Verano
de 1930, vuelta a casa
(Homenaje a Vicenta
Lorca Romero y a mi madre)
Y se
comió con piel la Gran Manzana,
a
grandes lametazos, viendo, triste,
el
flujo de la sangre en las aceras,
dolorosas
sin luto y sin un nombre,
mercantiles,
impúdicas, borrachas…
Compró
una aurora rota en Wall Street,
oyó
a la tierra fermentar de asco,
tomó
fotografías de los ecos
que
el ruido crucifica en las vidrieras
y
calculó desproporciones áureas
en
las formas que toma la obsesión
por
lo excesivo. No quería un mundo
tan
grande, ni tan hondo un mar. Cedió
a
tanta desmesura. Tomó un taxi.
Y ha
vuelto, sin maletas, a la vega,
al
tiesto de arrayán, al pozo sabio.
Desgranando
certezas, a la sombra
de
un patio de geranios, me ha pedido
un
vaso de agua fresca para el alma
y en
su silla de anea y de paciencia
me
ha dejado el relato de su andar.
Vendrá
un definitivo y negro agosto
quebrando
juncos, de dolor tiñendo
los
campos bajo un sol apocalíptico,
pero
ahora… Silencio, no despierten,
con
su curiosidad y sed de lunas,
no
al hombre, sino al niño que dormita
soñando,
al aire libre, con jazmines.
De: “A mano alzada”.
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