jueves, 30 de septiembre de 2021


 

FRANCISCO VÉJAR


 

Feriado

 


Te complace este desorden de papeles sobre la mesa,
libros en todas partes, mensajes sin contestar,
y el gato ante a la estufa. Te complace deambular
por calles calcáreas, de luz cenicienta
o ver al ciego comulgando en el mismo puesto de siempre:
todas calles y automóviles de una arquitectura imperfecta.
Te complace estar horas y horas sin hacer nada, pensando
que alguna vez entrarás a la rueda de la fortuna,
pero el porvenir sólo dura una semana
y en el Parque Forestal ves gente vagando
como si en cualquier momento se fueran a convertir en polvo.
Todo se repite: millares de rostros desconocidos
pasan frente a ti; una puerta se abre, otra se cierra.
Levantas la tapa del reloj para tocar la hora con el índice
y sabes que el porvenir dura sólo una semana,
lo que la puesta de sol en una terraza.

 

 

DIMITRIS ANGELÍS

 

  

 

Llueve sobre la cabeza del perro

 


La luz de la habitación me recuerda la niebla de Moscú. La sombra en la pared bajo el clavo oxidado muestra una imagen que falta. En la escalera han colgado un paraguas en descomposición. Llueve siempre sobre la cabeza del perro.

Sostengo en la mano la llave de mi antigua casa que no abre ninguna puerta. En la calle converso con Santa Catalina. Tú te quemas sobre el caballo de bronce cada tarde y yo tengo nostalgia de ti como una patria olvidada. Tú no tienes la culpa. Tiene la culpa esta música monótona que nos entristece; las flores ajadas en el jarrón. Y el teléfono que nunca suena.

 

De: “Tres poemas sobre Tarkovski”

 

 

ANNA AYANOGLOU

 

  

 

Opio

 

 

Esos días en que te arrastras
la imaginación hambrienta de un absoluto amor
— no es que busques volver a lo que fue
a las llamas pasadas, o a las que compartíais
— hace ya mucho tiempo, y tú sabes demasiado, ya

quieres, o es la muerte
del querer, ferozmente

                                Los sueños, a veces, se apiadan de ti

Una mañana sin despertador te envían una escena
llena de posibles
un rostro viril — ignoras su nombre
él es de otro continente
le has visto en alguna parte, en las noticias
en una revista

Entonces
tantos días como tu espíritu pueda aguantar
en variaciones, en fugas
te apuntalas en refugios de amor loco
la palabra soberana por baile
que perdura, perdida
— de este antes
cuando aún nada es mezquino, irremediable.

 

Versión de Caty Fernández Utiel

 

FRÉDÉRIC FORTE

 

 

 

 

1.

 
no es oro lo que reduzco
a polvo/no sé lo que es-
podría ser cualquier cosa
pero digamos que es hoy
y no otro día-está caluroso
me gusta el sonido del ventilador
en el aire pesado/del momento la materia
discontinua-sólo eso el calado
de las persianas/el instante del comienzo

 

Versión de Audomaro Hidalgo

 

 

MEGHAN O’ROURKE

 

  


4



De noche vienen hacia ti
distorsionados y brillantes, cual vieja fotografía en una caja de luz
presente,         presente,         no tanto.
¿Los inventamos en el sueño,
o siguen aún   sucediendo
en un tiempo que no podemos tocar?
El partido de hockey en la azul pantalla
de tv que brilla y ralentiza      llego a casa
a un hombre tumbado en el sofá que no llega
a saludar         todos los que se han ido están ahí
las cuchillas de los patines     gastadas
y el comentarista que no para
la cuchilla que se mueve a lo largo de la pista
dice qué disparo qué tiro.
Te ganas la vida, está hecha de días y
de días, ordinarios y pensados más no dichos, laxos
convirtiéndose en lo que pueden ser,           oscuros rollos
de diminutos sentimientos de iglesia, misteriosos, quiero decir,
e intrincados como la luz de ese alto ventanal—

 
intrincados y misteriosos       llego a casa.

 
Cerca de casa paseábamos
por el espolón después de clases los chicos fumando
los sistemas de seguridad del Centro parpadeando una fiesta
disco azul roja/azul roja el río East
reflejando el horizonte de rascacielos           cornisas y nubes
podíamos escuchar el rugir de los autos al otro lado
y probar el aire químico
de las oficinas en que trabajaban nuestros padres
estábamos ahí para recogerlos
para el largo fin de semana en los Catskills
el aburrido gris de las computadoras, las inmensas
ibm Selectrics sobre los escritorios, once, donde,
trece, viajando por los túneles plagados de grafiti,
coqueteando, los chicos        agarrándonos diciendo          hey      hey.
Intercambiable un día con el siguiente.
Jon hablando de ateísmo
franjas de cabello rubio          De noche la bomba como un hongo
sobre la Estatua de la Libertad, blanca
ceguera por todas partes.      Oh, dijo ella, no te preocupes
sólo un sueño             sólo un sueño.
Todos tememos a Rusia.
Imagina           se reía ella      ¡Teníamos que
escondernos bajo los escritorios!

 
Olvídalo          no estabas escuchando         yo intentaba
no te apures no se logra nada
con decirte algo          el frío viento
los arces desnudos tu madre embarazada
vamos los caballos ya han    pasado por la ventana
con un hijo mucho mayor que tú
que la casa por la que pasaron
el río donde todos los chicos católicos echaban a navegar barcos de hielo
tíos que se llevaba el dinero para enviar su remesa a Irlanda.
El futuro aún no ha llegado,   siempre
es que va a ser,          pero te abrazo,
caminando por el espolón, treinta y seis años,
el transbordador cruza de nuevo el río.

  

De: “Días de Sun In” ¹

Versión de Gerardo Cárdenas

 

1.- Sun In es el nombre de un popular producto cosmético para clarificar el cabello.

 

FRANCISCO RUIZ UDIEL

 

 

El corazón de los remos

A Pablo Antonio Cuadra

 

 

No navegué en la isla
ni vi caballos erguirse
sobre la arena
como sucedió días después.

Sólo vi tu sombra
sobre aquella barca con olor a muelle.
La tarde cubrió de púrpura
el corazón de los remos.

Dicen que es preferible
no alzar la mirada
cuando los hombres parten,
pero los pescadores aquel día
vieron cómo la música
cubrió de óleo tus hombros.

Desde entonces
—durante la lluvia—
se escuchan ecos de tu nombre
entre las bocas de las ranas.

No esperan que vuelvas;
sin embargo, los pescadores
—más pobres que nunca—
hunden sus redes en el agua.

 

De: “Memorias del agua”

 

 

 

miércoles, 29 de septiembre de 2021



 

RICARDO LABRA

 


La máscara que le defiende, la máscara que le reafirma, la máscara que le otorga su identidad.

 


BASILIO SÁNCHEZ

 

  

Nevada

 

 

Yo descanso en el blanco de la nieve.

 

Mientras todos dormimos,

ella erige sobre limos oscuros

su ciudad silenciosa,

sus casas inestables, sus jardines austeros.

 

En la nieve arde siempre,

para todos nosotros,

una imagen comprensible del mundo,

un pensamiento claro,

una forma universal y cercana de belleza.

 

Una casa en la nieve es una casa

que oculta entre sus muros el secreto del sol.

 

Las cosas más hermosas,

las más conmovedoras, lo son sin pretenderlo,

sin recurrir a nada que no sea

la verdad de ellas mismas.

 

Le agradezco a la luz de la mañana que nos calme con nieve.

  

De: “El baile de los pájaros”

 

 

 

ENRIQUE WINTER

  

 

 

Este cassette toca su vida

 



Luego de cinco órdenes de arresto

mi mamá invita a mi papá a la casa,

se pone linda, le cocina rico.

Con tres borgoñas y solos

mi papá me confiesa lo que eso indica: que lo ha hecho bien,

que las piernas que abre se mantienen abiertas.

Lo dice porque le conté del viernes:

cinco años sin verla y me tomó la mano.

Este cassette toca su vida

vida que rozo apenas

si con el dedo rebobino.

Mi papá y yo seguimos solos.

 

 

MARÍA MARTÍNEZ BAUTISTA

 

 

 

 

En las casas sin barrio
que ensanchan el vacío de las grandes ciudades,
con sus cuerpos enormes y sus ojos enanos,
¿fui la que decidieron en las zonas comunes?
Allí lo personal nunca es privado.
Lo privado es un viento
que levanta sospechas

 

Fragmento del poema “Casitas”

 

 

REINALDO BUSTILLO

 

  

 

Decrepita musicalidad de mis sonetos

 

  

Conozco mis historias,

mis pocos triunfos y fracasos muchos;

los sueños que se aferran a mis ansias,

como lianas a árboles añosos.

Sé el nombre del lugar de donde vengo,

el número de casas del poblado,

el nombre de sus arroyos y sus calles,

y el  de todos sus vecinos.

Pero no sé o no quiero recordar

el nombre que me dieron,

el que dicen los papeles que es el mío.

Por eso me hice pordiosero

para que digan de mí que soy un viejo

que anda por las calles mendigando.

Mas cuando estoy solo

y nadie repara en mi presencia,

me siento en los andenes de las casas

a regurgitar sonetos.

Entonces me río de los que de mí se ríen,

sin importarme que me tiren monedas,

que no quieren, porque rompen sus bolsillos.

A veces ni yo mismo creo

que los sonetos que musito

sean los mismos que nacieron de mi mente,

cuando mi mente era poderosa y ágil

como corrientes invernales de mi arroyo.

No sé cuántas primaveras hace

que renuncié al tedio de la vida cotidiana,

para buscar entre los extraños

lo que no pude encontrar entre los míos.

No me importa, me tiene sin cuidado,

que los adultos me miren con desprecios,

que digan de mí que soy chéchere viejo,

¿acaso no dicen lo mismo de los versos?

Sigo caminando por las calles,

con el pecado atroz de la renuncia,

esperando que oídos impacientes

quieran escuchar lo que musito,

para equiparar sus angustias reprimidas

con la decrépita musicalidad de mis sonetos.

 

 

ROSSANA ARELLANO HASSON

 

  

A dos manos y cuatro pechos libres

 


Dije yo, ven, quiero probarte,

Sentir a que sabe el bosque que te crece

En la entrepierna

Entrar en ti una y mil veces

Cuando el amanecer y al ocaso.

 

Si la fatiga no puede expresar

Aquella saciedad de sexo, al viento

Renácete una vez más, bajo el sol,

No sea que la nostalgia

Ocupe toda memoria.

 

Nada deseo para mi

O tal vez, juntar el tiempo

Y esparcir al aire tantas abstinencias

A dos manos

Y cuatro pechos libres.

 

Hice mi huerto

En el árbol sagrado del olvido

Con el corazón incompleto

Y un gran vacío

Que jamás ha de ser revelado.

 

Bebo ahora de tus pechos

El calostro vital que regenera

Y respiro

En la curva del destete

De tu cálido ombligo.

 

Adán y Eva, sin vicio

Ni necedad,

Regándose del bien de las cosas

Gozándose hasta el desvarío,

Edificando hacia el canto.

 

Sembrada ya mi alma

Al tiempo de curar

En tu esternón

Hueso soy y membrana

Con hambre de tu pezón purpúreo.

 

 

 

martes, 28 de septiembre de 2021


 

CARLOS MARZAL

 



Autorretrato

 


Mentira: 
el perfume 
la voz 
el encaje 
la mujer de plástico 
flor y ángel. 

Verdad: 
esqueleto y piel 
angustia 
pensamiento 
eterna herida 
inacabada. 

 

VICENTE GAOS

 


 

Sensación de otoño

 


Amo el otoño y amo su tristeza, 
su cielo gris, sus árboles borrosos
entre la niebla, vagamente hermosos...
¿No amáis también vosotros la belleza

desnuda del otoño? El alma empieza 
a hacerse buena y honda. ¡Y qué piadosos
se hacen los viejos sueños ardorosos!
¡Qué humana ahora la naturaleza!

Oh cielo bajo, luz tan tamizada,
luz tan vencida, compasivo empeño
de dar al hombre asilo y sombra amada.

No sé si el mundo es ya triste o risueño.
Dios se ha dormido. El alma está callada.
Se me ha llenado el corazón de sueño.

 

 

 

PERE GIMFERRER

 

 

 

En invierno, la lluvia dulce en los parabrisas...



En invierno, la lluvia dulce en los parabrisas, las carreteras 
          brillando hacia el océano,
la viajera de los guantes rosa, oh mi desfallecido corazón, clavel 
          en la solapa del smoking,
muerto bajo el aullido de la noche insaciable, los lotos en la niebla, 
          el erizo de mar al fondo del armario,
el viento que recorre los pasillos y no se cansa de pronunciar 
          tu nombre.

Ella venía por la acera, desde el destello azul de Central Park.
¡Cómo me dolía el pecho sólo con verla pasar!
Sonrisa de azucena, ojos de garza, mi amor,
entre el humo del snack te veía pasar yo.
¡Oh música, oh juventud, oh bullicioso champán!
(Y tu cuerpo como un blanco ramillete de azahar...)

Los jardines del barrio residencial, rodeados de verjas,
           silenciosos, dorados, esperan.
Con el viento que agita los visillos viene un suspiro de
           sirenas nevadas.

Todas las noches, en el snack,
mis ojos febriles la vieron pasar.
Todo el inviemo que pasé en New York
mis ojos la buscaban entre nieve y neón.

Las oficinas de los aeropuertos, con sus luces de clínica.
El paraíso, los labios pintados, las uñas pintadas, la sonrisa, 
           las rubias platino, los escotes, el mar verde y oscuro.
Una espada en la helada tiniebla, un jazmín detenido
           en el tiempo.
Así llega, como un áncora descendiendo entre luminosos
           arrecifes,
la muerte.

Se empañaban los cristales con el frío de New York.
¡Patinando en Central Park sería un cisne mi amor!

Los asesinos llevan zapatos de charol. Fuman rubio, sonríen. 
             Disparan.
La orquesta tiene un saxo, un batería, un pianista. Los cantantes. 
             Hay un número de strip-tease y un prestidigitador.
Aquella noche llovía al salir. El cielo era de cobre y luz
             magnética.

 

 

LEIDY BIBIANA BERNAL

 

 

 

Silencio

 

 

Ni escribir sobre los pájaros
ni fotografiarlos.
Sólo asistir a su vuelo.
Abandonar la intención
de eternizarlos en la palabra y la imagen.
Perpetuarse en la fugacidad
de su travesía por la mirada.
Callar, con las manos y con los ojos.
Callar, no para fingir el silencio
que dejan a su paso
sino para serlo.

 

De: “Pájaro de piedra”

 

 

JOSÉ P. SERRATO

 

 


El abuelo

 


Fue albañil

No para acabar con el hambre

sino para arrojar el polvo

y dejarlo suspendido.

 



 

LUIS DE GONGORA Y ARGOTE

 

  

Canción


 

¡Qué de envidiosos montes levantados,
de nieves impedidos,
me contienen tus dulces ojos bellos!
¡Qué de ríos del hielo tan atados,
del agua tan crecidos
me defienden el ya volver a vellos!
Y, cuál, burlando de ellos
el noble pensamiento,
por verte viste plumas, pisa el viento!

Ni a las tinieblas de la noche oscura
ni a los hielos perdona,
y a la mayor dificultad engaña;
no hay guardas hoy de llave tan segura,
que nieguen tu persona,
que no desmienta con discreta mañana,
ni emprenderá hazaña
tu esposo cuando lidie,
que no registre él, y yo no envidie.

Allá vuelas, lisonja de mis penas,
que con igual licencia
penetras el abismo, el cielo escalas;
y mientras yo te aguardo en las cadenas
de esta rabiosa ausencia,
el viento agravian tus ligeras alas.
Ya veo que te calas
donde bordada tela
un lecho abriga y mil dulzores cela.

Tarde batiste la envidiosa pluma,
que en sabrosa fatiga
vieras (muerta la voz, suelto el cabello)
la blanca hija de la blanca espuma,
no sé si en brazos diga
de un fiero Marte, de un Adonis bello,
y anudada a su cuello,
podrás verla dormida,
y a él casi trasladado a nueva vida.

Desnuda el brazo, el pecho descubierta,
entre templada nieve
evaporar contempla un fuego helado,
y al esposo en figura casi muerta,
que el silencio le bebe
del sueño, con sudor solicitado;
dormid, que el dios alado,
de vuestras almas dueño,
con el dedo en la boca os guarda el sueño;

dormid, copia gentil de amantes nobles,
en los dichosos nudos
que a los lazos de amor os dio Himeneo;
mientras yo, desterrado, de estos robles
y peñascos desnudos
la piedad con mis lágrimas granjeo;
coronad el deseo
de gloria, en recordando;
sea el lecho de batalla campo blando.
Canción, di al pensamiento
que corra la cortina,
y vuelva al desdichado que camina.

 

 

lunes, 27 de septiembre de 2021


 

MANUEL ANTÓNIO PINA

 


 

Amor como en casa

 

 

Regreso despacio a tu
sonrisa como quien vuelve a casa. Finjo que
no tiene que ver conmigo. Distraído recorro
el camino familiar de la saudade,
pequeñas cosas me atrapan,
una tarde en un café, un libro. Despacio
te amo y a veces de prisa,
mi amor, y a veces hago cosas que no debo,
regreso despacio a tu casa,
compro un libro, entro en el
amor como en casa.

 

FRÉDÉRIC FORTE

 

 


 

desde el balcón miro
cómo se forma una nube
sin que tenga que decidirlo
ni siquiera acostumbrarse a la idea
de pasar-y cómo la mancha
blanca posada en el extremo
de la uña va terminar pero
el acto de desaparecer es lento

 

DENISSE VARGAS

 

 


Persecución

 

 

Hay una niña en bicicleta en mi retrovisor.
Lleva un vestido amarillo saturado de agosto
y una sonrisa blanca demasiado blanca
como el rezo de los niños pequeños.

Ella tiene unos ocho años y no sabe aún
que algún día morirá
que la vejez no es solo de las abuelas
que no son los raspones en el asfalto los que tiñen de gris
los recuerdos.

Los sábados por las mañanas
me persigue todo el camino a la casa de mi madre.
Su brillo en el retrovisor obstruye a veces mi vista
y me obliga a cambiar el ángulo del espejo.

Esa niña en bicicleta
tiene mi rostro. Esconde en su sonrisa
la palabra que bastaría para salvarme.

 

 

 

LAURA CÁRDENAS

 

  


Niñez

 


1

Odio a mi padre, odio a mi madre, no.
Soy buena, no odio a nadie.
Mi sangre, se derrama mi sangre.

 

 

2

Mi papá tiene alma de pájaro con voz de aleteos.
Se quedó ciego.

 

 

3

Mi madre se encontraba en su recámara, vestía
una larga bata. Me acerqué a ella en la noche
sintiendo un gran peso en el estómago.
Mi padre es malo, me acarició entonces. Todos
los hombres son malos, entonces me besó.
Otra noche le dije: “Mamá acompáñame”. Un
líquido cayó sobre mi cara.
Ahora estoy marcada.

 

 

4

Mi papá es lo cálido y lo amargo, pero sobre todo es
un hombre. Es malo.

 

DIEGO ALEXANDER

 

  


Poema de la ira
(Fragmento)

Hace frío sin ti, pero se vive.
Roque Dalton.

 

 

I

 

Quién te dijo, malparida, que mi dolor es
una dádiva a tu ausencia. Quién te dijo que
todos los caminos se han tornado de ida y
yo sigo esperando con los ojos callados
ver tus pasos de vuelta.
Quién pasó para decirte que no me queda nada
y que incluso la nada me falta, y tu presencia.
Qué espejismos llevaron con sed a tus oídos
para que te acordaras lejana de mi angustia.
No, no lo creas todo porque apenas si duele, no me juego la vida:
me sangran las heridas, no lo niego,
entre el plexo solar y las negras entrañas tengo un vacío abierto
que amenaza (constante) con romper mis costillas y transmigrar
en polvo mi gastado esqueleto.
Es cierto también que he perdido los miembros.
Dejé de usar las piernas y han perdido sentido
las cuencas de mis manos que insisten en tocar
tu dulcísimo seno (basta cerrar los ojos y un recuerdo).
Sí, me estoy quedando ciego y al final de la noche
miro hacia el horizonte y apenas si distingo la sangre de la aurora.
¿Qué te puedo decir? me deshago.
Pero no creas todo porque todo no alcanza,
no seas ingenua y tonta,
yo no le temo al barro.
No creas que aquí ya nada es bello,
que atardece en mil grises y que apenas la sombra
me cubre con sus fríos. No es como si la fuente
de mis exhalaciones, de todos mis respiros, se hubiera
evaporado dejándome sediento y a punto de asfixiarme,
sin aire, sin un toque de brisa, en este atroz desierto.
¿Quién te ha dicho que muero?
Nadie, nadie se atrevería a decir que en mi casa
las aves carroñeras han fundado sus nidos
y devoran, hambrientas, las ventanas abiertas,
los marcos de las puertas, las tejas, las cenefas,
los pisos con su brillo, tus armarios vacíos,
los vasos para el agua,
el jabón de lavar y hasta la tubería.
Nadie confesaría
que entre tanto despojo pervivo yo ¡horroroso!
sentado en una silla que apenas si presiente
la humildad de mi cuerpo menguado por la ausencia
(no la tuya, la mía) y la falta de sueño.
Nadie, nadie, si me conoce, dirá
que en esa silla vegeto desde agosto, exactamente el trece
(día de mala suerte) en que saliste airosa
 arrastrando con sorna tus falsos
ademanes de libertad de día, y me dejaste preso.
Quién te dijo que espero, ahí, aquí
o en cualquier lado, anclado en el recuerdo
de una vieja caricia, del beso de febrero,
de la tarde en que impúdicos ocultamos las
manos entre los pantalones
y tocamos con júbilo y torpes movimientos
la fuente humedecida de la vida.
¿Te parece, acaso, que pienso en los detalles?
Tal vez, recuerdo claramente, podría dibujarla,
tu desnudez sedienta vencida por mi aliento,
diciendo con los ojos: tengo en el cuerpo un grito que
llevará tu nombre (hoy pienso que fue falso tu grito,
tal vez hasta mi nombre).
Nadie, podría jurar que nadie te reveló
el secreto que guarda mi silencio:
no puedo decir nada, ya no leo ni escribo,
le temo a las palabras, a sus precisas sílabas
y a sus corvos acentos. Me siento condenado
y es posible que pronto me quede sin empleo.
Pero estoy resignado, prefiero que el silencio
me alcance con su canto. Odio los alfabetos porque en todos,
lejano, se repite tu nombre y no puedo callarlo.
No, nadie ha dicho esas cosas,
nadie dice que aúllo cuando llega la noche
y que en este momento, justo a las nueve y treinta,
luego de ochenta versos (tal vez un poco menos)
temo que mis palabras sean en verdad un ruego
que se repite, antiguo, con la intención honesta
de implorar tu regreso.
Tal parece que nadie te ha dicho demasiado,
pero no se equivoca.

 

 

II

 

Te resumo mi furia:
me arden los pulmones, es más que insoportable,
al respirar el aire que una vez respiraste. Cada cosa en mi casa,
que hoy es un gueto en ruinas, lleva aquella fragancia
que todas las mañanas antes de entrar al mundo
calabas en tu cuello, tú exactísimo cuello que paseabas desnudo.
Dimanan mis enseres aromas de tus manos precisas para el tacto
y los pisos repiten con toda simetría las huellas de tus dedos
paseando por los cuartos y llegando de pronto (casi puedo tocarte)
hasta mí que esperaba, con tu piel en mis labios, vencer las soledades.
De mi pluma diseca, de todos mis bolígrafos y
hasta de los teclados, no brota más que bilis que se
esparce, violenta, por todos los rincones de mi terca memoria
y allana los recuerdos, los baña con su ácido.
Por eso, allí donde una imagen te llena de azahares
e irriga por tus pechos el sol de primavera,
yo solo veo heridas, belleza inacabada que
no alcanzan mis manos.
Por no enlazar tus dedos he cerrado los puños,
los paseo en su guardia y me doy de trompadas
con todos los espejos que me miran ¡canallas!
con cara de abandono, de mortal desahuciado.
Lucho a diario conmigo, me derribo en la entrada
de todas las mañanas, me estrujo hasta las cuerdas
templadas de la tarde, caigo sangrante al plato,
me levanto y ataco, pero al llegar la noche
los rounds me han agotado: vencido por tu ausencia,
me derrumbo y me callo.

 

 

III

 

¿Y luego qué, y la vida?
La vida es un espanto:
nazco cada mañana seguro hacia la muerte,
me deslizo sangrante por las tardes sinuosas
esperando un milagro: un voraz maremoto que
arrase con su llanto el suelo en que me paro.
La vida es esa espera, una espera que nunca se ve recompensada,
es un paso seguro por caminos errados en que me pierdo
y vuelvo, como Sísifo, al barro.
Me caigo y me levanto.
Camino por las calles y no veo otra cosa que
despojos y llanto: el pasar de los autos con su espectral chirrido,
las matronas cansadas, los crueles rascacielos,
los caminantes, los niños y los tristes amantes,
el sol que se golpea sin pena en el asfalto, los andenes poblados
de comercios insulsos, la mirada furtiva de unas diez prostitutas
y la verga cansada de un travesti, también cansado.
Todo, todo, todo esto se me antoja inservible y chocante.
¿Quién dice, quién es el insensato,
que este paisaje enfermo es de verdad la vida?
¡No! La vida es otra cosa,
la vida es tu presencia vagando por la casa,
tu facha de muchacha recién amanecida
que pavonea sus piernas (ese par de milagros)
por las calles estrechas de un barrio de estudiantes
y se detiene, niña, a consolar a un gato que maúlla
en un prado, lo lleva hasta mi casa y con excusas
tontas lo alimenta y lo lava, lo bautiza y lo instala
como un dios perezoso en medio de la cama.
Sí, la vida es otra cosa,
no estos ojos cansados de mirar
un recuerdo que se esfuma en tus pasos,
tan lejanos de casa, tan lejanos de todo.
La vida es un platillo con apenas lo justo
y tu sonrisa amplia que simula un banquete
para opacar mi pena por un mes de miseria,
un año resistiendo contra la economía,
cuatro años de prestado, de letras y de fiados.
La vida, vida mía, es tu mano en mi mano
firme en todos los tramos, tu voluntad de río
sacándome del barro. Sí, la vida es todo eso:
un te amo de rojo tallado en espejo, las sábanas
revueltas, las ropas por el suelo, dos cuerpos
que se tejen en un cuarto pequeño.
Tu presencia a mi lado, eso es la vida.
¿Y esto? es apenas la sombra de lo que fue la vida,
una herida de muerte que va sangrando tiempo,
la aridez en un cuerpo que se resiste, enfermo,
a seguir la rutina de caminar a veces, saludar
a quien llega y despedirse siempre con un beso
de plástico. Aquí queda un harapo, la llaga de la vida
que mamá llama hijo, la prostituta cliente, el casero
muchacho y un título inexacto designa licenciado.
Es todo lo que queda: me caigo y me levanto.

 

 

IV

 

Pero te sobrevivo: tengo como ventajas
mi amor a la caída, la vocación de fondo
y una ira embriagante, resplandeciente, airosa,
propicia para el fuego que consume implacable
las huellas que en mi cuerpo dejó tu árido paso.
Hice de las heridas una casa orgullosa,
solo triunfa quien lleva con placidez y júbilo
su dolor a las fiestas. Y yo festejo siempre,
no sé por qué motivo pero río de muerte ante
cada tropiezo. Amo hasta la locura la piedra
que recibe con humildad opaca mi golpe
despistado tras la larga caída. Entre la piedra y yo
ha nacido un romance de pequeños estragos:
yo caigo, ella calla. Somos como dos vírgenes
a las puertas del cuerpo, cada temblor es nuevo.