuándo los vientos y las brisas
atribuladas suspiran en el agua nocturna de vuestras
corolas?
Los aires me embalsaman y mecen silenciosamente, como
un sueño bajo la luna; silenciosamente, los encajes
esplenderán en la memoria de los pájaros.
¡Zócalo de la morada! como las nieves sobre las augustas
cimas de otrora,
Rubios encajes que se deshilan en la cabellera de los
torrentes.
Eco familiar que me rindes en un rumor los aromas de la
anémona,
Imperceptible eco: tus cuitas y tus sollozos van a perderse
tal el oro de las arenas, bajo la verde sombra de las lianas
que velan sobre la ventana.
La luna de improviso, nueva en el mundo, me ilumina como
un ingente grito.
La salvación está en la espera vigorosa, en esta voz
vehemente donde el alma, tal una ala de luz, vuela
delante de la visión.
El azúcar ardiente de las flores os aclara con sus destellos de
vida.
Recuerdo,
¡Ah, sí recuerdo el cuerpo jadeante y húmedo de una mujer
entre mis brazos.
Se juntan entonces los hálitos y las sombras que me exilan
del cielo de mi razón!
Tú soplas, noche, como una boca de espanto en mis ojos.
Vientos rompientes de las arenas del desierto.
Vientos de terror que despejáis la ruta de los desastres a
través de mis lágrimas,
¡Marchad, oh vientos,
Que bajo el cordial abrigo de las plantas mi frente se ríe de
vuestros rigores!
El equinoccio abre grandes las tumbas.
Oh mujeres añoradas, el alcohol canta vuestros senos de
flor,
Y entre las arenas y las florestas, su nupcial lecho de
condenación.
Pero la más dulce habita mi alma como una semilla en los
vientos.
El huracán erguido en mis lágrimas puede abatirse sobre mi
desolación.