viernes, 7 de julio de 2017


LUIS ZALAMEA BORDA




Testamento del hombre

                                                                A Osías Plotnicoff



Oh Dios: me colmaste de tu árbol derribado,
llevaste hasta mi barro la fruta de la risa,
y me soltaste, raudo y feliz, por tu campiña
con la lanza del canto y mi locura plena.
Y hoy vengo a darte cuenta con mi voz encendida,
cabizbajo quizás, pero alegre, ¡oh alegre!
Sin que nada postrer brote de mis palabras
porque en la poesía no hay tránsito ni límite.

Desde la sed al tedio he recorrido:
oh sed de la niñez, inaplazable y ronca
que calmaban las aguas con sabores a helecho,
venidas de los páramos poblados de leyenda.
Y la pulpa del tedio que a veces acarician
las yemas de los dedos indecisos
al son de las hamacas y las cavilaciones
bajo el signo brumoso del Trópico de Cáncer.
El hambre y la mujer también me adjudicaste.
Ecuaciones exactas, mas la clave ignoré.
Mapas de hueso y carne, con fronteras de sangre,
exploré sus meandros en ansiosa piragua,
levantadas muy altas las velas del deseo.

Evoco la mujer y conozco tu mano.
He allí tu comarca inigualada,
oh suave sortilegio del que quise
embriagarme hasta agotar mi piel y mis estíos.
De ellas, un día olvidado presentí
el doble secreto de la vida:
cuando ya de pasión estaba exhausto,
me legaron con su entrega la ternura y el alba.
Pero más que las caricias conocidas,
amé sobre ellas todas y hoy recuerdo,
cualquier desconocida que al cruzarse conmigo,
pareciera llevar el peso milenario de su sexo en las ojeras.

Oh Dios, creador de la mujer y de todas las cosas:
esta mañana me miré en el espacio capturado -
el viejo espejo traído de las islas -
y nada en mi rostro era lo mismo.
Estaba liberado, suelto, rota la reja de los párpados.
Invadida mi piel por elegías,
el rosa de los soles difuso entre la barba.
Y sentí una premonición ya conocida:
preludio del más grande y azul de los crepúsculos.
No era mi propio ser,
sino el rey de las corrientes y los vientos,
gran visir de los médanos y arenas,
aquí en mi soberana soledad,
el único legado material de mi existencia:
un pedazo de playa sempiterna,
la sombra amiga de cuatro cocoteros
y un almendro sembrado por los pájaros.
Oh reino mío, acuosa línea vaga
con sus ejércitos de olas
y su frontera de delfines.
Allí cabe la gloria entera en un puño cerrado.
Estoy listo para partir cuando tú quieras.
He legado mis ansias y mi sed.
También mi hambre y mi piel.
He hecho testamento de recuerdos,
archivo de caricias,
registro de miradas,
inventario de celos y de olvido,
y en cada página invisible
está dormida una mujer
y reina el sueño.
Hecha mi paz con ellas y con todos,
al acudir en la tarde a tu llamada quedo,
me pregunto si el único pecado
que no perdona Dios es la ternura.





VICENTE QUIRARTE




Retrato de la lluvia



En la zona más dura de la noche, cuando el insomne y el suicida sueñan, la lluvia. Desde sus primeros pasos anuncia la inminencia del diluvio. Sus primeras caricias, labios que en otra boca inician ese lento combate que habrá de concluir en el naufragio, dicen que su canción será larga como esa vía o aquel muro de piedra cuyo final no vemos al fondo de la calle. Súbitamente se cierra, ocupa el último espacio virgen de la atmósfera y se deja caer sobre árboles, plazas, azoteas, con una furia tal que pareciera combatir al calor de todos los veranos, o fuéramos a mirarla por última vez. Y cuando la mano toca el cuerpo elegido para que el amor tome forma en otra carne —que es ya la nuestra— sentimos, como la ciudad, lavarnos interminablemente, seguros de amanecer con rostro nuevo, dispuestos a combatir aunque sepamos que la derrota es el único premio de los héroes.


De: María Magdalena


FRANCISCO GONZALEZ DE LEON





Auscultación



Quieto aposento cuya penumbra
acaso en las mañanas se empaña de alegría.
Silencioso apartamiento que yo busco
como amigo a quien se quiere
por su melancólica fisonomía.

Efusión de su ademán
cuando al llegarme parece que me ofrece
la mansedumbre del mejor sitial.

Su alma es levítica:
a pesar
de sus marcos antiguos y dorados
donde se desvanecen acuarelas,
mejor que las arañas
de almendras de cristales,
prefiere las monjiles arandelas.

Penumbra que es su espíritu;
péndulo que es su pulso;
postigos que le son como unos párpados
entornados a luces de la siesta;
monóculo de la vidriera
que acaso lo constituye en fraile contradictorio;
floresta que se intrinca en el tapiz;
hábito gris del crepúsculo
que lo exalta en instintos meritorios
para el programa de una ensoñación...

Qué veces me ha contado su pasado.

Qué veces se ha callado y me he callado.

Qué veces en su péndulo he auscultado

las penas de mi propio corazón.


De: Mi libro de horas



ANA CRISTINA CESAR




Del Diario no diario "Inconfesiones"



17.10.68

Forma sin norma
Defensa cotidiana
Contenido todo
Abarcas una ana

Tengo una hoja blanca
                               y limpia a mi espera:
invitación muda

tengo una cama blanca
                               y limpia a mi espera:
invitación muda

tengo una vida blanca
                              y limpia a mi espera:

                                                                              5.2.69


De: "Guantes de gamuza y otros poemas”


RAFAEL MORALES




Los no amados



Qué soledad del cuerpo; qué soledad del alma;
qué vacío en los ojos; qué vacío en la sangre.
Nadie escucha su pena ni su cálido aliento,
rosa ardiente en el aire.

Sus bocas para el   beso, rojas de amor se abren;
sus frentes buscan manos, amorosas caricias
de algún cielo distante.

Sus manos alzan dulces, llenas de sombra,
amantes;
las levantan temblando como tristes fantasmas,
amarillas de amor, rosas muertas, al aire;
rosas ciegas que buscan a través de su noche
la luz rosada y grande.

Alto vuelo de angustia, alta torre de sangre
levantan estos hombres hacia un cielo impasible
donde no habita nadie.


RAÚL RENAN




Yo



Una y griega me une con quien me quiere
y una o me separa para elegirme a mí,
a otro.
No hay más que deletrear,
este soy yo.
Un letrero en la espalda
me marca
para no perderme entre millones.
YO.


De: “Viajero en sí mismo”